Por el camino de Delibes
Decir de una novela que le hubiera encantado a Miguel Delibes no es, ciertamente, un elogio menor; es el caso de «La tierra desnuda», primera incursión en la narrativa extensa de Rafael Navarro de Castro (Lorca, 1968). Presenta la imaginaria historia de Blas, el Garduña, labrador en la profunda España rural del siglo XX que, entre la malvivencia cotidiana, conocerá la dureza histórica del país, los abusos, injusticias y algún que otro destello de escueta felicidad personal. Todo ello entrañado en un agreste paisaje natural y social que recuerda a la literatura de José María Merino, Julio Llamazares o Luis Mateo Díez. Los ciclos temporales ligados a la siembra, la trilla, la siega y la recolección pautan la crónica de una existencia compartida con los animales del campo, el omnipresente río como fuente de vida, lluvias inciertas y desolados desmontes. La novela arranca naciendo el protagonista en la áspera soledad de un perdido camino arrullado por cachorros de gato e inmerso con toda sencillez en una áspera realidad campesina y llega hasta el desarrollismo tardofranquista y el fin de un modo de existencia pautado por la sabiduría popular y la economía de subsistencia.
Costumbrismo rural
Como trasfondo, el caciquismo cortijero y desalmado, la fracasada reforma agraria y los continuos contratiempos de la climatología; una negatividad que no descarta cierto lirismo narrativo, la libertad inherente al medio rural, el gratificante desafío de la tierra trabajada y un triste bucolismo ambiental. Es este un libro de calmado ritmo expresivo, elaborado trabajo de vocabulario, descarnado tono en la denuncia social e impactante retrato de una deprimida geografía. Un latente mensaje ecológico enriquece la realidad de una atmósfera alterada: «Llegaron los inviernos sin frío y las noches sin estrellas. Las primaveras se volvieron veranos y los veranos, infiernos. De primeros de mayo a últimos de octubre no caía ni una gota de un cielo inmisericorde. Por encima de las acequias, las tierras de secano eran cada día más ásperas y más roñosas» (pág. 371).
Parece comprensible que una primera novela trate de aglutinar temas y aspectos largamente larvados en la mente del autor, y ésta no escapa a una cierta acumulación de justificados referentes; pero no es esto un lastre de su innegable agilidad argumental y excelente construcción de personajes y situaciones. El hecho de ser un técnico especializado en el mundo rural avala la calidad de unos contenidos bien conocidos procedentes de una vocacional experiencia profesional. Estilísticamente, su opción por el realismo delibeano, de una sintaxis modélica, compone un extenso relato de impecable factura clásica que alterna penurias y alegrías en acertada simbiosis vital.