Sección patrocinada por sección patrocinada

libro

'Un camarero en París': lo que no te cuenta Emily de la ciudad

Edward Chisholm escribe una autobiografía sobre cómo sobrevivir al lujo y la miseria de la capital francesa

Noticias de última hora en La Razón
Última hora La RazónLa RazónLa Razón

Todo comenzó con una historia de amor. Una historia fallida, para más señas. Edward Chisholm marca así el inicio de su intensa aventura en París como camarero de un restaurante, donde vivió largas horas de trabajo, la amarga experiencia de la discriminación social y la paga irrisoria que no correspondía para nada con su educación universitaria

Una serie de lecciones de vida que recoge en el libro «Un camarero en París» (Ático de los Libros). «Todo sucedió después de graduarme de la universidad en Reino Unido, en 2010, justo después de la crisis financiera. No había trabajo por ninguna parte. Había estudiado Historia del Arte de Asia y Oriente Medio, que sonaba muy interesante, pero que básicamente me convirtió en una persona incontratable».

Edward decidió seguir a su novia francesa de entonces hasta París para probar suerte «en la ciudad más bella del mundo», donde confiesa que se sentía mucho más feliz que en Londres. Sin embargo, rápidamente la relación terminó. Y con ella, los pocos ahorros que traía. 

Sin muchas opciones de trabajo, sin hablar francés y con el estómago vacío, aceptó un trabajo como camarero en un restaurante de mediano lujo, que bautizó de manera ficticia en el libro como «Le Bistrot de la Seine». Entre el glamur y la cocina sucia, relata las vivencias de una París profunda, humana, con fuertes contrastes y un lado oscuro. La antítesis de «Emily in Paris».

El choque de dos mundos

«Es un choque de dos mundos» –resume Chisholm–. «Es donde se encuentran la sociedad con dinero –vestida con ropa fabulosa– con el lado incómodo del capitalismo. ¿Cuál es? Las largas horas de trabajo que rayan lo obsceno. Turnos de 14 horas sin descanso. No te sientas, no comes. Vives de café negro, cigarrillos y algunos panecillos robados. Y estás todo el día tratando de sacudirte el sueño».

A pesar de que su relato tiene mucho de denuncia o de llamado a la conciencia, Chisholm se pasea por una narrativa hilarante en donde varios personajes llegan al Bistrot de la Seine: el millonario tacaño, los turistas estadounidenses o los viejos conocidos de su universidad, de los que se esconde para no dar explicaciones. A pesar de lo dura que pudo haber sido la experiencia, el autor insiste en que «Un camarero en París» sigue siendo una carta de amor a la capital francesa. Trabaja duro, sí. Se siente discriminado, sí. Pero también se siente vivo. Y profundamente enamorado de una ciudad que se le antoja maravillosa. 

Así lo dice en su texto: «Incluso cuando estás agotado, arruinado y hambriento, sigue habiendo una magia indefinible en el lugar. Y por mucho que te duelan los pies después de un turno interminable, por muy muerto físicamente que te sientas al subir por la avenida de la Ópera de noche, o al cruzar el Sena bajo la sombra de Notre Dame, por dentro no puedes evitar sentirte intensamente vivo. Cuando estás en París no te importa nada el resto del mundo. Es el centro del universo. No hay ningún otro lugar».

Le preguntamos a Chisholm si su relato puede ser una sorpresa para quienes tienen una imagen elevada de Francia como país defensor de los derechos humanos y especialmente de los derechos laborales. ¿Sigue siendo –en la vida real– el país de «Liberté, Égalité, Fraternité»? «Creo que en muchos aspectos lo es», responde Chisholm. 

«Tiene un sistema social increíble. Pero la realidad es que en los niveles más bajos está un poco roto. Yo solo encontré ese sentido de fraternidad en la gente con la que trabajaba. Del resto, puedes perder tu trabajo en cualquier momento. Eres prescindible. Eres desechable. De nuevo, es una metáfora de la ciudad. Mientras estás en un restaurante de lujo, a un metro de distancia, detrás de la pared, están cinco personas sin papeles que han estado trabajando durante las últimas 12 horas, pero te quejas porque tu comida llega cinco minutos tarde».

Durante la conversación, evocamos las similitudes que existen entre la narrativa de Chisholm y George Orwell en su conocido «Sin blanca en París y Londres», donde el autor de «1984» realiza un reportaje autobiográfico que cuenta las vicisitudes de quien trata de sobrevivir en ambas ciudades a principios del siglo XX. El frío, el hambre, los trabajos precarios e interminables, la suciedad y la mirada discriminatoria de los demás son elementos centrales del libro de Orwell. 

Noventa años después, «Un camarero en París» tiene pinceladas de esa narrativa, aunque quizás con menos crudeza. ¿Quería Chisholm emular a Orwell? «George Orwell fue una de las grandes plumas inglesas del siglo XX, así que decir que mi libro puede ser comparado con él es un honor. Yo no escribí mi libro buscando emular a Orwell. Simplemente, no pude conseguir un trabajo por años y quise contarlo. Por supuesto, Orwell siempre fue un escritor que estaba en mi corazón».

Chisholm prefiere pensar en su libro como una especie de manifiesto político-pacífico, producto de la influencia de todo lo que le rodeaba en ese momento. Aunque confiesa que, en ciertos momentos, cuando las cosas se ponían difíciles, recordar a Orwell traía cierto alivio: «Me decía a mí mismo que estaba en el mundo de Orwell y que él ya había pasado por esto. Me decía que, si quería ser escritor, debía tener experiencias reales sobre las que escribir».

En esas memorias que alimentan «Un camarero en París», Edward Chisholm recuerda especialmente «el episodio de las olivas»: «Un día, unas aceitunas se derraman por el suelo en la bodega de abajo. Un suelo que está terriblemente sucio. Pero como tenemos tanta prisa, nos piden que las recojamos, las enjuaguemos y las pongamos rápido en los cuencos de las mesas, donde la gente las come. Y esa es la diferencia entre la fachada de París y la realidad. Las mismas manos que tocan tu plato caro han estado tocando todo lo demás: los trastos sucios, el cabello, la cara, los cigarrillos... De hecho, George Orwell dice que “cuanto más pagas por tu comida, más manos la han tocado antes de que llegue a tu plato”... y es cierto».

  • «Un camarero en París» (Ático de los Libros), de Edward Chisholm, 456 páginas, 24,95 euros.