La mujer que lo deseaba todo
En estas páginas se nos plantea cómo el rencor puede dilatarse indefinidamente y cómo el amor y el odio son sentimientos compatibles. De igual modo, nos enseña que el pasado siempre está dispuesto a irrumpir en el presente. Virginia verá cómo su mundo se hace añicos al tropezar con Daniel, un magnate de los medios de comunicación y un hombre sin escrúpulos. Hasta su aparición, nuestra protagonista se siente segura, pero él le ofrece un plan profesional que no puede rechazar. Entonces, va tejiendo una red alrededor de ella, en la que va a obligándola a cuestionarse sus valores, principios y lo que cree de sí misma... Además, tiene una información que ella decidió olvidar para seguir adelante, y eso será lo que le haga más seductor ante sus ojos...
La realidad es frágil, parece recordarnos su autora, y más aún, descubrir que nosotros somos nuestro mayor enemigo. Si se aúna esta premisa a la posible inspiración de Slavoj Žižek en «Viviendo en el final de los tiempos», asistimos a la forma en que la ética contemporánea tiene una clave innegable: poder transgredir la norma en nuestro beneficio. La novela gira en torno al poder de la amoralidad. O de la inmoralidad de ciertos sujetos que actúan sin límites. Todos deseamos tener un as en la manga, resultar seductores y ostentar poder... De ahí que este relato resulte perturbador: nos coloca frente al espejo. La ansiedad, las ganas de no perdernos nada, el deseo de vivir o el hambre de poder se convierten en una espiral que nos lanza contra el peor de los pronósticos. Es, ésta, una novela ambiciosa, escrita con un ritmo frenético que se adentra en la destrucción de una familia, cuestionando uno por uno todos los cimientos sobre los que se ha edificado. Pero con una moraleja: el pasado vuelve y siempre se cobra un altísimo precio. Una novela dura, donde el cara a cara con sus raíces coloca a Virginia en un punto de no retorno, transformando su vida. Menos mal que todo es ficción, porque de no ser así, ¿quién aguantaría más de una realidad?