Lucian Freud, la oreja de un perro como despedida
Un libro dividido en dos volúmenes, que reúne 480 obras del artista y que cuesta 475 euros, glosa la trayectoria vital y artística de uno de los pintores más relevantes de la Escuela de Londres. David Dawson. Su ayudante, y la persona más próxima a él en sus últimos años, desgrana su carácter y ofrece las claves que rodean su obra.
Un libro dividido en dos volúmenes, que reúne 480 obras del artista y que cuesta 475 euros, glosa la trayectoria vital y artística de uno de los pintores más relevantes de la Escuela de Londres. David Dawson. Su ayudante, y la persona más próxima a él en sus últimos años, desgrana su carácter y ofrece las claves que rodean su obra.
Lucian Freud era el Rubens del siglo XX, alguien que comprendió que la piel solo es la superficie de algo más profundo, que enraiza en el alma y que tiene tanto que ver con los vendavales del temperamento y el carácter como una mirada. Lucian Freud pintaba a sus modelos desprovistos de ropa, no para «fragilizarles» el ánimo an-te la vergüenza de su desnudez, exponerlos al pudor de la carne, sino para conquistar su carácter, que es el terreno que ambicionaba su apuesta creadora. «Siempre pintaba a amigos y personas próximas, que sabía que aguantarían posar durante tanto tiempo. Los enseñaba así porque alguien desnudo era, en el fondo, mostar mucho más que a una persona desnuda. Él quería capturar todas las emociones, no solo una. Por eso las sesiones duraban tanto. Pintaba cada día de la semana, todas las semanas del año, incluso en las Navidades. Comenzaba a las ocho de la mañana y terminaba a la una y por la tarde comenzaba a las seis y acababa a las doce de la noche. Siempre trabajaba en dos cuadros a la vez. El primero, lo hacía con luz natural y, el segundo, con luz eléctrica. En completar cada retrato tardaba doce meses y si el resultado final no le gustaba, lo rompía. Por eso sus cuadros nos resultan tan violentos, tan agresivos, porque son el resultado de la contemplación de un hombre o una mujer durante meses. No estamos habituados a tanta intensidad», comenta David Dawson, su ayudante, su confidente, su modelo (por lo menos en ocho lienzos), el hombre que recibió de él en herencia su casa, cerca de tres millones de libras y que convive con algunas de sus piezas. Dawson fue quien estuvo más cerca del artista durante sus últimos veinte años de vida, escuchándole, apoyándole, y ayer aprovechó la presentación del libro «Lucian Freud» (Phaidon), dos volúmenes que reproducen 480 obras –solo tiene 500 cuadros, una obra escasa si la comparamos con Picasso– y que es el recorrido más completo que se ha publicado sobre su trayectoria, para glosar su figura. «Era divertido, original, inteligente, tenía sentido del humor y, sí, es verdad lo que dice su leyenda, tuvo muchísimas amantes, pero para él, la pintura estaba por encima de cualquier cosa», afirma Dawson de su amigo, de este Ribera británico, obsesionado por las texturas y los colores de la piel, con las voluptuosidades de la anatomía. «Francis Bacon, que fue uno de los grandes artistas de la centuria pasada, le hace cambiar su dirección, porque le enseña a pensar de otra manera, a ser un artista contemporáneo. Bacon ya empleaba un pincel espeso y usaba una pintura empastada. Freud logró apropiarse de esa forma, hacerla suya, personalizarla. Los dos se vieron alrededor de 15 o 20 años todos los días, pero las amistades no son para siempre y llegó a su final. Pasaron muchas cosas pequeñas. Entre ellas, que la obra final de Bacon no tenía el mismo empuje que al principio y él fue alcanzándole».
Belleza y verdad
Freud, al igual que Bacon, admiraba a Velázquez, en especial «Las Meninas», lo que concuerda con sus metas artísticas, porque los dos aspiraban a desvelar el espíritu de sus modelos, contar en el lienzo lo que ocultan los gestos, el comportamiento, los parches que va dando la educación, y que en tantas ocasiones no son más que una oportuna penumbra para mantener apartadas de la vista oportunas ocultaciones. «Su ideal era la belleza y la belleza para él era la verdad. Por eso no le gustan los artistas italianos. Él necesitaba tener una conexión personal con los modelos». Lucian Fraud siempre rechazó pintar por encargo, pero no las oportunidades que le brindó el destino y, por ese motivo, no rechazó la oportunidad de hacer un retrato a Isabel II de Inglaterra. «Se lo propuso un ayudante de la reina, a quien estaba retratando y él aceptó. Pero recuerdo que le preocupaba mucho el tiempo. En esos días, John Richardson, el biógrafo de Picasso, le trajo de regalo unos lienzos pequeños de Nueva York. Hizo una prueba para ver si podía completar una obra en ellos en nueve días. Lo logró y aceptó. Al final dispuso de 19 jornadas, de dos horas cada una, para retratar a la reina. Los dos se llevaron bien porque ambos compartían su afición a los caballos y hablaban de eso. Ella jamás ha dicho si le gustó o no ese cuadro». Otro de los lienzos famosos de Lucian Freud es el de la modelo Kate Moss. «A ella le preguntaron en una entrevista quién le gustaría que la pintara y Moss dijo su nombre. Como era amiga de Bella Freud, la hija de Lucian, él se ofreció. Moss es muy simpática y se llevaron muy bien, pero como se quedó embarazada para entonces, no por Lucian (risas), tuvo que darse prisa para acabar pronto la tela». Dawson describe al artista como una persona que rehuía las rutinas, que se desenvolvía bien en el desorden del taller, que jamás escuchaba nada de música mientras se dedicaba a su oficio, aunque, sin embargo, charlara mucho, y que, en los epílogos de su vida encontró una obsesión nueva, el jardín de su casa, que dibujó en numerosas ocasiones, y que resultaba algo casi atípico para un hombre que siempre se había desenvuelto en espacios interiores. «Yo era el modelo de su último cuadro. Posé con un perro a mi lado. Lo último que pintó en su vida fue la oreja del animal. Dos semanas después, falleció».