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El último verano de la aristocracia

El último verano de la aristocracia larazon

El lector abre esta novela y escucha la conversación entre dos trabajadores de la gran hacienda donde viven la marquesa de Monsalves de Tous y su nuera la condesa de Palmagallarda

El lector abre esta novela y escucha la conversación entre dos trabajadores de la gran hacienda donde viven la marquesa de Monsalves de Tous y su nuera la condesa de Palmagallarda, y en unas líneas de la charla el mozo de comedor, Cala, que todo lo gobierna, comenta al otro que las avispas están cambiando de alero porque se anuncia mal viento de levante. Es, quizá, el primer indicio de que, por mucho que aquella aristocracia agraria, culta y cosmopolita, viva en su mundo eterno, éste está condenado a muerte sin que ellos lo sepan. Es el verano del 36. Sinuosamente, como señales de lejanos incendios, Romero de Solis inicia la construcción de un mundo literario que arrastrará al lector por un universo de habitaciones, salones y patios palaciegos en verano (vemos un fragmento en la página 105 que nos recuerda el final del segundo tomo de la obra de Proust, con su empatía por objetos y sensaciones).

Romero de Solís, compañero de Semprún, gastrónomo, culto, intelectual y sensible, levanta ante los ojos del lector no solo la historia de estas aristocracias latifundistas andaluzas (no cita expresamente el verdadero nombre de la ciudad de la que habla, pero en Carmona existe una importante hacienda llamada Palma Gallarda), sino un completo cuadro de su gastronomía, sus lecturas, sus viajes, sus gustos, e incluso de su sexualidad, con escenas muy precisas de relaciones homosexuales del servicio o del iniciación del nieto de la marquesa con algunas prostitutas.

Aquí no estamos viendo los latifundistas de «Los santos inocentes», de Miguel Delibes, sino que estamos mucho más cerca del príncipe de Salina de Lampedusa. En este primer tomo de «Palmagallarda», subtitulado «Rosas, calas y magnolias», el mundo de elegancia y saber estar de las aristócratas, porque curiosamente sus maridos están prácticamente ausentes, tiene algo de ese polvillo de oro de los cereales en verano (que se quemarán en las últimas páginas de la novela) y nos van anunciando el fin de un mundo, que las buenas intenciones no podrán detener.

Las joyas y el dinero que se llevan los nobles a los refugios de Portugal y Gibraltar, las conspiraciones para el golpe militar en el que está implicado el hijo de la marquesa, las andanzas de los criados, son como el contrapunto de las clases de piano de una de sus nietas, de una vida construida sobre perfumes, comidas exquisitas, paseos por los patios donde el sol se contiene con fuentes y toldos, y que el viento de muerte de aquel verano arrastrará para siempre, aunque permanezca por un momento, con su fugaz esplendor, en la lectura de estas páginas.

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