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Literatura

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Las locas de Franco: pastillas y paredes frías

Marta López Luances publica “El placer de matar a una madre”, una novela que refleja cómo una mujer podía acabar en un psiquiátrico por la simple razón de ser diferente.

Marta López Luaces es escritora y profesora de universidad
Marta López Luaces es escritora y profesora de universidadlarazon

Marta López Luances publica “El placer de matar a una madre”, una novela que refleja cómo una mujer podía acabar en un psiquiátrico por la simple razón de ser diferente.

La palabra eugenesia significa “bien nacido”. Se trata de un movimiento que surgió en los Estados Unidos a finales del siglo XIX y cuyo objetivo era el de esterilizar a aquellas personas cuyos rasgos o condiciones físicas y sociales no eran “aptos” para desarrollar la raza humana. Es decir, buscaban que las mujeres pobres, inmigrantes o pertenecientes a alguna minoría étnica o social no tuviesen hijos. Para ello, aprovechaban cualquier ocasión para esterilizarlas. Si iban al médico por un tobillo torcido o por una fiebre, les operaban sin consentimiento para quitarles de por vida la posibilidad de quedarse embarazadas. Los “eugenics” fueron sus propulsores. Organizaban incluso conferencias donde decidían cómo lo iban a hacer y a qué mujeres iban a atacar: a las alcohólicas, ciegas, sordas, promiscuas, criminales e incluso las que tuvieran alguna debilidad mental.

La profesora y escritora Marta López Luaces explica esta anécdota con rabia e impotencia en sus ojos. Acaba de publicar “El placer de matar a una madre” (Ediciones B), una novela que se centra en los años finales del franquismo en los que, aún habiendo un incipiente cambio hacia una sociedad más justa, las mujeres seguían siendo una minoría maltratada. Lo que ocurrió en Estados Unidos y más tarde durante el franquismo en España -en lo que se refiere al desprecio hacia las mujeres- tiene que ver, para Luaces, con las minorías de poder. Aquellas que imponen un modelo y condenan a quien no lo siga o se salga de lo establecido por actuar o pensar diferente. “La dictadura impone estas normas a los ciudadanos”, continúa, “bajo Franco, una vez que te casabas la mujer no heredaba, sino su marido. El poder lo tenía el esposo y, si no, su padre. Si ellos decían que estabas loca, lo estabas”. Aquellas mujeres que esterilizaban en Estados Unidos porque no eran “dignas de la raza humana”, más tarde Franco las excluiría argumentando que estaban locas.

En el libro, la protagonista es Isabel: una chica joven que confiesa que ha matado a su madre y le ingresan en un hospital psiquiátrico. Una vez allí, se encuentra con todo tipo de casos: desde mujeres que realmente tenían alguna enfermedad que les llevaba a la locura hasta otra que ingresaron por haber tenido un hijo estando soltera. Además, se encuentra con el doctor Suárez quien, al estudiar su caso, comienza a dudar sobre qué ocurrió realmente en la cabeza de Isabel para cometer tal crimen. “Había muchas instancias de poder basadas en estereotipos, más que en ramas del saber”, explica la profesora, “tu padre o incluso el alcalde podían meterte en un hospital psiquiátrico si rompías los roles que te tocaban dentro de tu familia o de tu condición de mujer”. Sobre todo, el corazón de Isabel se encoge cuando ve cómo las mujeres están sedadas bajo los efectos de los medicamentos. “Las pastillas se usaron constantemente, a veces porque ni siquiera había recursos”, explica Luaces, “en uno de los artículos del periodista Ángel Lara, en los que me he basado para el libro, cuenta que en aquella época había un psiquiatra para 500 pacientes”. Escasez y olvido que evocan al abuso.

Decadencia y pastillas

El sistema de salud durante los años de la dictadura de Franco se basó en la psiquiatría nazi y la psicología pastoral. “Antonio Vallejo-Nájera fue el psiquiatra, tal vez, más importante de la dictadura y él aprendió mucho a través de los psiquiatras nazis”, explica la escritora. Además, este médico creía mucho en la raza española y, de ella, creó una identidad que posteriormente trasladó al régimen: “Para Vallejo-Nájera existía un carácter español, especial, que hacía que la democracia en España no pudiera funcionar”, argumenta Luaces. Por tanto, es ese carácter el que tenía que asumir todo el mundo y, si eras una mujer, por ejemplo, sexualmente “libre”, tu futuro estaba destinado a inyecciones y pastillas hasta perder la noción de la vida.

Franco aisló a esas locas. “Aún en los años 70 España empezó a abrir sus fronteras gracias al turismo, seguíamos extremadamente aislados”, lamenta la escritora, “había un asfixio en el país”. Una época en la que las paredes frías y sin ningún atisbo de decoración del hospital psiquiátrico eran el reflejo de una España en decadencia y de una sociedad que no protegía lo diferente, sino que lo excluía hasta exiliarlo. En las dictaduras existen numerosos destinos despreciables, pero para la profesora “el exilio interior es el peor de esos males”.

Sabiendo estos hechos y habiéndolos trasladado a las páginas de “El placer de matar a una madre”, a la escritora le sorprende lo que ocurre actualmente en la política. “El crecimiento de la extrema derecha se debe a que hay un gran olvido de la gente joven”, explica, “una vez un chico me dijo que Franco no fue en realidad tan malo. No. Las dictaduras son malas. No hay término medio. Ya está. No hay más que discutir”. Por ello, Luances cree que la clave -para que no vuelva a ocurrir lo que aquellas mujeres sufrieron durante la dictadura- es saber compartir el poder, no centrarlo todo en un conjunto de personas. “Hace las sociedades más ricas, espiritual y económicamente, aunque sea más difícil ya que tienes que estar negociando constantemente”, apunta.

Hoy, ese vacío hacia las minorías, ese olvido hacia las mujeres y su consecuente marginación, ¿ha cambiado? “A veces sí seguimos siendo débiles”, sentencia Luaces, “la modernidad y la comercialización nos hacen así. Nos dicen que seamos buenas y no, lo que quieren es que seamos sumisas -continúa- y esto es problemático, porque hay mujeres que lo aceptan y esto ya eleva la situación de un problema comercial a uno también de socialización”. Este peligro, cada vez esta más expuesto a que ocurra. Y es gracias a internet: cada vez es más fácil difundir información y conseguir que ésta se convierta en un espectáculo. “Hay que distinguir dónde está la noticia y dónde el morbo, y es muy difícil separarlo”, expresa Luances, añadiendo que los hombres también tienen un papel en este objetivo: “Vivimos y convivimos bastante bien, pero hay que eliminar a los que yo llamo brutos, aquellos que no son hombres y que destruyen su fama”. Para ella, la valoración de la mujer comienza en ellas mismas, que lo crean y lo asimilen, pero también pasa por la sociedad entera. “Nos conviene a todos”, concluye.