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La búsqueda por España de la Mesa del Rey Salomón

La mítica tabla sagrada fue a parar a las Españas perdidas por unos pueblos y ganadas por otros, de los romanos a los visigodos y de estos a los árabes, a través de los siglos
Un grabado que representa cómo sería la mesa
Un grabado que representa cómo sería la mesaLa Razón

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Solamente hay un objeto más buscado en la historia de la geografía mítica y más disputado entre diversos territorios -desde el próximo Oriente a nuestra tierra de Poniente- que el Santo Grial del que bebió Cristo y en el que su vino se tornó sangre o viceversa: es la famosa mesa del rey Salomón, que realmente no sabemos si fue mesa, tabla, espejo, una suerte de altar o qué tipo de reliquia mágica se supone que era. Tal vez, como en el caso del Grial (¿bandeja o copa?), o al igual que en el caso de la piedra filosofal de los alquimistas, el error de sus empedernidos buscadores fue andar en pos de un objeto físico, cuando en realidad pudo tratarse ante todo de una realidad metafísica e inmaterial, de un reino interior o un elixir secreto que se guardaba en las entretelas del corazón o de la psique. Pero esa es otra historia… Para muchos fue un objeto litúrgico o un espejo mágico que era capaz de revelar el futuro y que permitía ver en él latitudes lejanas. Quizá fue aquella mesa de los cuentos que se pone sola y se cubre en sobreabundancia de manjares y bebidas, o esa ventana a otra dimensión –una bola de cristal– que también aparece en los repertorios del folclore.
Como quiera que sea, la mesa del rey Salomón fue a parar a las Españas, perdidas por unos pueblos y ganadas por los otros, desde los romanos a los visigodos y de estos a los árabes. Y precisamente entre visigodos y árabes se encuentran las más interesantes leyendas que permiten seguir la pista de este objeto legendario, desde el sur de la Península, en concreto, Huelva o Jaén, o desde el Noreste, Gerona o Barcelona, hasta el epicentro del mundo visigótico en Toledo, en la misteriosa cueva o casa de Hércules; luego sigue otros derroteros hacia el Noroeste o Noreste en varias rutas legendarias que atraviesan la geografía hispánica de la antigüedad tardía y el temprano medioevo. Conste que andamos siempre, y más en este caso, en busca de objetos mágicos de tipo iniciático. En este residen varias claves del esoterismo hispano, desde los símbolos cabalísticos hebreos al Bafomet de los templarios o la antigua reliquia que los árabes descubrieron en suelo hispano y fue famosa en todo el mundo islámico. Es, en todo caso, un viejo arquetipo mítico, el objeto de poder: aquí es interesante que la mesa errante del rey bíblico Salomón esté en claro y sugerente contraste con la redonda de los errantes caballeros del céltico Arturo.
La historia de origen hebreo cuenta que Salomón, el mítico monarca de Israel que vivió a comienzos del primer milenio a. C., sabio e hijo de David, edificó su gran templo de sabiduría según la Biblia para sustituir al tabernáculo móvil de los israelitas que se remonta a Moisés desde su revelación en el Sinaí. Salomón construyó dentro de él un mueble fantástico en el que hizo inscribir una leyenda que contenía cifrado todo el saber del cosmos, simbolizado en el poder taumatúrgico y demiúrgico de la Palabra. Se trataba nada menos que de la fórmula secreta del nombre del sumo Hacedor, el verdadero nombre de Dios, el que no puede escribirse ni pronunciarse salvo en el acto creativo y sagrado del demiurgo de mundos: una fórmula jeroglífica y arcana según la tradición de la cábala. Esta fórmula de nombre sacro, que refleja la tradición apofática en torno al concepto de Dios, que no puede pronunciarse, concebirse, pensarse o escribirse, habría sido grabada por el mítico rey sabio de sabios en un objeto de poder, ya fuera una tabla, una mesa, un espejo o una especie de mueble fundamental en el templo de Jerusalén. Aparece alguna alusión en el Libro de los Reyes como parte del mobiliario: una mesa que es capaz de abarcar el mar. Diversas crónicas árabes abundan en la construcción y los materiales de esta tabla, que estaba hecha de materiales preciosos, ora reales, ora imaginados o simbólicos.
Hay conexiones con el mundo del esoterismo y la filosofía griega. Esta tabla o mesa sagrada se ha comparado a veces con la de esmeralda del contexto hermético de los textos atribuidos al mítico Hermes Trismegisto, personaje legendario producto del sincretismo grecoegipcio y supuesto autor del muy falsario corpus que lleva su nombre. Hay quien dice también que la expresión inscrita en la mesa parafrasea un viejo fragmento de Heráclito: el camino hacia arriba y hacia abajo es uno y el mismo; en griego, «hodos ano kato mia kai houte», cuya paráfrasis latina es «quod est superius est sicut quod est inferius». El camino de la mesa del rey Salomón empieza a ser errabundo cuando se produce el saqueo y destrucción de su templo en los tiempos del rey caldeo de Babilonia Nabucodonosor II, famoso por haber conquistado Judá y Jerusalén, y destruido el templo de Salomón en el año fatídico de 587 a. C. Arrasado de nuevo por Tito en 70, parece, según atestigua Flavio Josefo, que se habría guardado la mesa en Roma junto con otros objetos preciosos del templo de Jerusalén. La siguiente estación es el saqueo de los visigodos de Roma bajo el liderazgo del terrible Alarico en agosto de 410. Entonces parece que la mesa fue llevada a Carcasona, antigua capital de los visigodos en el sur de la Galia. Ya se acercaba al Finisterre hispano y al reino visigótico, adonde habría ido a parar a partir de Amalarico. Tendremos que seguir la pista a esta mesa errante en sucesivas entregas.