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Reverte, el hombre tranquilo

Reverte, el hombre tranquilo
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Javier Reverte es el Theroux español por su relevancia como escritor de literatura de viajes. Si hablamos de la amplitud de sus aventuras creo que supera al norteamericano. A modo de resumen: Reverte ha recorrido los cinco continentes, navegado por mares y océanos y por los grandes ríos, ha cruzado el Ártico y pisado la isla del Cabo de Hornos, ha seguido los caminos literarios de Homero o Jack London y el continente africano debe de guardar pocos secretos para él. En el verano de 2004 se fue a recorrer Irlanda, uno de sus países preferidos, y guardó sus notas hasta el verano de 2012. Entonces se refugió en Wesport, un pequeño pueblo irlandés cerca del mar y dejó que Irlanda le cantase al oído. Todas las naciones se definen a través de su historia, su paisaje, sus gentes y también por sus mitos, su poesía y canciones, pero en el caso de Irlanda el peso de la leyenda cala tanto como esa lluvia que les lleva a refugiarse en sus pubs con una pinta de cerveza y cantar antiguas baladas sobre sus héroes, ya sean grandes luchadores por la libertad o humildes pescaderas.

Tabernas decoradas

En este pequeño país de poco más de cuatro millones de habitantes hay más escritores por metro cuadrado que en cualquier otro lugar del mundo, entre ellos cuatro premios Nobel de Literatura. Los irlandeses los aman y utilizan sus fotos para decorar sus tabernas, algo lógico teniendo en cuenta cuánto las frecuentaron la mayoría. Cada año miles de dublineses disfrazados de época acuden al «Bloomsday» para festejar el «Ulises» de Joyce aunque «ni lo lean ni lo entiendan». Envidiable y difícil encontrar en otro país este amor a sus escritores. «La costa de las lágrimas», «El hambre y el exilio» son dos títulos de sendas partes del libro que resumen el sufrimiento de un pueblo. No se puede entender a los irlandeses sin hablar de su relación con Inglaterra. Durante siglos las expropiaciones, matanzas y repoblaciones con protestantes fueron habituales y las leyes se promulgaban sin tener en cuenta al ochenta por ciento de la población que no podía ni tener propiedades en su propio país por el simple hecho de ser católicos. La peste de la patata, entre 1845 y 1850, conocida como «Gran Hambruna», llevó a la muerte o a la emigración a más de cuatro millones de irlandeses, aproximadamente la mitad de la población de entonces. El comportamiento del Gobierno inglés en aquellas terribles circunstancias fue de una crueldad extrema y explicaría, solo con este episodio, los sentimientos de los irlandeses y quiénes son los héroes de sus baladas, muchas de las cuales se reproducen en el libro.

Pero Irlanda ríe y llora y también hay espacio para recordar la película «El hombre tranquilo», de John Ford, a través de la cual se enamoró en su infancia y para siempre de Maureen O'Hara, parece imposible hablar de Irlanda sin hablar de sentimientos. Con Reverte hemos sentido su lluvia y su viento, disfrutamos de sus verdes colinas, cantamos en los pubs y lloramos por sus muchos muertos. Canta Irlanda, llora Irlanda.