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Vallejo vuelve con el aguacero

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  • Diego Gándara

    Diego Gándara

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Apenas dos libros de poesía publicados en vida (y dos más, editados de manera póstuma por su viuda) fueron suficientes para que la obra de César Vallejo se convirtiera en punta de lanza para una generación de poetas, entre los que se encuentran, por ejemplo, Ángel González, que vio y escuchó en el autor peruano (que soñaba con morirse en París un jueves y «con aguacero», en un día del cual ya tenía, anticipadamente, el recuerdo) una voz singular y única, que terminaría atravesando la poesía hispanoamericana del siglo XX. En «César Vallejo. La escritura del porvenir», Julio Ortega, quien mucho ha escrito sobre la obra de su compatriota, examina la poética de Vallejo desde una perspectiva novedosa: aquella que, como señala en el prólogo, se funda en «la tachadura del lenguaje heredado» y con la cual el autor de «España, aparta de mí este cáliz» adelanta una «poética del devenir».
De vanguardia
Así, la gran pregunta que recorre este libro, en el que Ortega conjuga la trayectoria biográfica de Vallejo con la lectura atenta de su poesía (especialmente la reunida en «Trilce») no es tanto qué puede decirse sobre Vallejo que ya no se haya dicho, sino otra: ¿por qué sigue siendo un poeta fundamental para la poesía hispanoramericana? «Ningún libro como “Trilce” llevó tan lejos la subversión de la lengua poética y, más aún, la crítica de las funciones del lenguaje», explica Ortega sobre este libro publicado en 1922, un año en que también aparecieron dos obras vanguardistas de enorme calado (el «Ulises» de James Joyce y «La tierra baldía» de T.S. Eliot), pero de las cuales Vallejo se diferencia al escribir desde la tachadura y lo residual; «en el ardimiento», como señala el propio Ortega, de un lenguaje que está «por hacerse». Y, quizá en eso, tal vez, consista su mayor aporte a la poesía hispanoamericana del siglo XX: en su capacidad para mover los cimientos de la lengua y, en el temblor de la palabra, nombrar sin nombre la poesía del porvenir.