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La francesa que no conoce límites

larazon

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Era previsible que después de tanta recombinación posmoderna y vuelta a los orígenes góticos de los géneros el thriller psicológico sufriera una regresión a lo siniestro del Théâtre du grand-guignol de finales del siglo XIX. Un teatro sensacionalista basado en hechos criminales, repletos de golpes de efectos, truculencias y terror, con una estructura melodramática simple, adecuada para que los psicóticos se muevan a sus anchas en esa placenta de horror que es la pesadilla. El expresionista alemán fue el primero en adoptar el gran guiñol, convirtiéndolo en un nuevo «Théâtre des horreurs». Un clásico como «El gabinete del doctor Caligari» (1920) es el precedente del moderno cine gore, «splatter» y de terror psicotrónico: sangre, vísceras, degüellos y carnicerías criminales del «giallo» italiano y los «grindhouse» de los 70.
La francesa Ingrid Desjours, saludada en el peritexto de la novela como «la nueva reina del thriller francés», sencillamente ha recuperado en «Ojos de muñeca» el cuento de terror con personajes y escenas del «grand-guignol» más negro para armar un relato cuajado de escenas siniestras, madres malvadas, padres pedófilos, niñas psicóticas, muñecas diabólicas y personajes de utilería dignos de aquel teatro «fin de siècle».
Ni suspense ni intriga
La referencia de la autora al delicado filme de Georges Franju «Los ojos sin rostro» (1960) tiene tan poco sentido como el homenaje de Almodóvar en la espantosa «La piel que habito» (2011). Dentro de la intriga psicológica estamos ante un cuento de terror que celebra el revival de los asesinos psicóticos como Norman Bates y su variación granguiñolesca «¿Qué fue de Baby Jane?» (1962), el esperpéntico y magistral filme de Aldrich. Sin embargo, aquí no hay intriga que atrape ni suspense que acucie. Es un cuento de horror desplazado mezclado con la fantasía feminazi de la esquizofrénica Valerie Solanas, que propugnaba «Contra violación, castración».
¿Qué busca Ingrid Desjours? Sobrepasar el convencional cuento de terror utilizando sus mismos recursos. Si lo perturbador del gore y su límite el «snuff movie» residen en la violencia física y sexual explícitas, la psicópata Barbie de este libro le añade un plus de realismo con la descripción realista de olores fétidos, sabores nauseabundos y sensaciones morbosas que ahondan en la psicopatía de un personaje que se revuelca en las heces de un machismo hediondo y la ridiculización de la mujer objeto, ambos innecesarios por obvios. A este gusto por lo asqueroso le corresponde un halo poético tan sórdido que a su lado Jean Genet queda fino, cayendo voluntariamente en todos los excesos del gran guiñol, con el añadido de una atmósfera negra y mefítica de olores y sabores que cuadran con la definición que la madre hace de Barbie: «Apestas a mierda y a vicio».
Si tras Norman Bates proliferaron los asesinos en serie, después de la Barbie de Desjours y su muñeca diabólica queda abierto el campo a los olores pútridos y lo indecible de la sordidez excrementicia.