Viva la melancolía
El prestigio de la melancolía es antiguo y se remonta nada menos que a la medicina hipocrática: era uno de los caracteres problemáticos derivados del exceso de uno de los cuatro humores, la bilis negra (melaine chole), en el cuerpo. El Problema XXX atribuido a Aristóteles abordó la cuestión abiertamente: «¿Por qué todos los que han sobresalido en filosofía, la política, la poesía o las artes fueron manifiestamente melancólicos?». Luego, los nacidos bajo el signo de Saturno, en su melancolía, fueron de nuevo prestigiados en el Renacimiento como dotados del genio creador, como ocurre en Marsilio Ficino y su relectura de Aristóteles y Platón. Para éste, acaso siguiendo a la medicina hipocrática, el hígado y la bilis eran sede de una emoción especial que conectaba con lo divino, como se intuye en el Timeo acerca de la adivinación.
La sagrada enfermedad del alma, fuente de inspiración y delirio desde Hipócrates a la filosofía renacentista, es analizada con fulgurante prosa ensayística por el novelista polaco Marek Bienczyk, que se diría tocado también por el dios Saturno. En un diálogo entusiasta y continuo con antiguos y modernos, melancólicos autores como Baudelaire, Burton, Borges, Benjamin o Sterne, este libro visionario nos conduce a las claves de la tristeza poética en la historia de la cultura europea. La melancolía es una constante en la música, del pensamiento, de la literatura y el arte en Europa: de Platón a Pessoa, del Winterreise de Schubert a la desesperación de Cioran. Y en España no nos es ajena. Cabe recordar que fue nuestro Don Quijote la figura ideal de melancólico desde que, en 1621, Robert Burton dijera en su «Anatomy of Melancholy» que aunque para el hombre «aquejado de soledad o disperso en la placentera me- lancolía» no habría mejor remedio que el estudio y que, a veces, precisamente, «su enfermedad procede del exceso de lectura; en ese caso sería añadir combustible al fuego... Tales hombres acaban al final tan locos como Don Quijote». Para Thomas Sydenham (1624-1689), el llamado «Hipócrates inglés», la obra de Cervantes era un tratado de medicina y el hidalgo un ejemplo médico ideal para demostrar cuestiones de teoría humoral y psicología.
Spleen, acedia, tristeza, monomanía... Los diversos nombres del «mal que entra a la alma», como decía Quevedo, son estudiados con ágil estilo por Bienczyk, recreando esa figura del genio melancólico y erra-bundo, el Wanderer, el flâneur, que tan cara fue a la interpretación romántica de la cultura española. Pues precisamente el año que Burton publicaba su inolvidable tratado, tan admirado por Borges, se traducía por primera vez «El Quijote» al alemán (Köthen, 1621). Desde su proyección germana en el romanticismo en Tieck o Heine, ningún héroe melancólico disputó la primacía al hidalgo de la triste figura, como decía el Tristram Shandy de Sterne –al que incluye Bienczyk en su nómina literaria– siempre «en busca de aventuras melancólicas».