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Sus autores lloran hoy la pérdida de un editor total, cercano y ávido lector, cuya divisa fue apoyar el libro y fomentar la lectura: Juan Eslava Galán, Jorge Zepeda Patterson, Javier Reverte, Marta Rivera de la Cruz, Javier Moro, Clara Sánchez y Ángeles Caso
Más que una editorial
Juan Eslava Galán
En 1941 llega a Barcelona un muchacho alto y fornido que procede de un pueblecito de la sierra de Sevilla llamado el Pedroso, que ha sido legionario en la guerra y que antes de llegar a Barcelona ha hecho escala en Madrid, donde ha trabajado como boy o bailarín del conjunto de Celia Gámez. Este muchacho, más listo que el hambre, en tiempos de gasógenos y racionamiento en los que todo el mundo aguza el ingenio, se gana la vida en lo que sale, pero principalmente haciendo de intermediario entre los que quieren vender y los que quieren comprar. Cada mañana examina las páginas de anuncios del periódico, y cuando una oferta coincide con una demanda interviene, compra, vende y se gana unas pesetas. En el tiempo libre va a los frontones, frecuenta una peña en el bar Velódromo y ve jugar al Español, del que se ha hecho seguidor atraído por su condición de equipo más débil. Al poco tiempo un empleo estable en la Pirelli le permite dejar lo de los anuncios y aporta cierta estabilidad económica a su vida. Y, lo más importante , conoce a María Teresa Bosch, bella, inteligente y culta muchacha de la burguesía barcelonesa, y se casa con ella. Es un lugar común señalar que detrás de todo gran hombre hay una gran mujer, y viceversa, lo que no siempre es cierto. En el caso de José Manuel Lara es una gran verdad. Su éxito como persona y como empresario se debe también a la influencia benéfica de María Teresa, una mujer serena y sensata que moderó y encauzó el ardor creativo y la personalidad volcánica de José Manuel.
Eran tiempos de escasez y posguerra y el sueldo seguro de la Pirelli les prometía una existencia sin sobresaltos, especialmente cuando los hijos comenzaban a llegar, pero, a pesar de todo, José Manuel y María Teresa decidieron embarcarse en la aventura de fundar una academia en la que ella impartía las humanidades y él las matemáticas. Así llegan a los años cincuenta y se les ofrece la oportunidad de comprar a crédito una pequeña editorial medio arruinada. Se lanzan a la nueva aventura. José Manuel, durante un tiempo, lleva personalmente los libros a las escasas librerías, consigue, con simpatía y persuasión, que se los coloquen en los mejores lugares del escaparate, que se los vendan. Y la editorial va creciendo y va siendo conocida, especialmente a partir de 1953, cuando instituye el Premio Planeta al principio modesto que, andando el tiempo, será el más codiciado, el más divulgado y el mejor dotado de las letras españolas.
Visto el asunto con la perspectiva del tiempo, uno advierte que había que ser muy loco para intentar vender libros en un país deprimido y famélico que a duras penas podía alimentarse tras el cataclismo de la guerra. Pero José Manuel Lara tuvo fe en el futuro y tuvo anchas espaldas para aplicarse al trabajo con tesón e inteligencia. Cuando él empezó, en la inmensa mayoría de los hogares españoles no había más libro que el Libro de Familia. Los españoles que alguna vez habían pisado una librería constituían una exigua minoría. Está bien, pensó, si ellos no van al libro, que el libro vaya a ellos. Y comenzó a vender libros a domicilio, libros en cómodos plazos, libros incluso en colecciones que te regalaban la estantería, conocedor de que en aquellas casas sucintamente amuebladas tampoco había un lugar para ponerlos. Poco a poco, los libros de José Manuel Lara fueron penetrando en los hogares españoles, y su editorial fue creciendo con técnicas de marketing mientras muchas otras editoriales tan prestigiosas como inmovilistas se iban apagando. Los editores que al principio contemplaban con cierta sorna los heterodoxos métodos de venta del andaluz tuvieron que acogerse a ellos o cambiar de negocio, muchas veces vendiéndoselo al propio José Manuel Lara, que no cesaba de ampliar el suyo, hasta agrupar las más de cincuenta editoriales que constituyen el Grupo Planeta.
Pero lo de José Manuel Lara, con ser un excelente negocio, era algo más que un negocio. Hasta entonces, cada editorial tenía su ideología propia. Las había conservadoras, incluso ultraconservadoras; las había de clásicos exigentes encuadernados en bella vitola, que servían a un público minoritario, y las había, o las fue habiendo, cuando la censura gubernativa lo permitió, de vocación revolucionaria. José Manuel Lara siempre lo tuvo claro: hay que editar de todo, hay que llegar a los lectores de todas las ideologías, porque desde el punto de vista editorial todas son respetables. Por eso, en una misma colección, encontramos a Santiago Carrillo y a Manuel Fraga, a Ramón Tamames y a Vizcaíno Casas, por eso muchos adversarios políticos, incluso enemigos jurados, han coincidido en el mismo acto y se han estrechado la mano en la presencia conciliadora de José Manuel Lara. La reconciliación de las dos Españas que creemos obra de la Transición, de la Santa Transición, como algunos la llaman, la había iniciado José Manuel Lara mucho antes. El instinto comercial de editorial Planeta está avalado por su éxito y no necesita mayor comentario. Lo que es de justicia resaltar es otra faceta del personaje no tan divulgada ni tan conocida: la de editor de libros que pierden dinero. Porque con los beneficios que le dejan los menospreciados «bestsellers», José Manuel Lara ha financiado colecciones de clásicos que nadie se atrevía a editar, nombres como Esquilo o Garcilaso de la Vega, como Juan de Mena o Tirso de Molina, como Saavedra Fajardo o Gutierre de Cetina, como Baltasar del Alcázar o Torres Villarroel y una larga nómina de autores tan notables como olvidados, de esos que, aunque figuren en los manuales de bachillerato, a la hora de la verdad nadie edita porque nadie lee y nadie lee porque nadie edita. Y no me refiero a ediciones de salir del paso, sino a ediciones cuidadas, pagando a los mayores especialistas en el tema para que hicieran estudios preliminares como Dios manda, y no faenas de mero aliño.
Otro de los logros de José Manuel Lara fue la dignificación del oficio de escritor. Esta mala madre que en muchas ocasiones es España ha ninguneado y maltratado secularmente a sus escritores. No hace falta que nos remontemos a las miserias de Cervantes buscándose la vida malamente como recaudador de impuestos; tenemos ejemplos más modernos y sangrantes: Cernuda no pudiendo salir a la calle por falta de calcetines o Valle-Inclán comido de miseria y soñando despierto con vender hasta mil ejemplares de sus sonatas. Mariano José de Larra, el autor mejor pagado de su tiempo, dijo que escribir en España es llorar. Escribir en España fue llorar hasta que Editorial Planeta comenzó a repartir liquidaciones millonarias entre sus autores. José Manuel Lara y su heredero dignificaron la profesión de escritor, permitiendo que muchos intelectuales vivan de lo que escriben e incluso que vivan muy bien. José Manuel Lara ha llegado a vender millón y cuarto de ejemplares de un Premio Planeta. En España, desgraciadamente, no hay millón y cuarto de lectores, pero es posible que algún día los haya cuando los niños que están creciendo en los hogares donde hay una estantería llena de libros que editó José Manuel Lara vayan leyendo aquellas páginas que sus padres compraron o recibieron como regalo y nunca leyeron. Vender libros, aunque no se lean, es una de las máximas del editor sevillano, porque una generación compra los libros y la siguiente los lee. Él está convencido y el tiempo le ha dado la razón, de que los que crecen en una casa con libros terminan leyéndolos. A veces, volviendo a los autores, el que fue famoso deja de serlo y los libros que se vendieron dejan de venderse. La profesión tiene estos altibajos. Es de justicia consignar que la generosidad de José Manuel Lara ha sacado de apuros a muchos autores que han caído en desgracia del público pero no del editor. Una generosidad que José Manuel Lara ha extendido a las viudas y a los descendientes de sus autores. No puedo dejar de mencionar que cuando recibí el Planeta, José Manuel Lara me encargó, aprovechando que soy de Jaén, que hiciera indagaciones para ver si el primer premio Planeta, Juan José Mira, que era paisano mío, había dejado herederos, puesto que su libro se seguía vendiendo y había generado unos cuantos millones de pesetas de beneficios que no sabían a quién correspondían. Uno no se imagina a todos los editores haciendo algo semejante.
Un creador con Excel
Jorge Zepeda Patterson
Apenas conocí a José Manuel Lara, pero es alguien que cambió mi vida. Como la de muchos otros. Supongo que la verdadera trascendencia de los seres humanos se mide en su capacidad para influir en la existencia de sus congéneres; bajo tal criterio, Lara es imprescindible. Y en más de un sentido.
Encabezar el quinto grupo editorial en el mundo, sólo detrás de alemanes y estadounidenses, y por encima de ingleses, franceses, japoneses o italianos, es algo que no sólo se consigue con una mente de negocios brillante e intuitiva, sino también con una convicción indoblegable en la importancia del libro en español. La división editorial podía no ser ya la más importante del «PIB» del conglomerado de ese país llamado Planeta, pero nunca dejó de ser el alma en el ánimo de este singular empresario. Quizá por ello, a diferencia de los corporativos transnacionales gigantes con sede en Nueva York o Gütersloh, la estrategia editorial de Planeta nunca estuvo subordinada a una cifra o a los criterios del experto egresado de la escuela de negocios. Hasta el último de sus días Lara fue, antes que otra cosa, un lector ávido, un romántico con agenda, un creador con Excel a mano.
El 15 de octubre pasado, al otorgarme la estatuilla del Premio Planeta, me susurró bajito: «Felicidades, es la novela que yo hubiera premiado» y en un acto de profunda generosidad, me hizo un comentario sobre un personaje de mi libro anterior. Bajé del estrado conmovido por la confidencia y hondamente impactado por la revelación de que este hombre peculiar, que vivía ya en una cuenta regresiva, dedicaba sus últimos días a seguir leyendo.
Apenas lo conocí, pero ya comencé a extrañarlo.
Uno de los nuestros
Javier Reverte
Creo no exagerar si digo que José Manuel Lara (esto es: Planeta) fue un editor cuyo camino se cruzó alguna que otra vez con casi todos los escritores de este país. Imagino que era tan desbordante en el trato como prolífico en la edición. En casi todas las fotografías que he visto suyas ríe volcánicamente y, desde luego, editaba como un volcán en erupción. Físicamente resultaba enorme, grandísimo, y su tamaño y su carácter sin duda imponían. Y como, en general, los escritores somos gente de poca estatura, te sentías poca cosa delante de aquel hombretón, como si fueras un caballo más al que observaba con ojo clínico el dueño de una cuadra. Y es cierto que muchos escritores casi relinchaban al verle.
Sólo nos saludamos una vez en la vida, con motivo de uno de los premios literarios que concede su empresa, el Fernando Lara de Novela, que me concedieron en ese año 2010 con mi novela «Barrio Cero», un relato que, a mí, como autor, me parecía entonces excepcional. La ceremonia del fallo se celebró en Sevilla, durante una cena multitudinaria en el patio de los Alcázares, una noche calurosa de primavera impregnada de un intenso olor a azahar y con el «todo Sevilla» papeando a cuenta de José Manuel Lara. Una tropa de asistentes me llevó casi en volandas a conocerle y me sorprendió que, mientras todo el mundo andaba trajeado a su alrededor, él se había quedado en mangas de camisa. Pensé que resultaba un hombre campechano y cálido; y me cayó bien, aunque apenas me despachó con unas pocas palabras y tuve la impresión de que yo le importaba un bledo. Recuerdo con exactitud lo que me dijo: «Me han contado que eres bueno. Yo te garantizo una venta de veinte mil ejemplares de salida; el resto es cosa tuya». Está claro que los dos nos equivocamos: ni mi obra, vista en la distancia, era tan excepcional como para romper en las listas de «best-sellers», ni su garantía bastó para acercarse a la cifra de ventas prometida.
Ahora que ha muerto pienso en su figura como en un colega, aunque no le traté personalmente más allá de lo que he contado. Siempre he creído que el mundo de la literatura lo formamos cuatro grupos de personas que ni siquiera tienen por qué conocerse, aunque sí apreciarse desde la lejanía: el escritor, el editor, el librero y el lector. De modo que, en el caso de Lara, siento que ha muerto un amigo, uno de los nuestros. Y más aún sabiendo a ciencia cierta que hizo por la literatura mucho más que todos los ministros juntos de los últimos treinta y cinco años. Que descanse en paz rodeado por los miles de libros que editó.
Que sepas que estoy escribiendo
Marta Rivera de la Cruz
La primera vez que saludé a José Manuel Lara lo hice muerta de miedo. Acababan de hacerme finalista del Premio Planeta y él me esperaba en lo alto de un escenario iluminado por los flashes. Allí estaba él, alto y enorme, con un gesto serio que me hizo tragar saliva y desear que la tierra se me tragara, porque yo era muy joven y estaba abrumada y ni siquiera sabía qué iba a decir a aquel hombre que se me antojaba todopoderoso y ajeno, como si perteneciese a un mundo distinto al mío. Pero Lara me dio un abrazo y luego hizo algo maravilloso: me habló de mi novela. Me preguntó por los personajes, por las tramas, me habló de la estructura, de la evolución de los protagonistas. Y yo no podía creer que aquel hombre que era dueño de un imperio hubiese dedicado parte de su tiempo a leer un original escrito por mí. Nunca le dije que mientras le contestaba, con la voz ronca y las piernas temblonas, sentí ganas de llorar de gratitud y entendí que estaba ante un hombre extremadamente generoso que creía en la literatura y en los libros y en el misterioso poder de las palabras. Desde entonces, cuando nos veíamos, me preguntaba si estaba escribiendo. Ahora que José Manuel Lara se ha ido para siempre lamento no haber sabido compartir con él el tamaño de mi agradecimiento, no sólo por haberme dado la gran oportunidad de mi vida, sino por la sensibilidad infinita que me demostró en aquella noche del 15 de octubre. Buen viaje, amigo mío. Y que sepas que estoy escribiendo.
Cercano a los escritores
Javier Moro
Conocí a José Manuel Lara en Medellín, Colombia. Recuerdo que en ese momento estaba relajado y se mostró con las personas que le rodeábamos muy campechano, de una manera asequible. En seguida te dabas cuenta de que era alguien que caía bien inmediatamente. Su fallecimiento ha resultado una verdadera pena. Cuando murió su hermano, él cogió la batuta de la compañía y lo hizo francamente bien. Compró la segunda editorial más importante de Francia, un país al que suelo ir a menudo. A pesar de las críticas que recibió por esa adquisición, al final el tiempo ha demostrado que ha sido una operación exitosa. Hay que señalar que José Manuel Lara, al igual que yo, es un ex alumno del Liceo Francés. Él estudio en el de Barcelona y yo, en el de Madrid. Le escuché que aspiraba a ser igual de importante que el grupo Hachett, pero lo que ha conseguido en realidad es ser más importante que Hachett. Hay que destacar de él que ha logrado consolidar el Grupo Planeta en el extranjero. Suelo viajar con frecuencia a América y veo cómo sus libros están distribuidos allí y, por eso, tiene un gran crédito en América Latina. Pero si existe un aspecto que me gustaría destacar de su personalidad, aparte de su afabilidad, es que siempre se comportaba de una manera próxima con los autores. Los tenía siempre en consideración y que, digamos, el «capo» de todos los editores de su grupo estuviera con el oído atento suponía una gran consideración hacia los escritores. Resultaba evidente que a Lara le gustaba estar con ellos, compartir su tiempo con las personas que editaba. En eso se notaba que era un editor de fondo, aunque luego hiciera otros negocios aparte. José Manuel Lara fue, de base, sobre todo, un editor.
Vivid, la vida sigue
Clara Sánchez
En esta existencia incierta, de sueños y desgarros, de encuentros generosos y pérdidas inasumibles, en esta existencia en que no somos nada sin el aliento ni la ayuda de los otros, a veces uno se encuentra con seres admirables. Mi admiración por José Manuel Lara no tiene fisuras, porque me parecía franco, sincero y un gran trabajador. Me sobrecogía verle en su estado al pie del cañón, con ánimo y entereza y una gran calidez humana. Creía en la fuerza de la imaginación como generadora de riqueza, y creía en los escritores, los respetaba más allá de los números y de sus ideas políticas.
He tenido la enorme suerte y el gran orgullo de que me haya entregado los premios Nadal y Planeta un hombre que pretendía que los libros ocuparan el mismo espacio que el fútbol en el corazón de la gente. Se nos ha ido José Manuel Lara cuando la cultura de este país más lo necesitaba. Ya lo dijo Antonio Machado: «¿Murió?... Sólo sabemos que se nos fue por una senda clara, diciéndonos: hacedme un duelo de labores y esperanzas. Sed buenos y no más, sed lo que he sido entre vosotros: alma. Vivid, la vida sigue, los muertos mueren y las sombras pasan, lleva quien deja y vive el que ha vivido. ¡Yunques, sonad; enmudeced, campanas!».
Sangre de editor
Ángeles Caso
De José Manuel Lara muchos recordarán la enorme expansión que le dio a la empresa que heredó de su padre. Recibió un negocio que se basaba al cien por cien en la edición de libros y lo ha convertido en un imperio diversificado y moderno, justo lo que deben ser las empresas y los negocios en estos momentos. A su padre se le recuerda actualmente como a un gran editor y Lara Bosch trascenderá como un enorme empresario. Pero existe algo que debemos subrayar: dentro de esa empresa que es el Grupo Planeta, hay que agradecerle que mantuviera el interés absoluto por la edición que, de todos los sectores que abarcó, a lo mejor no era el más interesante desde el punto de vista económico, pero que sin duda sostuvo con afecto y cariño. Sin duda hay que agradecérselo, porque podía haberse centrado en otras cosas, pero, sin embargo, dedicó parte de su cariño hacia la Editorial Planeta, y a ésta, en concreto, entre todos los demás sellos. Si alguien, en algún momento, cuando murió su padre, pensó que la empresa que había levantado podía irse abajo, José Manuel Lara demostró que estaba equivocado y, además, él siguió manteniendo sus editoriales como eje principal del Grupo Planeta. A partir de ellas ha surgido todo lo demás. Fue un editor que se ha esforzado a lo largo de toda su vida y que ha mantenido los grandes premios que todos conocen y que siempre han estado ahí. Cuando hubo una cena importante relacionada con estos eventos asistió siempre, hasta el último momento, sin faltar jamás. Si se piensa en cómo podían haber cambiado las cosas en el mundo del libro y la cultura, todos le deberíamos estar enormemente agradecidos y mostrar nuestra admiración y respeto como empresario y, sobre todo, como editor.