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Fuguet, una biografía en VHS

El autor narra su vida a través de las películas que forjaron su identidad como narrador
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  • Diego Gándara

    Diego Gándara

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El autor narra su vida a través de las películas que forjaron su identidad como narrador.
Toda la obra de ficción de Alberto Fuguet es, de alguna manera, autobiográfica. O está basada, al menos, en muchos aspectos de su vida. Desde los cuentos iniciales de «Sobredosis», que a comienzos de los años noventa lo colocó a la cabeza de eso que se dio en llamar nueva narrativa chilena, hasta las novelas «Mala onda», «Por favor, rebobinar», «Las películas de mi vida» o «Missing» (aunque esta última, donde persigue la sombra perdida de un tío en Estados Unidos, está camuflada bajo la forma de una investigación), el autor supo trasladar al plano de la ficción todo aquello que formaba y forma parte de su vida. Autobiográfica o no, en cualquier caso, lo cierto es que Fuguet, desde sus inicios, ha desplegado un universo propio, cercano y conocido para los jóvenes lectores de entonces, y cuyos mayores referencias eran la cultura pop, la literatura de Bukowski, el rock, las drogas, el periodismo cultural, el sexo y, sobre todo, el cine, especialmente el de Hollywood, pues allí, en California, Fuguet había vivido parte de su infancia y de su adolescencia antes de regresar a Chile con sus padres a mediados de los setenta.
Confesión
Ese mismo universo es el que ahora vuelve a desplegarse en «VHS», una obra de no ficción aunque anclada en un género a mitad de camino entre la memoria y la confesión y que toma como referencia estricta al cine o, mejor dicho, a todas las películas que Fuguet vio durante las décadas de los ochenta y los noventa en Santiago de Chile mientras se iniciaba en la sexualidad y en el deseo y se abría en el mundo de la literatura como un escritor súper star.
Así, en «VHS», con el estilo suelto y fresco pero no desmesurado, Fuguet recorre las cintas de su vida que lo convirtieron en la persona que hoy es, aunque el centro de gravedad no se encuentre cercado exclusivamente por lo cinematográfico, sino por las experiencias de vida que acompañaron la proyección de esas películas, pues le hicieron descubrir su sexualidad y fueron, de algún modo, su educación sentimental: gracias a los filmes Fuguet conoció el placer, el deseo, el miedo y fue forjando, también, su identidad sexual.
La gran pantalla, en ese sentido, más que como una conexión con el mundo, funciona en este libro como una ventana hacia lo desconocido y, a la manera de las novelas de Manuel Puig, como un espacio tan real como imaginario en el que reconocer, a través de los argumentos y los personajes de Hollywood, la propia vida. Aparecen así toda clase de películas, el buen cine y el cine malo, actores como Matt Dillon o Richard Gere y directores como Brian de Palma, uno de los favoritos de Fuguet, pero también las salas de cine, los videoclubs que florecieron como hongos en los noventa, la vida nocturna y juvenil en el Santiago de Chile de aquellos años y todo eso que forma parte de la vida y que al final, como dice Fuguet en un momento del libro, puede transformarse en una pequeña historia o, al menos, en una historia personal que ya no se puede rebobinar.

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