Vivir para contarla
Memorias. Karl Ove publica el segundo volumen de su sensacional autobiografía «Mi lucha»
No es, en absoluto, un libro agradable, pero resulta imposible apartar la vista de cada línea, por tanta cruda honestidad. Por ello, entre la evocación, la enumeración de la cotidianidad y la alta reflexión, se va tejiendo una literatura extrañamente adictiva. Así, es entendible que uno de cada diez noruegos haya leído su obra en tanto que vuelve a transitar de lo mundano a lo sublime, este titánico autor que sacudió el mundo intelectual europeo cuando publicó en su Noruega natal –y de un tirón-, las seis novelas que conforman su ambiciosa empresa literaria con el subversivo título «Mi lucha» (desafiantemente titulado en noruego: «Mein Kampf»). Si en el primer volumen se ocupó de su niñez y adolescencia, del derrumbe de su primer matrimonio y de la muerte de su padre... Nos reencontramos con él, en este segundo tomo, «nel mezzo del cammin sua vita», donde se nos documenta su relación con una nueva pareja en Estocolmo, la consiguiente paternidad y la delimitación –o imbricación– entre el espacio social y el doméstico (no exento de escenas mordaces y crueles, éste último); sus cuitas intelectuales y su pedestre día a día.
De lo universal a lo particular
En pleno ir y venir de lo privado a lo universal, no dejar de hincar la pluma en lo excelso sin antes haber apagado el cigarrillo, cambiar los pañales de su hijo o fregar los platos de la cena. Precisamente, de esa cosecha de aconteceres hiperrealistas es de donde obtiene su abundancia creativa Knausgard, siempre con temor a la vacua ficción; al entretenimiento mentiroso, al «pour parler» filibustero. Nada más lejos del resultado después de tanto esfuerzo porque en ese enorme talento ensayístico rico en reflexiones íntimas, escatológicas y psicopatológicas, es donde se encuentra a sí mismo y se cita con el lector. Un hombre, un artista, que no vive la vida que quiere transitar por culpa de sus deberes y rutinas, pero, que sólo a través de ese peaje logra alcanzar el verdadero corpus de esta monumental obra. Gracias al recuento de sus placeres y rutinas consigue la autenticidad anhelada. Por ello, por su denuedo, por su sufrimiento sumado a su ambición proustiana en el sentido literario-terapéutico, por la reinserción de los acontecimientos a través de la palabra, debido a su auténtica «lucha» de piel hacia adentro con el sable de su proceso creativo, logra convertir el agua en vino. La conversión del prosaísmo en arte es empresa sólo al alcance de unos pocos. El punto medio entre la necesidad de crear o la necesidad de vivir... O vivir para contarlo, porque la única existencia verdaderamente digna de ser habitada es la literatura.