Roald Dahl, las cartas adultas del escritor para niños
El autor, cuestionado por la corrección política, muestra su lado más íntimo en un epistolario donde se confiesa a su madre
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Alerta, tenga cuidado si pretende leer al autor de cuentos infantiles Roald Dahl (1916-1990, de ascendencia noruega, nacido en Gales y criado en Inglaterra), cuya una de sus obras está de actualidad este mes gracias al estreno de la película musical «Charlie y la fábrica de chocolate». Este mismo relato, como se dijo en la prensa inglesa el pasado febrero, sufrió la guadaña censora para congraciarse con lo que ahora se denomina lector sensible. Antaño, este podría ser aquel apto para apreciar los matices del lenguaje, la belleza de una metáfora, la audacia de una determinada estructura poética o narrativa, o la originalidad del enfoque elegido para llevar a la suprema libertad de la literatura un asunto concreto.
Pero, en la actualidad, es otra cosa. En la posmodernidad, el raciocinio y los conocimientos han sido sustituidos por la búsqueda de lo sensitivo, en que no es necesario saber de nada, ni tener criterio, solamente ser una persona y tener ganas de opinar de todo y siempre. El despropósito, en efecto, ha llegado a la lectura, como saben los aficionados no solamente a Dahl sino a Ian Fleming, Hemingway o Christie, es decir, siempre en entornos anglosajones, de mojigatería inquisitorial. ¿Cuándo se acabará semejante delirio en algo que será interminable, pues siempre prorrumpirá quien abandere el hecho de sentirse ofendido por una cosa y otra, en torno a la raza, el género, la nacionalidad, etc.? Roal publicó «Charlie and the Chocolate Factory» en 1964 y él mismo escribió el guion de su adaptación a la gran pantalla en 1971 con Gene Wilder como protagonista. Más tarde, llegaría otro film basado en esta historia de Charlie Bucket, un niño pobre que está deseoso a un muy singular dueño de la fábrica de chocolate cercana a su casa, con actuación de Johnny Depp y dirección de Tim Burton, en el año 2005, y finalmente «Wonka», con el rostro juvenil de Timothée Chalamet.
Pues bien, se informó de que a Roald Dahl Story Company trabajó con editoriales y asociaciones que trabajan «por la inclusión y la accesibilidad en la literatura infantil» para borrar o modificar pasajes de la obra de Dahl, si bien también se dice que iban echarse atrás. Ya no habría gordos, sino personas «enormes», por ejemplo; otro personaje dejaría de ser «feo» y ya nadie estaría «loco», pues esto alude a una posible enfermedad mental. Por supuesto, semejantes tonterías atentan contra la escritura primigenia de todo creador, y así lo señaló mediante un tuit el rey de los escritores censurados –hasta vivir décadas con el peso de que lo asesinaran–, Salman Rush-die: «Roald Dahl no era un ángel, pero esto es una censura absurda. Puffin Books y los encargados del legado de Dahl deberían estar avergonzados».
Entre líneas, podemos pensar que el autor de «Los versos satánicos» se estaba refiriendo a que Dahl estuvo muy lejos de ser una persona ejemplar. Racista, antisemita y adúltero (se casó con la actriz Patricia Neal), fue un padre frío que dejó en manos de niñeras el tiempo que no dedicó a sus cinco hijos. Y sin embargo, él mismo padeció la distancia de la familia al crecer como interno en un colegio y sufrir acoso escolar y la violencia y crueldad de los docentes. «La directora del internado me da miedo», le dijo en una carta a su madre, en una de las pocas ocasiones en que confesaba su verdadera situación, pues aun siendo sólo un niño prefirió contar, antes que desgracias y tristezas, todo tipo de travesuras ocurridas en el colegio –como poner un cangrejo en la cama de un compañero– a su progenitora, Sofie Magdalene. Esta, hasta dos años antes de que le llegara la muerte, guardó con celo las más de seiscientas epístolas que recibió de su hijo (él no conservó ninguna de ella) y de ellas hizo una edición el biógrafo de Dahl, Donald Sturrock, en 2016.
Ahora, el libro, «Te quiere, Boy» (traducción de Mariana Sández y Edgardo Scott), nos sirve para indagar en la vida privada del escritor y seguir su trayectoria, pues atraviesa cuatro décadas (1925-1965) a partir de una relación materno-filial llena de complicidades y confianza. De hecho, Sofie fue la primera lectora de los relatos de Roald, que empezó a publicar sus textos ya en edad madura, pero los cuales tuvieron un éxito contundente desde el comienzo. Esa sorpresa se capta en una de las misivas, y otros muchos episodios que tienen que ver con la etapa militar del autor, que fue piloto de aviones y combatió en la Segunda Guerra Mundial, conoció el desierto de Egipto y trabajó en el ámbito del espionaje y la diplomacia en Washington. El libro, además, tiene el aliciente de contar mucho material gráfico, desde fotografías hasta mapas y dibujos, lo que incluye, por cierto, una caricatura de Adolf Hitler.
El autor de clásicos de la literatura infantil como «Matilda» o «El gran gigante bonachón» comparte con su madre juegos de palabras y desata su imaginación delirante: «Querida mamá: He encontrado mi vieja pluma, así que ahora caminará sobre la página un hipopótamo en lugar de una araña desnutrida».
Con prólogo de Sandez, se nos aparece este Dahl fuerte y fantasioso, que rechazó emprender estudios universitarios al tener la oportunidad de trabajar para Shell y conocer países exóticos. Son, claro está, papeles personales, y desde esa clave cabe leer páginas donde Dahl bromea sobre váteres donde quedarse encajado por haberlo pintado y estar condenado a «no hacer nada más que cagar durante el resto de su vida»; o, en otro momento, desde la embajada británica de Washington, contar cómo al perro de un amigo al que está cuidando «le dio por tirarse un pedo mientras yo dictaba algo a la secretaria, y tuve que echarlo de la habitación para que ella no pensara que el culpable era yo».
Así, junto con anécdotas surgidas de una mente curiosa y propensa a ver todo el rato el lado cómico de la vida, hay otras partes de esta correspondencia de mayor enjundia experiencial, en especial en torno a lo que tanto disfrutaba, volar, como este que sigue: «Hoy he realizado un vuelo campo a través y he podido ver una parte de Irak desde el aire. He visto la confluencia del Tigris y el Éufrates; he visto Bagdad; en el desierto he visto el Gran Arco de Ctesifonte, una de las siete maravillas y la mayor bóveda del mundo sin soporte; he visto una de las ciudades santas, con su enorme mezquita coronada por una cúpula de oro. Se la veía brillar al sol a muchos kilómetros de distancia. También he visto mucho desierto».
Asimismo, la lectura de todas estas cartas también revelarán el origen del talento literario de un autor que usó bien su propia vida para desarrollar diversos asuntos temáticos que lo acompañaron desde la infancia y que encontraron acomodo en sus ficciones; cuántas de estas, ciertamente, están llenas de niños huérfanos (como él, que lo fue de padre) o que se ven obligados a hacer cosas odiosas hasta que el destino les prepara el encuentro con un adulto salvador, en muchas ocasiones, en un entorno lleno de animales o árboles humanizados.