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Santiago Posteguillo: «Julio César fue el Zelenski de la época»

El escritor publica «Roma soy yo», la primera entrega de un ciclo de seis novelas, a las que se dedicará la próxima década, centradas en desentrañar la verdadera personalidad del militar romano y revertir la imagen distorsionada que ha pervivido a través de tópicos, leyendas y películas
asis g ayerbe

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Santiago Posteguillo ha emprendido una saga literaria de seis novelas, que desarrollará a lo largo de los próximos diez años, centrado en la figura de Julio César. Un ambicioso proyecto que busca revertir la imagen distorsionada que ha pervivido a través de tópicos, leyendas y películas, para devolverla a los lectores desde una nueva óptica y bajo la luz de una necesaria y mejor comprensión. «¿En qué novela se ha dado a conocer que fue abogado? Lo que siempre nos llega es su relación con Cleopatra, la conquista de las Galias, muy popularizada por Astérix, y la guerra civil que mantuvo con Pompeyo. Pero si preguntamos los motivos que llevó a este enfrentamiento son pocos los que sabrían responder de manera adecuada».
El escritor ha presentado el primer volumen, «Roma soy yo» (Ediciones B), al que ha dedicado dos años de escritura, en el yacimiento arqueológico de Pella, Grecia, ciudad natal de Alejandro Magno. «Existe un claro paralelismo, como se irá viendo en mis libros, entre estos dos personajes. Pero, sobre todo, los macedonios fueron importantes en la vida de César, porque fueron sus habitantes los que pusieron en marcha un juicio donde él actuaría como abogado de su causa y que daría a conocer su nombre. En este proceso judicial es donde el apellido «César», entonces tan corriente como Pérez o Rodríguez, cambió para siempre para pasar a representar mucho más para el pueblo. Es el instante que preludia el hombre que va a dominar el mundo», explica el escritor, con un grueso abrigo, junto las ruinas de un templo, antes de añadir una reflexión: «Existen momentos en la historia en que un personaje puede cambiar una época. Julio César es el Volodímir Zelenski de su época».
«Roma soy yo» recorre los primeros años de Julio César, los más desconocidos. Presenta su relación con Cayo Mario, su tío, el general que revolucionó el ejército romano y del que se cuenta cómo venció a los bárbaros en la batalla de Aquae Sextiae, un enfrentamiento salpicado de épica, tensión y sangre. Pero también describe el ascenso y la crueldad de su gran adversario, el dictador Sila, un senador sin escrúpulos, delineado con los peores atributos de la ambición, que dominará la Ciudad Eterna con mano dura y que se ha propuesto destruir al joven César con ayuda de Dolabela, el gobernador de Macedonia.

Aspectos domésticos

Uno de los episodios axiales de esta entrega inicial será el procesado de este personaje por violación, robo y corrupción. Un bisoño Julio César se enfrentará a él en un juicio y tratará de condenarlo. Un proceso legal que no es hijo de la imaginación, sino que sucedió, fue real, tal como prueban los documentos. «César se jugó la vida en este tribunal por hacer justicia con Macedonia, que fue espoliada y humillada por los actos de este gobernador. Julio César lo hace, además, en una época en que Roma estaba dividida entre los que, como él, defendían el reparto equitativo de las tierras y las riquezas de la República en la sociedad frente a aquellas oligarquías que solo deseaban seguir expoliando los territorios, acumular privilegios y sumar riquezas. A eso es a lo que se enfrenta solo».
Este volumen inicial retrata los aspectos privados y domésticos de Julio César, lo que ocurre en su «domus», su casa, pero, a la vez aquellos antecedentes o momentos cruciales que marcarían el devenir de César, como su bautismo de fuego en la batalla de Mitilene, en la isla de Lesbos, una estrategia que en realidad estuvo diseñada como una celada para matarlo a él. O el conflicto larvado en una Roma partida de manera irremediable entre dos facciones irreconciliables y antagónicas: los populares, a los que pertenecería la «gens Julia», o sea, la familia de Julio César, y la aristocracia, o los optimates, que solo piensan en su porvenir y la manera de mantener sus canonjías y prebendas desde el senado acumulando influencias y dinero, aunque sea a costa del pueblo. «La república tardorromana ha derivado en una oligarquía tipo Putin, donde muchas familias amontonan riquezas. Julio César, punto de inflexión en la historia, arremeterá contra ellas. El problema es que las familias romanas estaban repartidas en dos partidos que dirimen su influencia en la asamblea del pueblo y el Senado. Este conflicto genera un montón de tensiones que llenarán las calles de una enorme violencia y de sicarios que intentan liquidar a enemigos políticos», comenta Posteguillo. Después añade una coda esclarecedora: «El debate político en el que está involucrado César, en el fondo, es totalmente actual. El ambiente que vive es muy parecido a esta Rusia con oligarcas que maneja los modos de una pseudodictadura. César no se enfrenta a una república moderna, democrática y justa, parecida a las nuestras, sino a esto...».
El Julio César retratado en estas páginas es un chaval todavía ingenuo, con la cabeza repleta de ideales y de idealismos, que considera que es posible cambiar las cosas a través del esfuerzo, la honestidad y las leyes, y que irá descubriendo, de manera paralela, el potencial de su personalidad, su capacidad de liderazgo y la verdadera dimensión y carácter público que le dan sus ancestros y sus propias acciones. Es un César que se convierte en «pater familias» a una edad demasiado temprana, que casi no le corresponde, y que crecerá rodeado por mujeres: su esposa, su madre y sus hermanas, a las que conoceremos con detalle y también el papel crucial que jugaron en su ascensión. «Él no tenía idea de que las mujeres fueran inferiores. Las respetaba. A su mujer, a su tía, a su madre... Vive entre ellas. Se relacionará con Cleopatra, a la que apoyará en contra de un hombre. Si se hubiera movido por el machismo de entonces, no la habría ayudado. Incluso defendió la legitimidad del testimonio de una mujer en un juicio. Esto lo cuento, pero sin caer en presentismos imposibles ni connotaciones actuales».
Este César adolescente está aprendiendo a desenvolverse con los quilates de su valentía y a manejar las artes de las guerras y las tretas de la política, tan similares que, en ocasiones, uno llega a concluir que las peores enceladas no son nunca las que aguardan en los campos de batalla sino aquellas que se desarrollan entre los elegantes mármoles de las basílicas. Aquí también asoma un César fugitivo y otro militar, que tomará decisiones trascendentales que cambiarán su porvenir y, por supuesto, el nuestro. Pero «Roma soy yo», una novela con cierto aire a las novelas judiciales de John Grisham, pone el acento sobre ese hombre de leyes que intentará remediar los conflictos mediante las normas legales y no a través de la espada. «No sabremos nunca si, al igual que otros dictadores, César hubiera abdicado de su gobierno de Roma, porque lo mataron bastante antes. No le dio tiempo de que llegara ese momento esencial. Pero César es un personaje mucho más complejo que decir que era un genocida por la conquista que hizo de las Galias. Es cierto que reprimió con dureza, como mucha dureza, a los galos, sobre todo la segunda vez, cuando todos ellos se levantaron contra él. Pero también hay que entender que era otro tiempo. En ese instante no existían las mesas de negociaciones como las de hoy. Está claro que nosotros nunca resolveríamos eso de igual manera. Esto se lo dio su contexto histórico».

El mayor desafío literario

Posteguillo, que cuenta con cuatro millones de lectores, admite que no se pasaría el siguiente decenio con un personaje si no lo respetara. «Su vida, en conjunto, es admirable. Él acometería en la historia muchos asuntos por primera vez. Él consideró que su mujer, al fallecer, se merecía un discurso fúnebre. Y lo hizo. Aunque nunca se dedicara uno a ninguna mujer y, mucho menos, a una joven». El escritor, que admite de nuevo que este es «mi mayor desafío literario», aspira con este «tour de force» literario desmentir falsedades y derribar tópicos que aún pivotan sobre la biografía de César. «Siempre se dijo que él fue el primero en dirigirse con sus legiones hacia Roma. Lo hizo al cruzar el Rubicón. Pero aquí vemos que no es así. El primero que llegó a ese extremo fue precisamente su mayor enemigo: Sila».
El autor reconoce que no cree «que los políticos lean mis novelas», pero subraya que «los lectores reconocerán muchos de los problemas actuales. La corrupción política, los tribunales politizados... a través de este juicio observamos que nuestro derecho es una evolución del romano. Una de las lecciones que deja esta parte de la biografía de César es que si la Justicia falla, la sociedad se resiente y las tensiones sociales crecen. Si esto ocurre, por lo general, los conflictos se resuelven con violencia y, en ese caso, puede vencer cualquier parte que se haya postulado. Por eso es crucial disponer de buenos sistemas judiciales». Con ironía, asegura que «lo que es verdaderamente triste es que dos mil años después, con Montesquieu por medio, no hayamos resuelto este debate. Es algo que deberíamos tener claro, pero que está bien explicar. Es un tema que siempre ha estado ahí: el control de la Justicia está en el centro de la lucha por el poder».
El novelista, después de un momento para recapacitar, aclara que «nadie, por supuesto, puede trasladar a la sociedad actual las soluciones que adoptó Julio César, pero es inevitable echar de menos en la política individuos con su coraje y audacia para arreglar lo que está mal en el sistema. Él lo demuestra frente a Sila, cuando se mantiene firme». Posteguillo se toma un segundo más antes de proseguir y, en una última reflexión, con Pella al fondo, vincular el pasado con el presente: «El único político que se mantienen en sus principios es Zelenski, que es justo lo que ha roto a Putin. Ningún político de Bruselas se hubiera quedado en Ucrania. Él tiene esa idea de resistir, de ganar. Es consecuente con lo que dice. Predica con el ejemplo. Eso es lo que da fuerza a su discurso. Esto es lo que tiene Julio César también. Los legionarios lo sabían. Por eso le seguían».