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Rocío Márquez y Bronquio, la revolución electrónica del flamenco

Proponen en «Tercer cielo» una fusión musical con el retorno al folclore como base experimental, a través de la fiesta, el baile, el cuerpo y la libertad creativa
Jesús G. FeriaLa Razon

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Libertad, disfrute y respeto absoluto hacia lo diverso. Tres ingredientes fundamentales para cualquier tipo de fusión. Más aún, en una época cargada de estímulos, de caos establecido como el nuevo orden. Pueden parecer incompatibles dos mundos tan ajenos como la música electrónica y el flamenco, uno tan cargado de las posibilidades de la tecnología, el otro tan de golpes de nudillos sobre la mesa. No obstante, cuando la valentía del arte se antepone a lo establecido, el resultado suele ser tan innovador, interesante y cautivador como «Tercer cielo». Este álbum de 17 canciones lo acaban de lanzar la cantaora Rocío Márquez y el productor de música urbana y electrónica Bronquio, nombre artístico de Santiago Gonzalo. Dice este último que todo artista pasa «por un primer cielo, que es cuando te empiezas a dedicar a lo que te gusta. El segundo es cuando de niegas todas las reglas que has seguido para abrirte a otros espacios, y el tercero es cuando te da igual todo y empiezas a jugar». Por tanto, y ante unas circunstancias pandémicas que les han permitido aprovechar de un largo tiempo libre, ambos artistas se localizan en este nivel, al que, en el caso de Márquez, ha llegado «tras una crisis artística. Con la repetición empezamos a automatizar, y al entenderlo empiezo a permitirme nuevas cosas. A este tercer cielo he llegado gracias al autoconocimiento de mí misma, una vez me he aceptado, conocido y respetado. He entendido que, como la vida, todo es un juego».
Con este proyecto, ambos aseguran haber gozado de gran libertad creativa, así como haber participado «en este retorno al folclore tan potente que existe en nuestro país desde hace unos años», explica Bronquio. «Estamos en un momento cultural de cierta apertura a la experimentación del folclore», añade, a lo que Márquez apunta que «es algo que tiene sentido, porque estamos viviendo una globalización en la que todos estamos enganchados a las redes permanentemente. Entonces, de repente, volver a la raíz y a lo popular... La fiesta, el baile y el cuerpo son tres aspectos en los que flamenco y electrónica se dan la mano». También opina Bronquio que vivimos una época «de despersonalización, de una crisis de identidad, y nos hemos dado cuenta de que es al folclore donde debemos volver para encontrar nuestras raíces y nuestra personalidad, además de que podemos hacer una propuesta creativa que ninguna persona en el mundo puede hacer».

Un arte vivo

Si bien Bronquio define a la electrónica ya no como un género, sino como «una herramienta contemporánea que se utiliza para hacer cualquier cosa, como una hegemonía sonora», Márquez apunta que de su estilo musical son «muy necesarias» tanto las fusiones como la visión más tradicional. En la historia del flamenco, se han producido innovaciones y revoluciones de este tipo que han sido duramente criticadas por un sector más tradicional, pero que a su vez han irrumpido como una revolución o fenómeno musical. Una desconfianza ante lo diferente que hasta el mismísimo Camarón de la Isla sufrió, pero que no por ello dejó de avanzar, de proponer nuevos conceptos y de hacer historia. Ante esto, explica Márquez que «estas disputas reflejan que el arte está vivo. Hay que celebrar que existan diferentes maneras de ver el panorama, porque no solo somos complementarios, sino que nos necesitamos. En un discurso en el que el flamenco es diverso y amplio, no tiene sentido ser excluyente con quienes no lo ven como yo. Ahí entra un trabajo de mucha aceptación y de agradecimiento, porque les doy gracias de corazón a quienes tienen una visión más ortodoxa».
Este disco es, además, fruto de un concepto del que asegura Márquez que se ha hecho gran fan: «Residencia artística». Ambos músicos han pasado un tiempo en una casa en el campo, experimentando y alcanzando dotes artísticas que incluso ellos mismos desconocían. «Es una forma de trabajo que te permite entrar en un grado de profundidad complicado. Ha sido llamativo cómo han surgido cosas de una manera tan orgánica», dice Márquez, así como su compañero asegura que «ha habido mucho respeto, entendimiento y, sobre todo, aprendizaje el uno del otro». Ambos tenían claro que si no hubiese sido así de natural y recíproco, «no nos apetecía hacerlo. Pero cuando nos empezamos a encontrar vimos que todo se iba dando. Además, sin presión de ningún tipo, porque estaba todo paralizado. Era el disfrute por el disfrute», dice la cantaora. Quizá, el momento más tenso fue cuando llegó la hora de la mezcla, de empezar a ordenar «el proceso creativo que has tenido, a nivel de relevancia e importancia. Pero sabíamos que teníamos que ceder, un punto fuerte de la conexión era ignorarnos a nosotros mismos y, así, rehacernos», recuerda Bronquio. Ahora, deberán volver a encontrarse, pero esta vez sobre el escenario. En la gira, ambos volverán a retarse a sí mismos, pues actuarán tanto en teatros como en festivales: «Vamos a enfrentarnos a cosas que no hemos vivido. Un teatro es algo más íntimo, y tiene unas virtudes que aún no he experimentado, y a Rocío le pasa con los festivales», dice el músico, y ella añade que «hay mucho camino aún por andar».

La salud eterna de un género

El panorama musical actual puede presumir de la gran cantidad y variedad de propuestas que se conocen a diario. En concreto, el flamenco, según Rocío Márquez, «está viviendo un momento muy bonito, porque hay propuestas de mucha calidad. Hay compañeros haciendo cosas maravillosas y en direcciones muy distintas. Eso muestra que el género goza de mucha salud». No obstante, esta inquietud a la hora de experimentar dentro de un mismo estilo musical, no es para nada algo nuevo. De hecho, fueron Camarón y Paco de Lucía los promotores de ese concepto conocido como «Flamenco Fusión», pues reinventaron el género a pesar de las fuertes bases de tradición en las que se apoya. No en vano se han hecho inmortales las palabras de Camarón, que aseguraban que «la pureza no se puede perder nunca cuando uno la lleva dentro de verdad».
Otra propuesta bastante rompedora melódicamente la pudo hacer Triana, con su icónico rock andaluz. En los años 60 y 70, en una España en la que aún no había aflorado la Movida Madrileña, surgieron en Andalucía una serie de interesantes propuestas basadas en la mezcla entre el rock y el soniquete. Un movimiento que se consolidó con el grupo de Jesús de la Rosa, y que llega hasta hoy gracias a bandas como Medina Azahara.
Además, las soleás y los fandangos también han sabido maridar a la perfección como géneros como el jazz, el rap o el blues, a lo Raimundo Amador. Un campo estilístico sin fronteras que hoy también llevan por bandera artistas como Rosalía –en su último álbum nos ha demostrado la posibilidad de fusionar flamenco y reguetón–, o C Tangana. Este último, en su disco «El Madrileño» ha sido capaz de contar con las palmas de Antonio Carmona y el descaro de Andrés Calamaro, en un proyecto que, en el escenario, combina desde la singularidad del trap hasta una sobremesa flamenca.