Los últimos instantes de Antonio Machado: “Este sol de la infancia”
El poeta sevillano murió un día como hoy en Colliure (Francia), donde se exilió junto a su madre y su hermano José
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“Y cuando llegue el día del último viaje / y esté a partir la nave que nunca ha de tornar, / me encontraréis a bordo ligero de equipaje, /casi desnudo, como los hijos de la mar”. El final de la vida es un tema tan recurrente en la poesía en general como en la obra de Antonio Machado en particular, quien siempre aludía a él como un traslado, un viaje hacia un lugar inhóspito. Hizo en sus versos varias alusiones a la muerte, como es el caso de este fragmento de “Retrato”, y lo hacía quizá no por temor, sino por buscar su desafío. Ciertamente, aunque no desnudo, el poeta sevillano marchó muy cerca de la mar: en Colliure (Francia), un día como hoy de 1939.
Se hallaba en esta ciudad costera tras haber sido exiliado de España en plena Guerra Civil, país que abandonó junto con miles de republicanos perseguidos por el bando franquista. Así lo describe Ian Gibson en “Los últimos caminos de Antonio Machado”: “Cruzó la frontera en condiciones espantosas, junto a miles y miles de personas, bajo la metralla de aviones alemanes e italianos matando a gente inocente mientras huía. Fue un espanto, y su madre estaba medio muerta”.
Efectivamente, el poeta iba acompañado, además de su madre, de su hermano José y la pareja de éste, Matea Monedero. Y fue él el que se encargó de plasmar con palabras los últimos días del poeta en un cuaderno de notas. “Allí el espectáculo que se ofrecía a los ojos era desolador. Los españoles caídos y deshechos, sin dinero, éramos tratados por los mozos de aquel establecimiento con tan innoble y repugnante desprecio, que lo primero que preguntaban era si teníamos dinero con que pagar. En caso negativo, no daban ni un vaso de agua”, escribe José, refiriéndose en el refugio que hallaron, durante el trayecto, en Cerbére.
Si José portaba el cuaderno, Antonio llevaba una pequeña caja de madera con tierra que había recogido antes de cruzar la frontera con Francia: “Es tierra de España. Si muero en este pueblo, quiero que me entierren con ella”, le explicó a la dueña de la pensión de Colliure. Y es que tras pasar varias penurias en el camino, por fin pudieron contar con la ayuda de Corpus Barga, uno de sus mayores amigos del exilio, quien les consiguió alojamiento. Fue entonces cuando Machado comenzaría a vivir sus últimos días, con el gran sufrimiento de hacerlo lejos de su hogar, pero con la paz de al menos contar con la compañía de su familia.
A finales de enero, escribió José en el cuaderno, Machado “veía claramente que se aproximaba el final de su vida. No podía sobrevivir a la pérdida de España. Tampoco, sobreponerse a la angustia del destierro. Este fue el estado de su espíritu el tiempo que aún vivió en Colliure. Sin embargo, unos días antes de su muerte, me dijo ‘Vamos a ver el mar’. Esta fue su primera y última salida”. De esta manera, poco antes de marcharse para siempre el poeta mantuvo ese contacto con la naturaleza y el mar que tanto le apasionaba y, por tanto, reflejaba en su obra.
Perdieron bastantes cosas por el camino, aunque nunca las palabras ni los versos. A Antonio Machado le acompañó la poesía hasta el final de su vida, y tal es así que su hermano José, pocos días después de que el autor falleciera, encontró en el bolsillo de su pantalón un trozo de papel. En él figuraban escritas unas estrofas que parecían formar parte del esbozo de un poema. Halló, por tanto, el último verso del escritor sevillano, que comenzaba diciendo: “Estos días azules y este sol de la infancia”.