Rachel Eliza Griffiths: «He vivido siempre en EE UU y nunca he estado segura»
Debuta en la novela con «Promesa», obra ambientada en los años 50 y canto a la supervivencia desde el seno de una familia afroamericana


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Supo que debía dar el salto de la poesía a la novela cuando falleció su madre. Rachel Eliza Griffiths, escritora y también artista visual, deja a un lado el verso y debuta en prosa porque, con esa pérdida, «pensé que tenía algo que decir que no podía hacer de otra manera. Gracias al duelo despegó esta novela». Se trata de «Promesa» (Random House), unas crudas y bellas páginas en las que la también esposa de Salman Rushdie realiza un canto a la supervivencia, al amor y a la memoria. Es la historia de Cinthy y Ezra Kindred, dos hermanas que, tras crecer al amparo de sus padres en la escasa comunidad negra de Salt Point, en Maine, comienzan a sufrir las consecuencias de los prejuicios raciales. Una oleada de racismo les dará motivos para levantar un refugio con el que resistir a las amenazas del exterior. Todo ello, en 1957: cuando los ecos del Movimiento por los derechos civiles de EE UU auguraban cambios.
Las hermanas Kindred dejan a un lado la inocente infancia para vivir la pesadilla del odio en la sociedad. ¿Alguna vez la sociedad afroamericana se ha despertado de ese mal sueño que es el racismo?
No. Y algunos de nosotros tenemos que estar muy despiertos, porque nos puede costar la vida ese mal sueño, mientras otros miembros de la sociedad americana viven en un estado de ensoñación. A lo que yo llamo sueño no es lo mismo que a lo que llama el nuevo gobierno. Y es peligroso lo que sucede en un país en el que los sueños son incompatibles y racistas. No hay aspecto en mi país que se pueda abordar sin entrar en el tema de la raza y de la clase social. Ser quien soy con mi identidad en EE UU me dificulta abrazar el sueño americano. Siempre he dudado mucho de él, porque tiene una disonancia total con los inmigrantes, la gente pobre y de raza. Eso para un artista se convierte en un desafío. Hay cosas que amo de este país, y eso mismo me permite criticarlo. He vivido desde niña aquí, pero nunca he podido estar segura en él. En el libro trato de retirar ese velo, mostrar qué significa sufrir esto en carne y hueso.
Ante las luchas por conquistar derechos humanos a lo largo de la historia, algo que también refleja en la novela, ¿el racismo aún ha desaparecido? ¿Cómo vive esta discriminación siendo una mujer escritora y negra?
A medida que me voy haciendo mayor soy menos tolerante con ciertas cosas. Porque si lo soy no escribiría poemas ni libros. He tenido que tratar muchas cosas relacionadas con el racismo durante mi vida, en distintos grados y niveles, y pienso que no hay nada tan degradante como alguien que mira tu piel, tu cuerpo, y decide que no eres humano. O que trata a tu madre o tu padre como un esclavo o un animal que no merece dignidad. Es intolerable. Yo sigo en el proceso de soltar y dejar ir momentos muy dolorosos de mi vida en el que he sido oprimida. Es asqueroso y repugnante, y Estados Unidos no está para nada aislado del racismo. Hace pocos meses experimenté esa discriminación. Cuando mi madre estaba enferma era difícil ver que había médicos que no querían tocarla o que la ignoraban. Vivimos momentos muy complicados en la historia de EE UU, en la memoria americana. No tengo nada nuevo que aportar, pero sí pienso que el arte y la ficción ofrece nuevas maneras de verlo, permiten tener una visión más holística de las cosas.
¿Cómo cree que internet influye en este odio?
Con la tecnología, el cuerpo físico desaparece. Surge ese término de «keyboard warriors» («guerreros del teclado»), de gente que se esconde tras las pantallas. He aprendido a ver las redes sociales y la tecnología como una herramienta para buscar conocimiento e información. Soy sumamente consciente de que la nueva batalla está en la IA, con todo lo que supone para los escritores y las artes. Pero respecto a sus consecuencias sociales, cuando pienso en jóvenes que deben luchar contra el «bullying», siento que no les ofrecemos equilibrio. Podemos decir las cosas con más sentido común y orientación. Pero la tecnología hace que los egos y el narcisismo se filtre por todas partes. Yo no estoy en X por muchos motivos en los que no voy a entrar, pero ante todo porque tengo que estar inmersa en el mundo real. Paso muchas horas en el teclado escribiendo, y después necesito estar con mi marido o pasear. El de internet es un tema amplísimo, no sé si ni siquiera podemos llegar a aprender su impacto.
Dice que el arte aporta nuevas formas de ver las cosas. ¿Y si es perseguido o cancelado?
Es estúpido usar el lenguaje para «cancelar» a un ser humano. Es una manera de no querer hacer un trabajo de comunicación, es perezoso, es inútil. Lo que se necesita es más comunicación y exposición ante las cosas que amenazan o asustan a la cultura dominante. Hay arte malo, cine y libros malos. No por aparecer una persona negra en ellos deben aplaudirse. No estoy a favor del gesto fácil de cancelar a alguien, de esa forma de guillotina moral. Hay momentos en los que la gente ha hecho cosas espantosas, y hay que hacer que asuman esa responsabilidad. Pero parece que no se quiere escuchar a la discrepancia. Entender no significa necesariamente aceptar. Yo no acepto a Trump, pero puedo entender lo que ocurrió el lunes, o por qué hay tanta gente contra la restauración de ciertos derechos humanos. ¿Por qué es más beneficioso mantener el odio? Hay que cambiar las cosas. Me parece bello que haya más obras de arte, música, películas que representen a gente latina, india, negra... esto está muy bien, pero eso es distinto a lo que estoy hablando. Todo avanza, pero muy lentamente. Quizá soy un poco impaciente.
«Promesa» tiene una historia ambientada en una época muy concreta y de gran relevancia en la historia estadounidense y llega, entre otros países, a España. ¿Cuál es su mensaje universal?
Hacia el final del libro hay un momento en el que Ezra, la hermana mayor, le dice adiós a Cinthy. No saben si se volverán a ver. Es un momento desolador, incluso lloré mientras lo escribía. Y Ezra le dice: «¿Me puedes prometer que vas a tener la fuerza para amar tu vida?» Ese puede ser el mensaje. Significa que no sólo hay que amar lo bello de una vida, sino también lo feo, lo rabioso, el dolor, el sufrimiento, y por tanto ser valiente y atrevida. Amar tus fracasos.
Sus padres nacieron en esa época, y se la dedica a ellos. ¿Sus historias le inspiraron?
Aquella época fue contradictoria, porque se piensa que fue dorada, pero también había un silencio impuesto, por ejemplo, hacia las mujeres. Lo que me resulta triste es que lo que era urgente entonces también lo es ahora. ¿Ese «Make America great again», esa presunta grandeza de EE UU, significa volver a los años 50? Y no me centro en un líder, sino en la gente. ¿Qué quieren los estadounidenses? ¿Dónde está la multitud y quién la compone? Esas cosas son las que yo traté de aislar, reflexionar, porque son transversales.