Música

40 años sin Arthur Rubinstein

Aprendió nuestro idioma leyendo «El Quijote» de Cervantes, incluyó en sus recitales obras de españoles como Albéniz, Granados o Falla, y no dejó mundo musical sin conquistar

El debut profesional de Arthur Rubinstein como pianista fue en 1900, con partitura de Mozart
El debut profesional de Arthur Rubinstein como pianista fue en 1900, con partitura de MozartLuc FournolPhoto12

El 20 de diciembre se cumplen 40 años de la muerte de Arthur Rubinstein, el pianista, como se le conoció mundialmente. Nació en la localidad de Lodz (Polonia) el 27 de enero de 1887. A los tres años Arthur Rubinstein Hayman tocó el piano delante de Joseph Joachim. Posteriormente tomó a Heinrich Barth como profesor bajo la vigilancia de Joachim. Este supo, desde el primer momento, que delante de él tenía a un verdadero niño prodigio, pero el joven Rubinstein no era lo que podemos decir un buen estudiante. Esto molestó al viejo Barth. En cierta ocasión le dijo: «Muchacho, si se esforzara, demostraría al mundo lo que es bueno». Su debut profesional se produjo en el año 1900 con el concierto en la mayor de Mozart.

De 1917 a 1918 actuó en España. Como anécdota se puede decir que Rubinstein viajó durante muchos años con pasaporte español. Gracias al gran amor que sentía por España, incluyó en sus recitales y conciertos obras de compositores españoles como Albéniz, Granados, Falla, el cual compuso la «Suite Iberia» para él. Esto supuso una internacionalización de la música española. En cierta ocasión Alfonso XIII lo fue a ver después de una actuación. En francés le preguntó cuándo podrían hablar en español. Rubinstein contestó que al año siguiente. Leyendo «El Quijote» de Cervantes aprendió nuestro idioma. En una ocasión tocó una pieza para piano de Granados ante la mujer y la hija del compositor. Al finalizar la hija dijo «mamá, ha sido impresionante, ha dejado de tocar las mismas notas que papá».

A partir de 1937 se convirtió en el pianista predilecto de los Estados Unidos. Horowitz era demasiado ruidoso. Rachmaninov y Hoffman estaban al final de sus carreras. Serkin y Arrau aún no habían alcanzado la fama que conseguirían en un futuro no muy lejano. Así que el camino estaba libre para Rubinstein.

Con Toscanini, el gran director de orquesta italiano, Rubinstein solo tocó una vez, concretamente el concierto en do menor número tres de Beethoven, el 29 de octubre de 1944. Después del primer ensayo Rubinstein se quedó un poco preocupado. ¿Aquel era el gran director?, se preguntó. No tenían afinidad, no coincidían en las ideas y Rubinstein supuso que iba a afrontar una catástrofe. Después de aquel primer ensayo Toscanini le preguntó si así iba a tocar el concierto. Rubinstein asintió. Toscanini si dirigió a la orquesta y les dijo: «Ancora». En aquel momento se produjo el milagro. Toscanini había memorizado todos los matices, los tiempos y demás toques de Rubinstein.

Coleccionista de momentos

El 31 de mayo de 1976 dio su último concierto en el Wigmore Hall de Londres. A partir de ese momento se dedicó a hacer lo que había hecho durante toda su vida: vivir. Escribió tres libros dedicados a su vida. Sus títulos son «Los años de mi juventud» (1973); «Mi joven vejez» y «La vida es grande» (1980). Se le reprochó a lo largo de su dilatada vida muchas cosas, pero lo que es cierto es que Rubinstein ha sido y era el mejor pianista que ha dado el mundo musical.

Harnold Schonberg ha dejado escrito que «murió en Ginebra el 20 de diciembre de 1982, a los noventa y cinco. Su vida fue maravillosa y así lo reconoció. Dijo que la había disfrutado plenamente y que el único precio que debió pagar fue el temor de enfrentarse al público cuando salía a escena. Conocía a todo el mundo, hizo siempre cuanto quiso, sobresalió en su profesión y sufrió menos frustraciones que la mayoría de sus colegas. No dejó mundo musical sin conquistar. Quizás solo lamentó dejar esta vida porque aún tenía en su bodega muchos buenos vinos que no había saboreado y le quedaban todavía muchos buenos cigarros para fumar». Su cuerpo fue incinerado y sus cenizas las trasladaron al Jerusalem Forest. Su música era internacional e inmortal, su cuerpo quiso que descansara en la tierra de sus antepasados.

Finalizamos con tres frases que resumen su vida. «Dije en los años de mi juventud que yo era el hombre más feliz del mundo. Puedo seguir diciéndolo con orgullo a mis noventa y dos años». «Yo siempre he sido un coleccionista de momentos. Momentos de eternidad. Momentos supremos. Eso es todo lo que he sido y soy: un gran coleccionista de momento». «La vida es lo suficientemente larga para vivirla y demasiado corta para hacer berrinche, ¿comprende usted?». Estas frases resumen una vida, una forma de estar en el mundo, una «joie de vivre» que muy pocos hombres lo consiguen alcanzar.