Sección patrocinada por sección patrocinada

Libros

Luis Landero: «No hay referentes, solo tertulianos. Hoy se opina mucho y se piensa poco»

El novelista regresa con «La última función», un magnífico relato coral y una emotiva reflexión sobre los sueños y las esperanzas de los hombres

Entrevista con el escritor Luis Landero © Alberto R. Roldán / Diario La Razón. 31 01 2024
El escritor Luis Landero en su casaAlberto R. RoldánFotógrafos

Su nombre es Tito Gil y su recuerdo todavía impregna el imaginario colectivo de un pueblo. Es un niño prodigio, un actor triunfador, un hombre que recala en una aldea ya en vías de desaparición para ofrecer una postrera representación. Luis Landero regresa con «La última función» (Tusquets), un relato portentoso protagonizado por unos caracteres que sirven de pretexto para reflexionar sobre la esperanza, la vocación, los anhelos y la terca y obstinada realidad.

Elegir entre el porvenir seguro y los sueños.

Detrás de esa disyuntiva acecha la maldición bíblica. «Te ganarás el pan con el sudor de tu frente. Y no solamente eso, sino que te casarás y procrearás. Y cuidarás de tus hijos. Esa es la maldición bíblica, cuando el futuro aparece con todo su monstruoso aspecto. Yo tuve ese problema. Tocaba la guitarra, me dedicaba a muchas cosas, estudiaba entre medias, pero hubo un momento en que me casé, tuve un hijo y me dije: ¿Y qué hago ahora? Es el instante preciso en el que hubo un corte en mi vida. Hasta entonces había vivido una especie de soltería literaria. Yo escribía, pero solo fragmentos, a la espera de situarme económicamente. Cuando tuve un sueldo fijo, me dije que ya era hora de ponerme a prueba y de escribir mi primera novela. Quería escribir porque mi vocación era escribir, pero, ¿cómo me ganaba la vida? ¿Cuántos artistas no se habrán malogrado porque habrán tenido que dedicarse a ganarse el pan con el sudor de su frente?

«Estamos enfermos de política»

Luis Landero

Pero otros se habrán perdido por un talento malentendido.

Eso es un drama. Tienes la vocación, pero no el talento. Tiene un punto trágico porque estás abocado al fracaso. Tiene la pasión por el arte, pero no cualidades suficientes para hacer realidad tus sueños. He conocido a muchos con el impulso artístico de escribir, hacer música, pintar, crear, pero carecían del don y a veces de la voluntad, y hace falta tenerla. Hay que ser tozudo como una mula. El esfuerzo es fundamental. Y la disciplina. El talento, por sí solo, no aflora. Necesitas trabajar, equivocarte, dedicar muchas horas. Se debe tener capacidad de sacrificio.

Esfuerzo, voluntad... no son palabras de moda.

El esfuerzo está perdiendo prestigio en la escuela. Al igual que la disciplina. Existe una pedagogía que intenta desautorizar estas palabras diciendo no a la memoria, a los deberes, a exigir, eso tiene que ser un poco lúdico, un poco ligero... Esta sociedad es un poco complaciente, un poco mimada, ¿no? Sin disciplina y sin esfuerzo no se consigue nada, creo. El profesor debe saber que a sus alumnos les debe exigir esfuerzo y disciplina. O los está estafando, porque lo que no se puede decir es que Dios proveerá y el arte te va a llegar por ciencia infusa. El esfuerzo y la disciplina, en el sentido autoritario que había antes en la educación, era excesivo y no podía ser, pero la disciplina y el esfuerzo en el mejor sentido de la palabra, sí.

«Hoy todas las personas somos un poco autómatas. Somos consumidores consumidos»

Luis Landero

España antes parecía un país de niños prodigio.

Arturito Pomar, Joselito, Marisol, sí. De esa manera se lavaba la mala conciencia por la falta en España de grandes científicos y pensadores. Entonces había muchos niños prodigios. Niños sabiondos que aparecían en la tele con un memorión. Los mostraban como un espectáculo, como alguien que tiene una anomalía, un poco como curiosidad para el público.

Hace referencia en su libro al imperativo que existe de ser felices.

Eso se vende ahora mucho y como con las redes se llega a todos lados, estas consignas se expanden. Hay que ser feliz y el ser feliz, además, depende de ti. Es una banalización del carpe diem. Y está ahí, metida en la publicidad y, a la vez, se aparta todo lo desagradable de la vida. De la muerte, no se habla, ni de la vejez o la enfermedad. Fuera. Todo esto se elimina. Se ha creado un mundo como diseñado por Walt Disney.

Y al final, como les sucede a los habitantes del pueblo de su novela, se vive en un sueño.

Vivimos en una especie de ensoñación, donde la dura realidad se va eliminando. Todas las épocas son enigmáticas. Siempre hay cabezas que se han dedicado a intentar descifrarlas, pero creo que esta es especialmente difícil. La que vivimos ahora es particularmente indescifrable. De hecho no se ve que nadie esté arrojando luz sobre lo que está ocurriendo, quiénes somos, qué estamos haciendo, cómo es la vida de ahora. Estamos llenos de preguntas y no hay respuestas, porque las respuestas antiguas ya no valen. Se hacen viejunas. Esta es otra cosa, que lo antiguo ya no vale. Lo que pasa de moda ya no sirve, como el esfuerzo, la disciplina, que suena ya antiguo, como que está descatalogado. Es como si estuviéramos reinventando el mundo.

«Si quieres vivir de prestado, te vale el móvil y comprar lo que te ofrezcan ahí, lo que echen»

Luis Landero

Pero las cuestiones están ahí.

Y son los temas de siempre. Los problemas del hombre son siempre los mismos. El gran problema del hombre es que sabe que va a morir y que en el fondo la vida es absurda, pero prefiere no saberlo. No quiere enfrentarse a la realidad, como decías, enfrentarse a las grandes verdades de siempre. Se eluden. Se rehúyen y, en cambio, el placer es fundamental. Hoy hay que vivir bien, ir a tomar cañas, a la terraza...

El consumo.

El bienestar, el confort, el lujo han venido a llenar el vacío de ciertas inquietudes que teníamos. En generaciones anteriores se vivía con cierta austeridad. Se vivía con lo justo, pero se vivía bien. Se tenía para comer, los niños iban a la escuela, había ropa, uno se divertía, se iba al cine, se salía con los amigos se compraba un helado o, si eras mayor, un paquete de tabaco. Entonces, los placeres eran más humildes. No había esta búsqueda continua y compulsiva del placer. En ese sentido, la vida era más fácil. Había tiempo para conversar con los demás y para las aficiones que uno cultivaba. Todo eso que entonces era el ocio ahora es la industria del ocio, que es donde ha parecido el concepto y el imperativo de la felicidad, que, por supuesto, está unido al consumo y al dinero. De manera que para ser feliz necesitas tener dinero y necesitas consumir. Hubo un tiempo en que no era necesario consumir para ser feliz. No se compraba la felicidad, porque de pronto eso se ha convertido en una trampa. Hay que comprar la felicidad: ir a tal restaurante, hacer viajes...

Hay que tener sueños, como sus personajes.

Yo creo que sí. Hay que tener ilusiones que no tengan que ver con el dinero. Ni con el éxito. La otra gran palabra, que va unida a la felicidad. Y la maldición del fracaso, que si fracasas hoy es por tu culpa, porque eres un pringado, así que jódete y sé infeliz. Eso es hoy un fracasado, ¿no? Antes, las ilusiones casi que te las fabricabas tú mismo. Hoy las ilusiones te las venden y tú las compras. Antes ibas al campo a andar, comer, pero ahora hay que ir a determinados sitios con encanto, a un hotel rural con encanto, a un restaurante con encanto, a un sitio con encanto, a un paisaje especialmente recomendado y sacarte las preceptivas fotos. Somos un poco autómatas, un poco mandados. Somos consumidores consumidos.

Son necesarias las aficiones, los sueños, leer, la música...

Si quieres vivir de primera mano, ese es el camino. Ahora, si quieres vivir una vida prestada, entonces, vale el móvil y lo que te ofrezcan ahí, lo que echen. Eres un mero consumidor. Te dan y tú compras tus ilusiones, compras los juegos que te arrojen... pero si quieres vivir tu vida de verdad y ser tú mismo, tienes que buscarte las aficiones y las ilusiones. Leer, por ejemplo. Escribir. Lo que pasa es que para eso hace falta soledad, porque para leer o ver una película es necesaria. Al igual que la concentración.

¿Tuvo alguna duda cuando decidió dedicarse a la escritura? ¿Tiene inseguridades hoy?

La seguridad te la dan los años, pero afortunadamente soy inseguro. Afortunadamente, digo, porque esa inseguridad es de donde nace la fortaleza y el afán de perfección, el no dormirte en los laureles. Es lo que hace que intentes superarte, demostrarte en cada libro, en cada línea que escribes, que sirves para escribir. Soy inseguro porque, además, soy muy ambicioso como escritor. La novela que tengo en mi cabeza es la hostia siempre. Es una novedad que supera a todas. Es buenísima. La mejor novela que te pueda contar. Otra cosa es lo que sale. La Torre de Babel al final no llega al cielo, solo hasta el séptimo piso como mucho. Y ya es demasiado subir. Lo que tienes en la cabeza siempre vale más que lo que haces, pero te vas resignando y te vas diciendo: «Bueno, es lo que hay». Es lo que podemos hacer. Pero he cumplido, porque el que fracasa en realidad es el que no lo intenta. Si escribes una novela, aunque sea mala, no has fracasado, porque la has hecho. El que realmente fracasa es el que por miedo, por pereza o por lo que sea, no la hace o renuncia.

¿No queda algo de frustración?

Siempre hay un sentimiento de frustración respecto a los sueños que uno tiene, pero también cierta satisfacción por la obra hecha. Al final vas conociendo tu mundo y tus límites. El trabajo te reconforta porque la felicidad no está en escribir un libro y que te digan qué bonito, sino en el día a día, en hacerlo.

La esperanza. De eso viven muchos en «La última función»

La esperanza es la publicidad diaria que nos hacemos a nosotros mismos. Siempre tenemos que tener algo en el horizonte, alguna perspectiva, una ilusión, aunque sea el partido del domingo, porque si no... el hombre es animal insatisfecho y por mucho que disimule.

La satisfacción no la da el materialismo, tener cosas.

No, eso seguro. Y luego está Twitter, Facebook, TikTok, Instagram... esto entretiene mucho. Aplaca esa insatisfacción del hombre con ese entretenimiento diario que tiene. Internet es muy útil, pero también es un juguete. El móvil se usa como juguete. Yo mismo lo hago. Ahora bien, esa insatisfacción está dentro de uno, lo que pasa es que está disimulada porque estás aturdido, abducido por el móvil. Es imposible que el hombre llegue a estar satisfecho y llegue a ser esencialmente feliz. Siempre nos toparemos con la vida. Otra cosa es intentar ignorarlo, aturdirte, drogarte, como si estuvieras en una especie de alucinación, para olvidar tu condición humana.

Y no quedan referentes.

Hubo una época en los años 90 y hasta 2000 en que los había. Eran muy claros. Había filósofos, profesores, instituciones... hasta los partidos políticos eran respetados aún. Había grandes comunicadores cuya voz se escuchaba con respeto. Eso ha desaparecido. Ahora ya tampoco hay escritores que sean referentes intelectuales. Solo hay tertulianos, opinadores. A esto se une Twitter, donde vale toda opinión y cada uno tiene su opinión y cada uno hace su editorial. Se opina mucho y se piensa poco. Los artículos de opinión ahora están en Twitter.

Se está deteriorando además la política que venía de la Transición.

Y me da pena. Me da rabia, porque este es un país estupendo. Vamos bien dentro de lo que es el mundo hoy y en un proyecto con Europa. Sin embargo, estamos encabronados y enfrentados unos con otros. No digamos los partidos políticos donde hay un desencuentro que no se ha conocido durante la Transición y para el que habría que remontarse a épocas pasadas para buscar algo parecido. Estamos enfermos de política. Se habla de política todo el rato. Con la familia, el amigo, el conocido. La política es un arte de convivencia. Es una herramienta que se utiliza sencillamente para convivir. No es más que eso. Pero con el exceso de política nos sale el embrutecimiento. Ya lo decía Ortega. En la televisión y la radio no se para de hablar de política y de una política doméstica que se confunde con el cotilleo.

¿Eres un escritor intuitivo?

La intuición es fundamental. La intuición, el orden y la razón hacen una buena mezcla cuando no se interfieren entre ellos. Al escribir también se escribe mucho por intuición. De pronto estás escribiendo y se te ocurre una frase y te dices: «Esta frase vale más que yo».