Piratas, tiburones y viejos marinos
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El escritor venezolano José Balza publicó en 1987 un libro extraordinario, «Este mar narrativo», que bien podría servir para titular esta amplia antología de relatos marítimos, compilada por Marta Salís y con la participación de dieciséis traductores. Balza ponía como epígrafe a ese volumen una nota de Thomas Mann, perteneciente a su ensayo «Viaje por mar con Don Quijote», en la que ponía de manifiesto su intención de leer la obra de Cervantes «a bordo y llevar a su límite este mar narrativo». Era 1934, y el alemán surcaba el Atlántico huyendo de los nazis para establecerse en Estados Unidos. Una trayectoria de Europa a América que casi cuatrocientos cincuenta años atrás hacía Cristóbal Colón y de la que hay reflejo en este bello «Relatos del mar» mediante un texto de su hijo Hernando, extraído de «Historia del Almirante» (1571).
Esta referencia sobre el conocimiento de las supuestas Indias en la que se descubrirá «cómo el Almirante perdió su nave en unos bajos, por negligencia de los marineros, y el auxilio que le dio el rey de aquella isla», de un hombre que llegó a tener una biblioteca de veinte mil libros y que escribió siempre en favor de su padre, al que acompañó en su cuarto viaje al nuevo continente, es el punto de inflexión elegido para arrancar la antología. «Es porque el descubrimiento de América (1492) –apunta Salís en la presentación– se considera uno de los acontecimientos históricos que, junto con la toma de Constantinopla (1452), señalan el inicio de la Edad Moderna. De un modo u otro, el mar se hace Historia, y luego literatura, en cuanto se convierte en canal para expediciones y conquistas».
La crueldad de Henry Morgan
De tal modo que encontramos pasajes tan curiosos como el titulado «De Malua a Ocoloro», del veneciano Antonio de Pigafetta, quien acompañó a Magallanes y sobrevivió a un viaje de tres años en el que casi la totalidad de la flota pereció pero en el cual él sacó fuerzas para llevar un diario donde dio cuenta de asuntos, incluso de carácter fantástico, al pisar la isla de Java, que no tienen desperdicio alguno. El lector podrá disfrutar así de miradas marinas donde el viaje, la aventura, el peligro o la ensoñación se convierten en temática desde la autobiografía o la ficción, o desde una mezcla de ambas, pues se concentran aquí muchos escritores navegantes. Hay un texto sobre piratas de Alexandre Olivier Exquemelin, un esclavo convertido en cirujano que vio de cerca las brutalidades del bucanero galés Henry Morgan, u otro más específicamente sobre la esclavitud, un tremebundo testimonio del africano Olaudah Equiano en torno a la travesía de un barco negrero que lo trasladó cuando era solamente un niño a la isla de Barbados. En contraste vemos miradas sobrias de pasajeros burgueses como Washington Irving, Anthony Trollope o Henry James, visiones líricas de Nathaniel Hawthorne o Pío Baroja, y por supuesto un acercamiento al tema desde parámetros fantásticos, caso de «La historia del barco fantasma», del alemán Wilhelm Hauff. El mar, así, nos salpica desde lo histórico, romántico, lo realista, lo épico, lo fabuloso; y todas las olas actúan de vasos comunicantes entre épocas, geografías, estilos. Por eso, clásicos de la narrativa marina como «Dos años al pie del mástil» (1840), de Richard Henry Dana, hijo, del que aquí se ha incluido un texto sobre el cabo de Hornos, no podían faltar, pues este en particular influiría en Herman Melville, que también se haría eco de una historia integrada aquí, «Un descenso al Maelström», de E. A. Poe. Imposible destacar uno u otro horizonte entre Chéjov, Kipling, Hemingway, Saki, Kafka o Stoker, entre maestros del género como Jack London, Conrad. Stevenson, Defoe... Habrá ataques militares en el Pérez Galdós de «Trafalgar», aventuras en el Verne en «Los amotinados de la Bounty», una crónica de un naufragio que padeció Stephen Crane. Toda una tripulación que llevó al mejor puerto, el de la posteridad, todas sus narraciones.