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«La pobre gente» de Ignacio Aldecoa

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La edición revisada de todos los relatos de Ignacio Aldecoa ofrece la oportunidad de disfrutar de uno de los grandes cuentistas españoles del siglo XX. Leer a Aldecoa en estos setenta y nueve cuentos es darse de bruces con veinte años de la historia de España, los que van de 1948 a 1969. Josefina R. Aldecoa, su mujer y autora del espléndido prólogo, los clasificó cronológicamente veintiséis años después de la repentina muerte de su marido por un infarto que acabó con su vida y truncó una de las carreras literarias más prometedoras de este país. Murió justamente cuando se avecinaba el cambio, del neorrealismo de los años cincuenta, tiempos de denuncia social, a una literatura orientada al conflicto individual.
«Hemos vivido inmersos en unos años de crisálida», decía Aldecoa, con esa capacidad suya para incorporar la poesía a la vida, porque la crisálida parece un animal muy poético para definir aquellos tiempos tan grises y tan duros. «Seguir de pobres» y «Quería dormir en paz» son una muestra de los cuentos que muestran a «las pobres gentes de España».
Su especial sensibilidad para captar el dolor y el sufrimiento consigue auténticas obras maestras que muestran la pobreza, la injusticia o la frustración sin que ninguno de estos términos se pronuncie una sola vez. Pero su temática, como él mismo afirmó, es más amplia: la brevedad de la existencia, la humanidad, la medida del hombre frente a la naturaleza. Los personajes pintorescos de distintas profesiones, los gitanos, los actores, protagonizan historias en las que se muestran las consecuencias de la guerra sin hablar de ella. Todo es puro devenir cotidiano en estos cuentos entre los que se hallan algunos tan emblemáticos en el conjunto de las letras españolas como «Young Sánchez», «Santa Olaja de acero» o «El porvenir no es tan negro».
De la España de los tranvías y el sereno, de la escasez y la tristeza a la España de los años sesenta y el atisbo de la esperanza. Para Aldecoa ser escritor era ante todo una actitud en el mundo. «Yo he visto y veo continuamente cómo es la pobre gente de toda España. No adopto una actitud sentimental ni tendenciosa. Lo que me mueve es, sobre todo, el convencimiento de que hay una realidad cruda y tierna a la vez, que está inédita en nuestra narrativa».
Un vitalista
Esa ternura aludida, un lenguaje que mezcla la crudeza con lo poético y un magistral dominio del idioma con el que trabaja, son los instrumentos literarios que convierten a Aldecoa en uno de los grandes. Un vitalista, afirmaban quienes le conocieron, capaz de volcar su fuerza tanto en la vida como en la literatura.
Cuenta Josefina en el prólogo que Aldecoa admiraba a Stevenson y que le hubiera gustado que le recordaran así: el narrador de historias. Lo es, tanto en sus cuentos como en sus novelas Aldecoa muestra ese don especial que poseen los que saben contar historias. Las suyas crearon una literatura llena de fuerza poética y social que se mantiene vigente y su lectura proporciona al lector una satisfacción personal que muy pocos autores consiguen.