Nadie quiere atrapar al asesino
Sí, es una historia policial, pero distorsionada de tal manera que, más que una historia policial, parece una parodia (revestida de homenaje, eso sí) del género. Porque aquí, en «Las gafas negras de Amparito Conejo», no importa tanto averiguar quién es el asesino, sino otra cosa: saber qué clase de personas eran los sospechosos de haber matado a Pereyra Iraola, el director de un colegio que, como en toda novela del género, aparece muerto al comienzo y en extrañas circunstancias.
Parodia o no, lo cierto es que el espíritu paródico y policial es el que mueve la trama de esta novela escrita por el argentino Guillermo Roz e ilustrada por su compatriota Oscar Grillo y contada en primera persona por la hilarante voz de Amparito Conejo, la secretaria de Pereyra Iraola, que se ha propuesto convertirse en escritora para descubrir quién ha matdo al hombre de quien estaba enamorada.
Vida errante y esperpéntica
Quién es el asesino en esta historia de enredos y delirios, de humores y amores y sueños rotos, en ese sentido, es lo que menos importa. Porque lo que cuenta, en realidad, es el colorido relato de Amparito y el conjunto del libro, que atrapa al desprevenido lector de inmediato. Y lo hace por varios motivos: por el sentido del humor que se desprende de sus páginas, por el estilo musical de la propia Amparito, que narra la vida errante y esperpéntica de los sospechosos de haber asesinado a Pereyra Iraola, y por los impecables e impactantes dibujos de Grillo que acompañan el texto y funcionan, más que como una simple ilustración de las escenas, como una suerte de glosa de la novela. Lejos del descaro o la ironía que, en ocasiones, suelen empobrecer las mejores parodias, Roz se nutre de los recursos de ambos géneros (no sólo del policial) y despliega una estrategia narrativa novedosa: las historias se van ensamblando unas con otras en la voz, por momentos delirante, de Amparito Conejo, que despliega toda una galería de personajes extraños, que viven en una realidad que a veces se confunde con el sueño y en ocasiones adquiere ribetes pesadillescos.
Así entran en escena Lunari, el portero del colegio que en una época fue un aguerrido centrocampista; las hermanas Dancer, que bailan sin parar en las horas de patio; Goyeneche, un cantor de tangos que se parece mucho a un cantor de tangos real que llevaba el mismo nombre; y muchos otros personajes en los que se respira un aire de espejismo e ilusión, de esperanzas y desencantos que sólo la imaginación poderosa de Amparito Conejo puede revelar.