Literatura y alcohol, un cóctel con éxito
«He vivido sola con el alcohol durante veranos enteros (...). El alcohol hace resonar la soledad y termina por hacer que se lo prefiera antes que cualquier otra cosa. Beber no es obligatoriamente querer morir, no. Pero, uno no puede beber sin pensar que se mata. Vivir con el alcohol es vivir con la muerte al alcance de la mano». Lo escribió Marguerite Duras, una autora pasional, como demuestra «El amante». Ella convivió con la bebida de fuerte graduación durante años en una íntima comunión, y, en una de sus primeras novelas, el Campari pasa de mano en mano sin compromiso, mientras la conversación discurre. Por eso, Antonio Jiménez Morato la ha vinculado con el «negroni», un cóctel que en su mezcla lleva este ingrediente. El escritor, junto al ilustrador Aurelio Lorenzo, ha trazado un recorrido por la literatura a partir de los cócteles y combinados que los escritores han incluido en sus libros, o su dieta, en «Mezclados y agitados» (Debolsillo). Hay novelistas de ayer y de hoy. Clásicos y no tanto. Con paladar más exquisito, y otros que se lanzan sin complejos por el «calimocho», como Fogwill. La nómina es larga y por ella circulan poetas como Charles Baudelaire, que le daba al «sazerac», «el cóctel oficial de la ciudad de Nueva Orleans», según el estado de Louisiana; Raymond Carver, que se acercó al «boilermaker», que más que un combinado es una receta que mezcla cerveza y whisky para perder la conciencia de una manera rápida y sin complejos; Saul Bellow, que se inclinaba por el cóctel de champán, como Thomas Mann y su «bellini»; William Faulkner, que mostró su preferencia por el «julepe de menta», un símbolo del Sur confederado; o Ernest Hemingway, el autor de «El viejo y el mar», el escritor que dijo que «el alcohol no significa nada. Estar borracho es lo importante», parece que estaba familiarizado con algo identificado como «papa doble», que empareja ron blanco, zumo de lima y azúcar.
No faltan los novelistas en lengua castellana, y Roberto Bolaño, por ejemplo, está asociado con el «charro negro» (que divide en partes iguales tequila, Coca Cola y zumo de lima); Mario Vargas Llosa, que debe conocer bien lo que es el «chilcano», ese cóctel que lleva pisco puro, dos gotas de Angostura y un chorrito de zumo de lima, todo completado con ginger ale; Jaime Gil de Biedma, al que se le vincula con algo tan seco y tan de taberna de barrio como «el sol y sombra»; o Juan Marsé, que se desmarca del resto con una bebida que parece el nombre de un bombardero de la Segunda Guerra Mundial: el «French 95», que reúne en una coctelera el whisky, sirope simple , y limón y naranja recién exprimidos. Muy vitamínico, por supuesto.