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Antonio Machado, poemas inéditos de amor

LA RAZÓN publica varias de las composiciones desconocidas del poeta que se incluyen en el libro «A orillas del gran silencio»
Antonio Machado / Foto: La Razón
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  • Víctor Fernández está en LA RAZÓN desde que publicó su primer artículo en diciembre de 1999. Periodista cultural y otras cosas en forma de libro, como comisario de exposiciones o editor de Lorca, Dalí, Pla, Machado o Hernández.

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Antonio Machado sigue siendo en la actualidad uno de los poetas más queridos por los lectores. En los últimos años, gracias a la disponibilidad de los fondos machadianos en la Institución Fernán González de Burgos y en la Fundación Unicaja de Sevilla, se ha podido ampliar más el conocimiento. Es lo que ha permitido que empiecen a ver la luz numerosos textos del autor de «Campos de Castilla», una amplia colección de manuscritos por estudiar y transcribir. Desde hace un tiempo, Rafael Alarcón Sierra es una de las personas que se está encargando de poner al día el estudio de esos papeles. Uno de los frutos del trabajo es «A orillas del gran silencio», una antología poética de Machado realizada por Alarcón Sierra y publicada por Calambur, que contiene una serie de poemas inéditos dedicados a los dos grandes amores del poeta: Leonor Izquierdo y Pilar de Valderrama, Guiomar para la historia de la literatura. Ellas marcaron sin ninguna duda la lírica de Antonio Machado.
Una triste historia
La historia de Leonor Izquierdo Cuevas es triste. Nacida el 12 de junio de 1894, era hija de Ceferino Izquierdo Caballero, un sargento jubilado de la Guardia Civil y dueño de una pensión en Soria. En diciembre de 1907 se cerró un establecimiento parecido, lo que había obligado a cambiar de residencia a uno de los huéspedes, un maestro llamado Antonio Machado, que se trasladó hasta la soriana plaza Teatinos. Lo acogió la familia Izquierdo Cuevas y fue allí donde conoció a Leonor, que contaba con 13 años. El autor de «Soledades» tuvo que esperar hasta el 12 de junio de 1909 cuando Leonor cumplió 15, la edad legal para poder casarse en esa época. Su tía Concha Cuevas la describiría como «de talla, mediana: el cabello, castaño, un poco ondulado; no se ponía afeites: una niña; los ojos, morenos oscuros; la tez, más bien sonrosada; la voz, un poco aniñada». El matrimonio tuvo lugar el 30 de julio de 1909, un día después de que los padres de la joven dieran por escrito el consentimiento para el enlace entre su hija y el poeta, que tiene 34 años. Tras el viaje de novios, la pareja volvió a Soria, donde Machado siguió con sus clases y trabajando en los poemas que formarían parte de «Campos de Castilla». En enero de 1911 se vieron obligados a ir a París para que Machado realizará estudios de Filología francesa. Leonor se puso gravemente enferma, y ambos volvieron a Soria, donde finalmente falleció la joven el 1 de agosto de 1912. Alrededor de la muerte y la agonía de Leonor giran algunos de los poemas que ven ahora la luz. Según explica Alarcón Sierra en declaraciones a este diario, «en ellos, el sujeto lírico se muestra como un verdadero personaje agónico: está lleno de dolor, blasfema contra Dios, le dice a Este que si se lleva a Leonor no le volverá a rezar. Finalmente, tras una serie de repeticiones intensivas, declara que, cuando le trague la tierra y se cierren sus ojos, volverá a verla a ella. En los poemas publicados, quizá el más cercano es el CXIX (“Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería”), que solo tiene cuatro versos: sintetiza y estiliza su dolor en un poema contenido, con mayor sobriedad».
La otra gran protagonista de estos poemas es Pilar de Valderrama. La poeta se había presentado en junio de 1928 en Segovia, ciudad en la que ese tiempo vivía el autor de «Soledades». Unos meses antes, su marido le había confesado que le había sido infiel, «hecho trágico que me impresionó dolorosamente, marcando un cambio en mi vida íntima», escribió Pilar en sus memorias póstumas. Decidió seguir su camino y se fue a Segovia con la esperanza de ver a un poeta al que admiraba profundamente. Machado la conoció el 2 de junio, naciendo una relación clandestina que Pilar definiría como casta. El poeta la bautizó como Guiomar, en referencia a Guiomar de Castañeda, esposa de Jorge Manrique.
Los poemas ahora rescatados son la poesía sensual de Machado. A este respecto, Rafael Alarcón Sierra asegura que «en los borradores a Guiomar que edito encontramos esa sensualidad (en versos, por cierto, que estaban tachados), y nuevamente unas declaraciones con gran franqueza: que fue ella, y no él, la que vino a buscarlo, y que todo su ser tiembla ante una nueva mujer, incluso ante la palabra “mujer”, de la misma manera que cuando era adolescente. Es decir, que el amor siempre se produce por vez primera y también es posible en la madurez, cuando él ya no se lo esperaba».
Llama la atención que poemas de tanta calidad no formen parte del conjunto del corpus machadiano. Alarcón cree que es porque no están «plenamente acabados. Hay una gran cantidad de manuscritos que pertenecen a su “taller literario”, una escritura privada que no siempre está destinada a salir a la luz. A partir de aquí, podemos especular con varias hipótesis. Estos borradores pueden ser una especie de desahogo. En ellos, Machado muestra sus sentimientos con gran franqueza. Quizá consideró que no eran buenos, que no aportaban mucho a su obra, o que estaban escritos con demasiada sinceridad, lo que no necesariamente siempre es bueno en la escritura poética».
POEMAS DEL CICLO DE LEONOR
La muerte ronda mi calle.
Llamará.
¡Ay, lo que yo más adoro
se lo tiene de llevar!
La muerte llama a mi puerta.
Quiere entrar.
¡Ay! Señor, si me la llevas
ya no te vuelvo a rezar.
¡Ay! Mi corazón se rompe
de dolor.
¿Es verdad que me la llevas?
No me la quites, señor.
Una mañana dorada
de un día de primavera
vi sentada
la muerte a su cabecera.
POEMAS DEL CICLO DE GUIOMAR
III
Tú me buscaste un día
-yo nunca a ti, Guiomar-,
y yo temblé al mirarme en el tardío
curioso espejo de mi soledad.
IV
Temblé como temblaba cuando niño,
al sospechar…
Y cuando adolescente,
sabiendo ya
lo que sabían todos, y, maduro,
cuando volví a ignorar.
Ahora, ya viejo, esa palabra fuerte:
«¡mujer!», ¡cómo otra vez me hace temblar!