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Las musas también mueren, pero no del todo

Adiós a esa chica que rezumaba erotismo y rebeldía por las calles de París
Jane Birkin tuvo una belleza que parecía inmortal
Jane Birkin tuvo una belleza que parecía inmortalASSOCIATED PRESSAP
La Razón

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Acaba de morir Jane Birkin, la gran musa inglesa nacida en 1946 en un barrio londinense cuyas imágenes de juventud son imborrables, al menos de la memoria de un esteta, de un amante de la belleza femenina como es un servidor. Lo que sucede es que uno también hace cuentas con el paso del tiempo, con la corruptibilidad de la carne y con el horizonte último de toda vida terrena que es la muerte y es ahí donde la noticia del fallecimiento de Jane Birkin, como la muerte de cualquier persona, despierta de su letargo las grandes preguntas del ser humano.
Volvamos a Jane, a la musa de los años 60, a esa chica que rezuma erotismo y rebeldía por las calles de París y por todos los poros de su piel, a esa mujer que se trasladó a Francia donde conoció al que sería el gran amor de su vida, un amor turbulento y escandaloso. Serge Gainsbourg, cantante, compositor, pianista, poeta, pintor, guionista, escritor, actor y director de cine francés, es decir, un hombre que lo quería ser todo, un soñador, un inconformista, un artista al que Jane seguía inspirando después de la ruptura de su relación y con el que tuvo a su segunda hija.
Juntos cantaron, en 1969, "Je t'aime... moi non plus", uno de los grandes éxitos de la canción francesa. Canción que había sido compuesta anteriormente por Serge cantada a dúo con Brigitte Bardot en 1967 y reversionada con la voz de Birkin en el 69. El tema fue prohibido en radios europeas y censurado por el Vaticano. Basta escuchar las tres primeras frases susurradas por Jane para hacerse una idea del poder de seducción que tenía esta mujer que acaba de morir. "Je t'aime, je t'aime, Oh oui je t'aime".
"El amor físico es un callejón sin salida", sentencia una de las últimas estrofas de la letra de esta canción, expresión máxima del erotismo musical, de la sexualidad carnal, expresión también del límite que es, como ellos mismos afirman, el amor físico. Una canción escrita en los días de la revolución de mayo del 68, una canción que expresa el deseo de amar, la pasión de los amantes y, en una sola frase, la necesidad de que más allá del placer, del final orgásmico del acto sexual que sucede explícitamente en el ocaso de la canción, más allá de todo esto los amantes claman, gimen, buscan, necesitan que haya una salida en ese callejón oscuro en el que se convierte el amor encerrado en dos cuerpos. Un segundo después, el abismo de la vida, de una vida que se precipita irremediablemente hacia el tedio, hacia el sufrimiento, hacia la muerte, un vértigo que arranca de nuestras entrañas la necesidad de ser queridos siempre, abrazados con ternura, deseados, en definitiva, deseo de un Amor que no muera nunca, de un abrazo que no se acabe, de una vida que pueda ser vivida con esperanza.
Jane supo lo que era sufrir. Tres amores, con lo que ello supone de gozo y dolor. Se casó en 1965 con su primer marido a los 19 años, del que se separaría en 1968 y con el que tuvo a su primogénita, Kate Barry, que se suicidaría con 46 años lanzándose al vacío de la muerte en 2013 por la ventana de su piso en París. En el mismo año que se separa, corría el 1968, inicia la relación con Serge, convirtiéndose en la pareja de moda de la vida parisina. En marzo del 91 perdió a Serge, su gran amor, y a los pocos días a su padre. Su tercer matrimonio con Jacques Doillon duró apenas once años (1980-1991) y con él tuvo a su tercera hija, Lou Doillon.
Desde entonces Jane ha seguido cantando, envejeciendo y apagándose hasta el 16 de julio de 2023, día en que murió. Jane Birkin, la gran musa ha desaparecido pero todo aquello que ella inspiró y a quienes inspiró en el arte, el cine, la moda, la fotografía, la música, la poesía, quedará para siempre grabado en la historia del siglo XX. Hay personajes que hacen sombra a su persona y conocemos pocos detalles de su vida íntima, del día a día, de una vida que todas las mañanas tuvo que portar el estigma del éxito, la cruz de la imagen y el peso de la fama además de soportar el drama de envejecer. Basta ver las fotos de Jane cuando era una joven de treinta años para entender que la belleza tiene una cara invisible que no podemos obviar aunque estemos cegados por el destello de unos ojos preciosos y una sonrisa capaz de hacer perder el sentido a cualquiera pero cuando hurgamos un poco, descubrimos que tras esa cortina de humo que es la imagen pública y lo temporal, habita un ser humano como cualquier otro. Véase el caso de Edith Piaf, Albert Camus o Michel Houellebecq por acercarnos un poco más a la actualidad.
Qué queda entonces de esa belleza que parecía inmortal, de ese glamour, de esa fascinación cuando la muerte ha dictado ya su sentencia y sólo podemos aferrarnos a una voz o a la ingente cantidad de fotografías esparcidas por la red como una estela preciosa y precaria de haluros de plata de otra época, de un tiempo de amor y champagne, de tardes de domingo en una cama en rue de Verneuil... ¿Qué queda de todo eso?
Queda, al menos así lo pienso, la esperanza de que todo lo que ha sido la vida de Jane Birkin, todo lo que es la vida de cada ser humano, lo que hemos hecho, bien o mal, según se mire y según la moral con la que se juzgue, nos deje a los que aún tenemos que llegar a ese momento crítico, definitivo, una brizna de esperanza.
Ver las fotografías de Jane con más de 70 años me permite afirmar que hay una belleza que no muere, una belleza que resiste el paso del tiempo, una belleza que es mayor a medida que nos acercamos a la muerte. La belleza del ser, que a una cierta edad no es una belleza apoyada en las armas de la seducción ni sostenida por los pilares de la juventud, es una belleza arraigada en una vida llevada a término, gozada y sufrida, colmada en cada ser humano de una forma distinta, original y única.
Jane ha muerto, pero no del todo.