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Los Oscar, de cabeza

El populismo llega hasta la Academia de Hollywood, que propone una estatuilla «popular» ante el enfado generalizado del público. Pero ¿y si no fuera tan grave?

Los Oscar, de cabeza
Los Oscar, de cabezalarazon

El populismo llega hasta la Academia de Hollywood, que propone una estatuilla «popular» ante el enfado generalizado del público. Pero ¿y si no fuera tan grave?

Con eso de la «Era Digital» más que asumido e interiorizado, parece que los tiempos por los que nos movemos son los de la «Era Popular». Basta mirar hacia las corrientes políticas que ganan cuerpo e, incluso, ocupan puestos en las salas de mando de las principales potencias, para certificar que sí, así es. Hay que tener contentos a los demás o, al menos, hacer que se piensen que así es. Un término, «populismo», que parece haber llegado para quedarse desde que allá por 2016 empezara a tronar. Tal fue la magnitud del estallido que rápidamente la Fundéu (Fundación del Español Urgente) la recogió como «palabra del año». Pues bien, muchos meses después de aquello y tras varias acometidas esa «tendencia política que pretende atraerse a las clases populares», como la describe la RAE, ha llegado hasta la Academia de Hollywood.

Si bien es cierto que esta institución lleva años de bandazos para uno y otro lado en busca de limar esos aspectos más viejunos, que, entre otras, le han permitido acercar los premios a las menospreciadas cuotas «negras» y femeninas durante años o abrir el abanico de nominadas a Mejor Película para dar cabida a más nombres, ahora busca un acercamiento a los que parece que le están abandonando, los espectadores: 26,5 millones de televidentes en su última gala de los Oscar, la menos vista en la historia y un 19% menos que en su anterior edición, parecen motivos suficientes para que los organizadores del todavía premio más prestigioso del cine mundial hayan decidido frenar la hemorragia. ¿Cómo? Dándole el poder al pueblo con «una nueva categoría a la película popular», anunciaba la Academia vía Twitter. A priori, una decisión para tener contenta a la masa y, sobre todo, mantener ansiosa a la gente por ver si su voto vale para algo o no
–porque poco o nada se sabe del sistema de elección–. Además, dar su parte del pastel (y valor) a esas producciones que no ven reflejado su éxito en taquilla con su presencia en el Dolby Theatre de Los Ángeles.

Y como resultado del globo sonda lanzado, una acogida más allá de la deseada. No se ha esperado a que la Academia diese un solo detalle sobre la nueva sección, «lo anunciaremos próximamente», han dicho, y esos espectadores a los que pretendían contentar se han vuelto en su contra. Desde aquellos que han clamado por entender que es un premio de consolación para cintas que jamás tendrán el reconocimiento de una estatuilla de peso –entiéndase dirección, mejor película, intérpretes, guión...– hasta los que entienden que así los Oscar insultan al gusto/conocimiento del público por acudir en masa a propuestas sin la calidad suficiente como para subir al estrado para recoger la gloria.

Pero, ¿y si nos hemos instalado en la queja del «porque sí» y no es tan trágico un premio popular? Solo hace falta trasladarse 9.252 kilómetros al este –de Los Ángeles a San Sebastián, aprovechando el producto local– y cambiar el nombre del galardón por «del público» para comprobar que tampoco es el fin del mundo. En el festival vasco se llevan años (desde 1998) dando un reconocimiento «otorgado por los espectadores asistentes a la primera proyección pública de cada película de dicha sección» –como recogen las bases– y nadie se ha rasgado la camisa. Y sirvan «Pequeña Miss Sunshine» y «The Artist», como muestras de que el respetable también sabe de esto, no solo los académicos, que también supieron reconocer a estos dos títulos.

Más grave puede que sea otra de las medidas propuestas por la Academia, pero ante la que las redes no han llorado, la de relegar parte de los premios a los recesos de la gala. Mientras los anuncios se adueñan de la pequeña pantalla, los reconocimientos menores irían desfilando por el atril, ya sin su minuto de gloria, claro. Todo por acortar una gala hasta las «tres horas como máximo», que se han marcado como tope en Hollywood. Además, la edición de 2020 se ha programado para primeros de febrero, muy cerca de nuestros Goya.