«Marina»: Lecciones de juventud para un clásico
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Es uno de los títulos más representados en la historia del Teatro de la Zarzuela y, a pesar de que vuelva a su escenario apenas pasados cuatro años, también hay que recordar que entonces hacía 20 desde su última representación, cuando aún la cantaba el inolvidable Alfredo Kraus.
De Arrieta. Voces: Olena Sloia, Alejandro del Cerro, Damián del Castillo, Ivo Stanchev, David Oller, Graciela Moncloa. Coro Titular del Teatro de la Zarzuela y Orquesta de la Comunidad de Madrid. Dirección escénica: Ignacio García. Dirección musical: Ramón Tebar. Teatro de la Zarzuela, 15-VI-2017, Madrid.
Se insiste mucho en que «Marina» es uno de los títulos más representados en la historia del Teatro de la Zarzuela pero, a pesar de que vuelva a su escenario apenas pasados cuatro años, también hay que recordar que entonces hacía veinte desde su última representación, cuando aún la cantaba el inolvidable Alfredo Kraus. Claro es que un teatro ha de vender entradas y la obra de Arrieta atrae como pocas al público, que recuerda páginas como «Costas de Levante», «A beber, a beber» o «La luz abrasadora» y de ahí la conveniencia de su reposición. El problema es elegir un reparto cuando entonces la cantaron Cantarero –presente por cierto en la función–, Albelo y Ódena, y cuando no hay tantas figuras de fuste para las difíciles partes de soprano y tenor. Ha acertado el teatro al elegir un reparto prácticamente de desconocidos, cantantes casi de segundos papeles pero bien seleccionados. El papel de Marina no es moco de pavo, sobre todo con su rondó final, donde Arrieta acompaña con flauta a la protagonista recordando la escena de la locura de «Lucia di Lammermoor». Cualquier soprano queda muy expuesta ante las exigencias en el registro agudo y alguna que otra en el grave. Había que ver la expresión de Olena Sloia al recibir los vítores finales de un público entregado. Ella, ucraniana con pasaporte rumano, triunfando con una ópera española en Madrid, cuando hace poco tiempo que Miguel Ángel Gómez Martínez la recomendó tras escucharla en la chocolatería San Ginés. Ruggero Raimondi, presente en la función, me dijo: «hay que ayudar a esta chica» y hay que hacerlo con algún consejo porque tiene materia prima. Lo mejor de ella estuvo en el tercer acto, con el citado rondó, porque no intentó apretar sino que moderó la emisión y, con ello, evitó perder el apoyo como le había sucedido en el primero. Debe cuidar esto. Tampoco el cántabro Alejandro del Cerro es muy conocido en Madrid a pesar de haber intervenido en la recuperación de «María Rodrigo» o «La malquerida». Voz importante, con agudos firmes y valiente, resolvió una papeleta nada fácil desde que Tamberlick decidió convertir el papel de Jorge en página de tenor por excelencia. También Damián del Castillo, como Roque, posee un valioso instrumento de barítono-bajo aunque, como el tenor, haya de perfeccionar emisión y fraseo. Muy correcto también Ivo Stanchev como Pascual. El problema con el que los cuatro se enfrentaron fue el exceso de sonoridad que imprimió Ramón Tebar en el foso. Cierto es que dotó de vivacidad a la partitura, pero obligó tanto a solistas como al coro a casi gritar, con lo que dejó una cierta impresión de tosquedad. La Zarzuela no es el Palau de les Arts, donde comparte titularidad, y no habría estado de más que hubiese dejado a orquesta y coros solos en algún ensayo para él escucharles desde el patio de butacas. Ignacio García iluminó algo más, respecto a hace cuatro años, la nocturnidad de una escena de plasticidad que huye de los tópicos tradicionales para la obra tanto en decorado como vestuario. No me cabe duda de que la apuesta por la juventud ha sido un acierto y que quien asista a las representaciones las disfrutará.