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Hiel en la miel

Hiel en la miel
Hiel en la miellarazon

Del mismo modo que el blancor de la camisa del hombre del «Fusilamiento» de Goya o el de una arpillera de Millares concentra más la muerte que la oscuridad que las envuelve, así la poesía de Miguel Ángel Curiel (Korbach Valdeck, Alemania, 1968) la convoca recurrentemente a plena luz: «Cielo / tumba abierta», «Sol frío», «Los huesos negros / de la nieve»... Al tiempo que publica la segunda edición de su antología «El agua» (Tigres de papel), aparece este «Astillas», en que, sin menoscabo del rigor órfico y elemental que asola a su poesía, se vuelve más existencial y explícita («No has escalado / más que escombros»).

Curiosamente, novedosos giros lúdicos («la mariposa borracha», «la higuera marica» ... «chupar la hiel / o la miel / de Curiel») no hacen sino reforzar la senda agónica de la incomunicación más severa, rumbo a la muerte, que aguarda como fruta madura. Bajo el escorzo del negro sobre blanco, su verso ausculta el tránsito de «lo negro en lo blanco». De ahí la ausencia de salidas: cuando parece a punto de consumar el silencio, de pronto se reinstaura el ruido que lo ciñe; cuando trata de establecer un íntimo vínculo entre el yo y el prójimo, prevalece la mazmorra de «ese tú en el que estamos encerrados todos», o cuando logra fusionarse a la naturaleza, es la señal de que ésta se ha vuelto («árbol arrancado», «Fruta que cae / como tú de ti mismo») naturaleza muerta. La ecuación de fondo resulta indisociable: «La luz / y el silencio del sol / son también / el silencio / y la luz de la muerte». Y, mientras tanto, en Curiel, la hiel coincide con la miel.