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Los mitos son para el verano

El sol y la canícula han inspirado todo tipo de mitologías que aluden a la ambición, el adulterio y otras imprudencias: aquí están algunas de esas leyendas
«La fragua de Vulcano», cuadro de Velázquez en el que el sol es protagonista
«La fragua de Vulcano», cuadro de Velázquez en el que el sol es protagonistaMuseo del Prado

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En la plena canícula que nos ha tocado, como sucede cíclicamente en este tiempo eterno, podemos aprovechar unos días de asueto para evocar, gracias a la mitología, alguna de las grandes leyendas relacionadas con la estación.
La mitología es una disciplina que siempre está vigente y de actualidad: nunca pasa de moda. Contiene las grandes historias esenciales, los relatos que han logrado que el ser humano sea, como quiere Yuval Noah Harari en su celebérrimo libro «Sapiens», la especie más exitosa sobre la faz del planeta. La capacidad que tenemos de cohesionarnos con discursos simbólicos que versan sobre asuntos más allá de lo real, de las coordenadas espacio-temporales y de los requisitos básicos para la supervivencia –es decir, todo aquello que nos hace creadores de fabulaciones, ficciones, leyendas y mitos– seguramente ha contribuido al éxito del ser humano de manera única entre los animales que pueblan la tierra. Por eso, es tan importante conocer los mitos, no sólo los clásicos, que son los nuestros patrimonialmente hablando –pues seguimos siendo en cierto modo griegos y romanos, como decían Shelley o Goethe– sino también toda la gran sinfonía de la mitología comparada, que han estudiado autores como Sir James Frazer, Mircea Eliade o Claude Lévi-Strauss, entre otros. Como decía Joseph Campbell, la mitología universal es una suerte de sinfonía con los mismos leitmotivs, pero ejecutada por instrumentos diferentes. Y en toda ella resuena el ritmo esencial del ser humano, «el ritmo de la existencia», que diría el poeta griego Arquíloco, uno de los más fieles devotos del dios Dioniso. Por eso, conocer el ritmo de la música y la letra de los mitos en la estación veraniega puede ser un buen modo de entender algunos patrones de comportamiento, historias patrimoniales y otras enseñanzas muy preciadas.
Pero, ¿cuáles son los mitos más conocidos relacionados con el verano? Me permitirán que me centre en la mitología clásica, porque es la más cercana, la más querida y la más conocida por todos nosotros, evocando a partir de mi libro «Mitología Clásica» (Alianza) ejemplos de algunos de ellos. La estación cálida se relaciona con los mitos del sol, Helios, Febo Apolo o Hiperión, ardiente en su carro de ruedas ígneas y caballos que respiran fuego, una suerte de cuadriga primordial que surca el firmamento, pero también con la estrella «abrasadora» de Sirio, el Can Mayor, que rige la canícula, temporada que comienza tras el solsticio de verano del hemisferio norte, y cuando el sol del mediodía está a la máxima altura posible sobre el horizonte.
El sol es ora un titán, como Hiperión, ora un dios como Febo Apolo, gemelo de Ártemis, que encarna la luna. Los hermanos gemelos del cielo aparecen en muchas otras culturas, desde el antiguo oriente hasta América. Pero más conocido es Helio, el sol abrasador, protagonista de muchos mitos, como el de Faetón, el brillante, su joven e impetuoso hijo, que deseaba conducir el carro de su padre Helio. Así le rogaba sin cesar, como cuentan los grandes poetas mitógrafos, como Ovidio en las «Metamorfosis» (I 749 ss.) o Nono de Panópolis en el canto XXXVIII de sus «Dionisíacas». El padre Sol al principio no quería, pero, como en los cuentos, tanto le rogó a Faetón que al final no le fue posible decirle que no. En una clase improvisada quiso enseñarle rudimentos de la conducción del carro solar y, sobre todo, prevenirle de no desviarse de la ruta entre los planetas para no crear problemas. Faetón no escuchaba, ávido ya por conducir el veloz carro. Y, en efecto, cuando tomó las riendas, enseguida empezó a distraerse de su curso habitual y el carro del sol abrasó grandes porciones de la tierra, desde el desierto del Sáhara en adelante, chamuscando además los rostros de los habitantes de las inmediaciones. Ante tamaño desastre, el padre Zeus tuvo que emplear su rayo para fulminar a Faetón y derribarlo del carro del Sol. El joven acabó cayendo en el río Erídano, actual Po, muriendo allí ahogado. De las lágrimas de sus hermanas, las Helíades, hijas del sol, se dice que nació el ámbar. Evoca entre otros el mito Van Eyck, en un lienzo conservado en El Prado, y Calderón, en su comedia «El hijo del Sol, Faetón». Pero el sol del verano, además de quemar cosas o derretirlas (piensen en las alas del pobre Ícaro, otro joven impetuoso que desatendió los consejos de su padre Dédalo sobre acercarse demasiado al curso de Helios), también es también el vigía sempiterno que ve todas las cosas sobre la tierra, incluido el famoso adulterio que cometieron Afrodita y Ares, como cuenta, Homero. El sol avisó al marido, engañado, Hefesto, como recoge bellamente Velázquez en su lienzo «La fragua de Vulcano», también en El Prado.
¿Y qué hay de la canícula? Pues bien, el origen de la estrella se relaciona con otro mito muy hermoso contado también por Ovidio (Met. VI) y Nono (Dion. XLVII), que es de Icario, Erígona y su perro Mera. Icario era un campesino que vivía en el Ática y fue el primer mortal que tuvo la dicha de aprender el arte de la viticultura del dios del vino, Dioniso, que llegaba de oriente difundiendo sus dones. Así como Triptólemo fue el primer humano que difundió el cereal, introducido por Deméter, Icario recibió la primicia del cultivo del vino. Encantado, después de cultivar la uva y procesarla para crear la preciada bebida, invitó a sus colegas campesinos de la región para que probaran aquel insólito licor. Ellos lo probaron gustosos, pero no supieron beber con mesura sino, entusiasmados, se embriagaron terriblemente. Extrañados ante esa sensación inaudita, creyeron que Icario los había envenenado con una pócima fatídica y, todos a la vez, lo lincharon y acabaron matándolo a golpes de azada. El anciano Icario, que vivía con su hija Erígone, se le apareció en sueños para avisarle del crimen y el cadáver fue encontrado semienterrado por el perro Mera. Erígone, desesperada al ver descubrirlo, se ahorcó de árbol, mientras que el perro, aullando de dolor, murió de pena o arrojándose por un acantilado. Dioniso, compadecido de ellos, colocó en el firmamento a Erígone, a Icario y a Mera formando varias constelaciones: Erígone, la de Virgo; Icario, la del Boyero (Bootes) y Mera, la estrella Proción, «la que viene antes del perro», Sirio (o Canis Maior), como había hecho también con su cónyuge Ariadna, que es la Corona Boreal. Sirio parece provenir de varios perros mitológicos, que regalan dioses como Zeus o Aurora, pero es más simpático el mito de Mera, que marca lo más tórrido del verano, cuando el ciclo de la uva descansa. Luego, en la tierra del Ática, se instauraron unas fiestas en honor de Erígone, las Aiora, en las que las jóvenes atenienses tenían que balancearse en un columpio, conmemorando el triste ahorcamiento de la muchacha, a modo de expiación del crimen de los campesinos del lugar.
Valgan estos dos mitos, el de Faetón y el de Icario, como dos de los más curiosos que tienen relación con estas fechas veraniegas. Léanlos, les aconsejo, en las versiones de los grandes poetas de la antigüedad, tanto griegos, como Nono, como romanos, como Ovidio. Y uno puede acercarse a estos mitos en alguna de las compilaciones modernas, al uso. Estos grandes repertorios de mitos clásicos son indispensables no sólo para comprender la astronomía, sino también para recorrer cualquier museo: han inspirado a artistas de todas las épocas de forma sugerente y siempre vistosa en cuadros, esculturas, novelas, óperas o sinfonías. Porque los mitos, como las bicicletas, también son para el verano.
Decía el conocido mitólogo Georges Dumézil, «un país sin leyendas se moriría de frío. Un pueblo sin mitos está muerto» y hay que decir que, si los mitos son las viejas historias de la tribu, siempre se contarán al amor de la lumbre. Al calor del mito buscamos la fragua de Vulcano, el Hefesto griego, debajo del Etna, donde el dios de la forja elabora sus fantásticos artificios con una cofradía de seres extraños, herreros y alquimistas, entre los cuales se encuentran los cíclopes. También pertenece el dominio del fuego subterráneo a Hestia, Vesta para los romanos, la diosa protectora del fuego del hogar. Muy otro es el fuego celeste, que domina Zeus con sus relámpagos o su hija favorita, Atenea. Se cuenta que a esta y a Hefesto les robó…