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Martí Gironell: «Llegué a Ceferino Carrión a través del vino»

Su novela «La fuerza de un destino», sobre la vida de un español que conquistó Hollywood en los años cincuenta, le ha valido el premio Ramón Llull.
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Su novela «La fuerza de un destino», sobre la vida de un español que conquistó Hollywood en los años cincuenta, le ha valido el premio Ramón Llull.
El sueño americano: la oportunidad de crear una vida mejor, independientemente de las circunstancias en las que se nace. Las de Ceferino Carrión, protagonista de «La fuerza de un destino» (Planeta), no fueron las mejores. Su padre estuvo preso durante el franquismo y luego murió, junto a su hijo mayor, cuando se hundió el barco en el que trabajaban. Carrión huyó de España para no ser reclutado por el Ejército y en Le Havre (Francia) se embarcó a escondidas en un buque hacia Estados Unidos. Allí construyó otra identidad: se convirtió en Jean Leon, dueño del prestigioso restaurante La Scala y creador de un Cabernet sauvignon que se convirtió en el preferido de las estrellas. El periodista y escritor Martí Gironell reconstruye esta fascinante historia en su más reciente novela.
–¿Cómo llega a Ceferino Carrión inicialmente?
–A través del vino. Nos invitaron a una serie de escritores a una comida, nos pusieron delante una botella de Jean Leon y nos dieron algunos detalles de su vida. Entonces, dirigí la mirada a mis compañeros de mesa y dije: «Si a nadie le interesa esta historia, me la pido».
–Entre tantos viajes y cambios de nombre, rastrear su vida habrá sido un trabajo de detectives.
–Comencé descartando anécdotas, porque tenía suficientes para llenar diez periódicos. Jean fundó La Scala junto a James Dean y era el referente del Hollywood de los años cincuenta, por lo que a su alrededor encuentras toda una colección de personajes que estaban comiendo, nunca mejor dicho, de la palma de su mano. Y esto venía a partir de la amistad que surge entre ellos cuando Dean, Paul Newman y Warren Beatty, por ejemplo, eran jóvenes, como Jean, con sueños y ganas de comerse el mundo.
–En «La fuerza de un destino» reconstruye su vida, pero se trata de una novela, no de una biografía.
–Siento respeto por su historia por tratarse de una persona que murió hace poco, en 1996, con lo cual algunos de los que le conocieron están vivos. He tenido la suerte de hablar, por ejemplo, con su hermana, su hijo y el enólogo con el que creó el vino en el Panadés. También consulté las hemerotecas de «Los Angeles Times», además de biografías de actores que hablaban de él de pasada. Vas conectando una cosa con la otra y la información te permite crear una ficción a través de la cual la aventura de Ceferino te puede hacer soñar y ver que con firmeza y algunos golpes de suerte, y al mantener siempre los pies en el suelo, puedes conseguirlo todo.
–Pero, también, perder las relaciones personales, como le ocurre a Leon.
–Él era consciente de que habría sacrificios y estaba dispuesto a ello. Su hijo, que vive en Tailandia pero a veces se deja ver por Barcelona, me contaba que nunca disfrutó de la figura del padre. La novela también plantea la pregunta: ¿cuál es el peaje que quieres pagar para conseguir lo que te propones?
–Entre sus clientes estaba Marilyn Monroe, a la que, según el libro, él llevaba la cena a casa a menudo. Una de esas noches se encontró allí con Bobby Kennedy. Al día siguiente, hallaron muerta a la actriz...
–En los días posteriores a la muerte de Marilyn, Leon contó en «Los Angeles Times» que estuvo en su casa y que «alguien importante de la sociedad estadounidense» se econtraba allí esa noche. Incluso fue a declarar en el juicio que se produjo después. ¿Fue como lo cuento? No lo sabemos, pero tiene verosimilitud. A partir de detalles documentados te permites hacer tu versión de los hechos.
–También aparecen en el libro Ronald Reagan, Sinatra, Elizabeth Taylor y hasta Dalí, vistos a través de los ojos de Jean, que era su amigo...
–La voluntad de la novela es desvelar la trastienda de Hollywood, los detalles que hacen más próximas a estas estrellas que parecían inalcanzables, porque una vez que entraban a La Scala se despojaban de sus personajes y eran como todos, que se alegraban, tenían inquietudes, depresiones.

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