Historia

Biografía

Gil-Robles, más allá de tópicos

Un conservador en tiempos convulsos. La biografía de Gil-Robles, desfigurada por los tópicos y los lugares comunes, sale a la luz a través de un ensayo que relee su obra y su vida, y que muestra a un hombre que no responde al retrato que nos ha llegado, sino a una persona atrapada en las circunstancias y las ideas de una época difícil

Recuerdos. Imagen de Gil-Robles con su hijo, que sostiene la foto
Recuerdos. Imagen de Gil-Robles con su hijo, que sostiene la fotolarazon

No tenía una misión sencilla: agrupar a los católicos y conservadores y darles voz en la II República. La biografía de Manuel Álvarez Tardío ahonda en la vida y obra, aún hoy muy desconocidas, de este político que, a través de la CEDA, modernizó la organización y propaganda de la derecha española.

La proclamación de la II República española el 14 de abril de 1931 produjo una exaltación popular de júbilo en parte de la sociedad española que depositó grandes expectativas de progreso en ella. Sin embargo, el conservadurismo español, que había gozado de privilegios con Primo de Rivera, concibió esta fecha como el inicio de un periodo de incertidumbre, que podría destruir sus valores y formas de vida. Entre los protagonistas destacados de este convulso periodo histórico aparece la figura de José María Gil-Robles y Quiñones (1898-1980), «uno de los líderes de la derecha católica más importante de toda la centuria», afirma Manuel Álvarez Tardío en su libro «Gil-Robles, un conservador en la República», editado por Fundación FAES dentro de su colección «Biografías Políticas», que dirige el propio Tardío, profesor de Historia del Pensamiento en la Universidad Rey Juan Carlos. «Un personaje poco biografiado del que cuesta encontrar datos, puesto que los archivos de la CEDA fueron confiscados en la guerra y quedaron desaparecidos».

- Partido por filiación

Para Tardío, fue «un parlamentario notable que demostró una habilidad indiscutible para competir electoralmente en defensa de los intereses de los católicos y de las derechas que no recibieron con entusiasmo la II República, pero se adaptaron a las circunstancias e hicieron política respetando la legalidad. No llegó a presidir el Consejo de Ministros y ocupó el Ministerio de la Guerra sólo siete meses, pero su biografía política –afirma– es indispensable para entender este periodo entre 1931 y 1936». Los objetivos del libro son «analizar cómo llegó a convertirse en líder de la CEDA, primer partido moderno por afiliación, organización y propaganda de la derecha española, y cómo dirigió la derecha católica durante la II República» .

Su trayectoria comprende desde la crisis de Alfonso XIII hasta la Transición, pero el autor aborda fundamentalmente su época republicana hasta la Guerra Civil, aunque con un generoso epílogo sobre su recorrido después de ésta. Licenciado en Derecho en Salamanca siguiendo la carrera jurídica de su padre, Gil-Robles militó desde joven en organizaciones políticas y sociales católicas. En Madrid formó parte relevante de la redacción del diario católico «El Debate», dirigido por Ángel Herrera Oria. En 1931, fue elegido diputado en las primeras elecciones de la República y pasó a militar en Acción Nacional, rebautizada en 1932 como Acción Popular. En marzo de 1933 participó en la creación de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA). Meses después se casa y asiste como observador durante su luna de miel al congreso del partido nazi en Nuremberg, interesándose por sus medios de propaganda política.

La CEDA era un partido accidentalista de derechas que pretendió, mediante la legalidad republicana, acceder al poder para introducir revisiones en la Constitución de 1931, fundamentalmente aque- llas que afectaban a la pérdida de poder de la Iglesia y a la propiedad. «Su principal seña de identidad –señala Álvarez Tardío– es la defensa del posibilismo, es decir, la adaptación del ideal a la realidad de cada momento». Gil-Robles lo explicaba: «Si no es más que la realización del ideal, en la medida que es posible, en cada una de las circunstancias de la vida, me quedo con el posibilismo». A pesar de ser la fuerza más importante del Congreso en las elecciones del 33, Alcalá Zamora encarga la formación de gobierno a Lerroux.

Tras sucesivas crisis, la CEDA entra en él y es nombrado en mayo de 1935 ministro de Guerra. Desde aquí nombró a Franco jefe del Estado Mayor Central, tras haber liderado éste la sangrienta represión en Asturias. En diciembre de ese mismo año reclamó la presidencia del Consejo de Ministros, pero Alcalá Zamora prefirió disolver el Parlamento y convocar elecciones. La CEDA, que aspiraba a arrasar en ellas, «puso en marcha la mayor campaña de propaganda política conocida en despliegue de medios y presupuestos. Se distribuyeron cincuenta millones de octavillas, carteles y folletos, y se dieron grandes mítines pidiendo el voto para obtener una mayoría de 300 diputados que les permitiese cambiar la situación y la Constitución. Sin embargo, la realidad era más modesta y fue derrotada en las urnas por el Frente Popular», dice.

A Gil-Robles se le ha achacado siempre su ambigüedad. Para Tardío, en efecto, «tuvo una relación de esta naturaleza con la democracia», pero sostiene que «muchas de estas ambigüedades eran deliberadas y para valorarlas hay que tener en cuenta el contexto y la idea de democracia, algo inseparable para analizar a los cedistas y la nueva derecha que se organiza en el 31». Según el autor, «el Gil-Robles de los años 30 es un político joven e interesante que logró poner en marcha un grupo que movilizó millones de votantes y compitió con éxito en las elecciones. Su posición fue siempre incómoda, tanto para los monárquicos, que no aceptaron el accidentalismo, como para las izquierdas. Algunos –pocos– lo vieron como una oportunidad para integrar a los católicos en el régimen, previa reforma del mismo, y otros –la mayoría–, el PSOE y la izquierda obrera, como una amenaza, como un instrumento peligroso para la democracia, una opción encubierta de autoritarismo conservador, apoyando o justificando incluso una rebelión violenta contra su entrada en el gobierno. Lo consideran un caballo de Troya que sirve para hacerse con el control del poder a través de los mecanismos electorales y destruir la República desde dentro una vez conseguido». ¿Por qué? «Porque un partido que quiere el poder para cambiar las reglas del juego genera desconfianza». Afirma el autor «haber intentado quitar todas estas etiquetas que lo acusan manteniendo una cierta distancia». Y añade que Ees frustrante ver calificativos como tradicionalismo, protofascismo o derecha fascistizada –que no defiendo–, si no los insertamos en su contexto». Par aluego preguntarse: «¿Qué hizo un sector de la derecha ante el asalto a sus derechos y valores? La respuesta de Gil-Robles es dinámica, moderna, trata de sacar de la democracia lo que ésta le da». Es curioso que haya pasado a la historia como un enemigo de la democracia republicana. Lo que encontramos en su trayectoria política es un juego con las oportunidades. Es un gran movilizador, con un espíritu incansable de organización», señala. «Su fracaso fue que el posibilismo no fue posible. Construyó un partido moderno en cuanto a organización, propaganda y movilización, en votantes y afiliación, pero fracasó porque el posibilismo fue imposible. Su triunfo pasaba porque aquellos que habían ideado la República entendieran que había que hacer hueco a otros, y eso no ocurrió, aunque –subraya el autor–, también ellos tuvieron culpa y responsabilidad por sus errores». A Gil-Robles, escribe Álvarez Tardío, «siempre se le ha recalcado más el debe que el haber. No se ha reconocido su papel debido a una historiografía que arrojó toneladas de reproches ideológicos sobre la labor de la derecha católica posibilista. Sin embargo, desde los años 70 hay historiadores que han intentado explicar de forma menos sesgada la complejidad del mundo de las derechas en la República y, especialmente, el papel desempeñado por Gil-Robles, no exento de polémica, ambigüedad y errores, pero muy lejos de la imagen reaccionaria, fascistizada y autoritaria proyectada sobre él por algunos de sus coetáneos».

Un avión para Franco

Mucho se ha conjeturado sobre la actuación de Gil-Robles en el golpe militar del 36. «En sus “Memorias” –explica Tardío– aseguró no haber implicado formalmente a la CEDA en ninguna conspiración, ni dio orden a sus afiliados para organizar milicias armadas, pero reconoce que tuvo información detallada de la actividad de los conspiradores, si bien desconocía la fecha elegida para el levantamiento», y sostiene que «su versión sobre su papel los meses anteriores al 18 de julio varió según el momento, aunque nunca ocultó lo fundamental: a principios de julio no creía posible otra salida que la militar para poner punto final al desorden y al peligro revolucionario que consideraba irreversible. Esto le llevó a decisiones que significaban un apoyo inequívoco al golpe, como enviar los fondos electorales de la CEDA a Mola o participar en las diligencias para enviar un avión a Canarias a Franco».

El nacimiento de la CEDA

Escribe Álvarez Tardío que «en febrero de 1933, las diferencias entre el ala católica posibilista y los monárquicos condujeron a la escisión de éstos. El 5 de marzo se constituía la CEDA, una alianza de partidos políticos de derechas que aseguraba contar con más de setecientos mil afiliados. El partido más influyente de la coalición era Acción Popular dirigido por Gil-Robles, que fue su presidente sin que nadie discutiera su liderazgo. La CEDA fue presentada por éste como una organización basada en ideas católicas que aglutinaba a las derechas españolas con un programa “netamente social”. Sus postulados estaban claramente orientados por la doctrina social de la Iglesia católica y su modelo de Estado era, o bien confesional, o bien de marcada defensa de la educación, los valores y la fe de su Iglesia. Su programa se resumía en el lema “Religión, Patria, Familia, Orden, Trabajo y Propiedad”».