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Muere Martín Prieto, periodista y punto (final)

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En los primeros minutos de la media noche del sábado, ha fallecido José Luis Martín Prieto, MP, en el Hospital de El Escorial, donde residía desde hacía unos años junto a sus esposa, Cristina Scarfiora
En los primeros minutos de la media noche del sábado, falleció José Luis Martín Prieto, MP, en el Hospital de El Escorial, donde residía desde hacía unos años junto a su esposa, Cristina Scaglione. Tenía 75 años de edad y su obra está en las hemerotecas de los periódicos más importantes del país, que es donde debe estar el trabajo de los periodistas, entre ellos LA RAZÓN, la que fue su última casa y donde cumplía casi a diario con la disciplina de los que han estado muchos años en las galeras de una redacción, conoce sus premuras y el sentido efímero del periodista, pero no de la letra impresa.
Martín Prieto no aceptaría halagos necrológicos, pero en él se resume lo mejor de una profesión ejercida con libertad, sentido crítico y escrita como si fuera la única huella que el hombre de la calle deja a su paso. Con enorme respeto a la palabra, a su belleza y a su verdad. Todo lo demás es vanidad. Era difícil que tras la lectura de alguna de sus columnas no se levantara una sonrisa despiadada, que podía suministrar a todas las páginas y secciones del periódico que lo reclamasen, y si una mala noche no se lo impedía. Ha sido un periodista de genio, extremadamente racional, escéptico, por lo tanto, capaz de sacrificar estar al mando de un periódico a sostener la idoneidad de publicar una información. Consecuente con su destino, vivió sus últimos años fuera de la corte mediática. Agnóstico en el cielo y en la tierra.
Nació en Madrid en 1944. Su padre, republicano, quedó ciego en la guerra civil. Su madre, montañesa, le enseñó a la fuerza a sobrevivir, y pronto lo hizo en las redacciones, un verdadero hogar de humo que le dio todo y, también, se lo quitó. Conocía ese juego de poderes y por eso lo despreciaba. Tenía una concepción bohemia del periodismo porque no había nada mejor que contar y hacerlo justamente. Creía que esta profesión se ejercía desde la cultura. De ahí que sus artículos siempre fuesen algo más. Escribió en los diarios «Arriba», «Pueblo» e «Informaciones», donde fue redactor jefe. Formó parte del equipo fundador de «El País», en 1977, llegando a ser subdirector y persona llamada a funciones más altas. Para algunos, fue el alma de aquel equipo.
En el periódico de Jesús Polanco firmó las crónicas del juicio por el golpe de Estado del 23-F, páginas canónicas para entender que en un folio puede relatarse la trama más escurridiza y compleja si se sabe de lo que se habla. Martín Prieto lo sabía, tenía fuentes, personas a las que preguntar, pero, sobre todo, capacidad de análisis sin perderse en la cacofonía del poder. Tenía estilo y tenía la justa medida de déspota ilustrado, que nunca va mal. Estos artículos diarios quedaron recogidos en el libro «Técnica de un golpe de estado: el juicio del 23F», que debería ser de obligada lectura en la facultades y escuelas. En su prólogo, escribió Juan Luis Cebrián, quien fuera su director: «Confieso que lo único que no me gusta de esta colección de crónicas de José Luis Martín Prieto sobre el Juicio del 23 de febrero es no haberlas hecho yo. Para ser claros, me consume la doble envidia de querer saber escribir como él y de haber podido asistir al Juicio contra los militares rebeldes. Juicio que la maestría de su pluma supo contar a los lectores de “El País”. Como consuelo me queda al fin la efímera satisfacción de haber sido el director responsable de que haya ido él a las sesiones de Campamento».
Poco después, el mismo periódico lo envió de corresponsal a América Latina, con base en Buenos Aires. A las espaldas de la calle Corrientes (fue asiduo en sus librerías nocturnas) vivió con la oncóloga Cristina Scaglione tiempos felices, el gran hallazgo de esa estancia, «mi doctora», la mujer que le ha acompañado hasta la última noche. Viajó por todo el continente, escribió de todo, conoció los sucesos políticos en un periodo todavía marcado por las dictaduras y la guerrilla. En 1985 Pinochet lo expulsó de Chile. Pese a vivir en Argentina, no le gustaba el fútbol, del que sólo escribía por obligación. Sólo fue una vez a ver un partido; lo invitó el fiscal Julio Strassera, el que procesó a Videla y al resto de la Junta Militar. Fue a un partido del Boca –habría que ver a MP en la Bombonera–, pero hubo un momento que excusándose para ir al servicio o al bar, Martín Prieto desapareció. Una de sus tantas desapariciones.
La huella americana le había marcado tanto que en una de sus recientes visitas al hospital, para ayudar al médico en su diagnóstico, le explicó que había contraído la malaria en el Matogroso brasileño, siguiendo los pasos del coronel Percy Fawcett, quien desapareció en extrañas circunstancias en 1925 en lo más inhóspito de la selva buscando la misteriosa ciudad Z, creyendo que era El Dorado. Allí estaba Martín Prieto tras sus pasos para escribir un reportaje que, a la postre, creía él, le había llevado, treinta años después, a la cama de un hospital.
Tras su paso por “Tiempo”, recaló en “Diario 16” y “El Mundo”, con boina miliciana, dando con un grupo de periodistas muy de la etapa final de Felipe González, que él tan bien conocía. Martín Prieto era el único periodista que la noche del jueves 28 de octubre de 1982 estaba en la casa del candidato socialista esperando los resultados en la casa del doctor José Luis Moneo, junto a Carmen Romero y Julio Feo. Principio y final. Genio y figura.
El mes de octubre de 1996, Martín Prieto protagonizó uno de los sucesos más misteriosos de aquellos días plagados de conspiraciones periodísticas y tertulias. Le esperaban a cenar en su propia casa algún ministro, un juez, periodistas y su esposa cuando una tardanza excesiva disparó la alarma de un posible secuestro. Era un tiempo en el que en España muchos periodistas iban con escolta amenazados por ETA. Se llegó a hablar de una misteriosa “rubia, de unos 35 años” que había salido con él de su propia casa. Apareció al día siguiente en un hotel de Madrid. Esta fue la penúltima desaparición del MP. “Cartas a mujeres” fue su otro libro, una pasión inalcanzable.
Hasta sus últimos días, recibía en su casa los periódicos de papel, leía hasta el amanecer -entre sus últimas lecturas estaba “Viajes al estrecho de Magallanes”, de Pedro Sarmiento de Gamboa, y de manera especial el Glosario de Voces Marítimas y Antiguas- y escribía columnas para seguir viviendo. Para estar vivo.
No se oficiará servicio fúnebre y, tal y como ha dispuesto, su cuerpo será entregado a la Ciencia. Descanse en paz.