Cultura

Crítica de libros

Capone, ese tipo inofensivo

Capone, ese tipo inofensivo
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Había una vez una emigrante que de niña se trasladó a Nueva York desde un pueblo de Rusia y se empleó en un sinfín de trabajos durísimos, hasta que, por pura casualidad, se hizo intermediaria espontánea entre diversas chicas y hombres adinerados. Una mujer hecha a sí misma desde que había oteado en el barco lo que llamó la Tierra Dorada, con la Dama Americana (la Estatua de la Libertad) dándole la bienvenida. Era Polly Adler, cuya autobiografía pudimos leer con extremo interés gracias a «Una casa no es un hogar» hace escasos años: una oportunidad de conocer de primera mano el Manhattan de entreguerras y adentrarse en los intríngulis del que fue el más famoso local de prostitución durante dos décadas largas. Por tal motivo, Polly Adler se relacionó, directa o indirectamente, con los miembros de la mafia neoyorquina más peligrosos. Ella misma estuvo en riesgo diversas veces, intimidada por matones que no dudaba en comparar con los nazis que estaban asolando Europa al otro lado del océano. En cierto momento, en Chicago, Adler acudió a la «fiesta que dio Al Capone en el hotel Metropole. Duró toda una semana durante la cual el champán y cualquier otro tipo de licor fluyeron como el Niágara». Y añadía: «Capone era sin duda un gran anfitrión (...) y sus invitados, entre los que se encontraban gente de la ley, políticos y mafiosos de todo el país, sacaron provecho de su profunda generosidad». Palabras laudatorias sobre el célebre criminal al que conocería a comienzos de los años veinte y al que se negó a prejuzgar: «En las ocasiones en que me encontré con Al siempre fue muy agradable».

Ese hombre «agradable», marido e hijo atento –por más amantes que tuviera y por más meses que pasara seguidos fuera de casa, tratando de que no lo mataran– se asoma al sobresaliente «Al Capone. Su vida, su legado y su leyenda» (traducción de Antonio-Prometeo Moya), de Deirdre Bair. La autora sigue los pasos a la familia del mafioso, que emigró de Italia a Estados Unidos –Alphonse Capone ya nació en Nueva York– y cómo empezó a urdir trapicheos desde niño y a observar las técnicas de extorsión de los delincuentes que controlaban barrios enteros, hasta un momento clave que actúa de punto de inflexión en su vida. Esto es, su marcha a Chicago, donde de ser un donnadie se convirtió en un hombre poderosísimo: «Su ascenso en el hampa fue prodigioso, su estancia en la cumbre sensacional y su caída vertiginosa. Su reinado duró seis años, pero todo lo que sucedió en ese breve período sigue llamando la atención, despertando interés y suscitando especulaciones en todo el mundo», escribe la biógrafa estadounidense.

El enfoque de Bair es ese justamente: cómo y por qué Al Capone cautivó a tanta gente y se transformó en un icono, en personaje de cine negro, en alguien cuya fama perdura en el siglo XX y hasta es venerado como héroe social o ciudadano preocupado por ayudar a los más débiles. El Al Capone de Bair en efecto es ese individuo que hace regalos lujosos a todo el mundo, da billetes de cien dólares a los niños y se siente un mero empresario que se angustia por la salud auditiva de su hijo Sonny. El otro es el asesino, el extorsionador, el multimillonario que levanta la llamada Organización gracias a los sobornos en ambientes judiciales, policiales y políticos, que hace negocios a partir de la Prohibición, pues consideraba que él proporcionaba alcohol, legítimamente, a los que querían beber, y el que se lucró mediante prostíbulos y casas de juego. La autora llega a describirlo, cual recurso pessoano, como un hombre que contenía multitudes.

Manipulador y victimista

Pero sobre todo aparece un hombre inteligente, que supo asesorarse bien y caer simpático, ganarse la cercanía –por gusto, curiosidad o miedo– de estrellas como Louis Armstrong y usó a la prensa para publicitar sus iniciativas personales, como el hecho de trasladarse a vivir a Miami, o crearse la victimista imagen de un tipo inofensivo. Explica, en este sentido, Bair que «era un maestro de la interpretación ten-denciosa, un manipulador astuto que sabía improvisar sobre la marcha y solía controlar todo lo que decía». Y ya sea por sus acciones agresivas o declaraciones públicas, ya sea por su tendencia al derroche hortera o su obsesiva estrategia de autoprotección, con guardaespaldas y muros alrededor de su casa, la lectura de esta ejemplar investigación resulta absorbente: por el protagonista, por su contexto sociopolítico y por las gentes que tuvo en torno, tanto los familiares como los demás delincuentes que se dan cita, en especial su mentor John Torrio. Al lado de innumerables libros que, con Al Capone incluso en vida, se basaban en rumores y pruebas no contrastadas, este de Bair aspira a ser el definitivo. Y sin duda por mucho tiempo lo será.