Nuevo pontífice

Nueva York
Hace unos meses, se liberó de la culpa a «Macbeth», uno de los retratos más oscuros de Shakespeare, en breve ocurrirá lo mismo con «Don Giovanni», calificado desde sus orígenes como burlador. La responsabilidad es del mismo nombre, el diector de escena Dmitri Tcherniakov, que ya dinamitó las expectativas del Festival Aix-en-Provence en 2010. Una exhausta Ainhoa Arteta, en la segunda ocasión que pisa con una ópera las tablas del Real, es testigo privilegiada de un proceso creativo agotador y radical.
-¿Es tan fiero Tcherniakov como lo pintan?
-Me ha sorprendido porque es de los directores de escena que tienen estudiado cada milímetro y cada nota. Ya no es sólo la cuestión escénica; musicalmente está muy preparado. También admito que trabajar con él es agotador porque tiene una energía inacabable, pero a la vez es muy intenso y constructivo.
-¿Se puede decir que está redescubriendo esta ópera?
-Su visión es completamente distinta a la que traía yo, a la que aprendemos tradicionalmente. El enfoque actoral es tan diferente que casi es como hacer un rol completamente nuevo. Esta Doña Elvira no tendrá nada que ver con otras que haya hecho previamente.
-Suena muy curioso porque desde fuera se ve como que cuando un cantante incorpora un rol puede abandonarse a la rutina...
-Aquí es todo lo contrario: un reto. Estimula porque actoralmente te pide ir al estreno y tienes que investigar, al tiempo que te preocupas por cantar algo tan complejo como Mozart. Es decir, que te da mucho trabajo para hacer en casa. Esta vez, cuando dejo los ensayos, me cuesta mucho dejar el papel: sigo buscando el cómo...
-Las críticas de este montaje cuando se estrenó en Aix-en-Provence dicen que, en esta versión, «Don Giovanni» es víctima de la sociedad corrupta que le rodea.
-Así es. Tal y como la explica él todo es coherente. Mi problema y el del resto de intérpretes es procesar toda la información que nos da, ya que ofrece hasta cinco formas distintas de interpretar cada cosa. Nos va contando una historia subyacente a la escrita e ignorada por el público. Nuestro reto es intentar que ese mensaje les llegue. Lo que no es tarea fácil, pero a mí me gustan los desafíos. Todo en él es Stanislavsky puro.
-¿Qué le diría a un espectador que venga con una concepción más clásica de esta ópera?
-Que se deje llevar. El arte también es experimentar, intentar buscar nuevas experiencias y despojarse de lo que ya han visto u oído.
-Doña Elvira, su personaje, ¿sigue siendo la ultrajada por el protagonista o cambia también esta visión?
-Básicamente, el ultraje es el mismo, pero en esta producción ella no está tan enfadada. Es una mujer que acepta esta traición y la asume. Por eso es difícil encontrar el equilibrio, pues la partitura de Mozart es muy clara: ella está rabiosa; pero el director de escena esta vez me pide resignación.
-Se van a ver dos obras de Mozart muy distintas a la concepción original en apenas unas semanas en este escenario. El aplaudido «Così fan tutte» de Haneke y ésta. ¿Es un autor que lo aguanta todo?
-Sus óperas están basadas en el sentimiento y los conflictos emocionales son los mismos ahora que en el XVIII. A partir de ahí, se pueden buscar múltiples significados siempre y cuando no traiciones la trama, que es el caso. Me ha convencido.
-Llevamos años preguntándole cuándo iba a debutar en el Teatro Real. Lo hizo el año pasado, inesperadamente, con «Cyrano». ¿Ha valido la pena esperar?
-Me hubiera gustado poderlo hacerlo antes, pero las cosas son como vienen. Tuve la suerte de poder audicionar para Mortier, que tenía vacante el papel de Doña Elvira, y la aceptación fue inmediata. Lo primero que me preguntó fue: «¿Por qué no está cantando en esta casa?»; y le respondí: «Probablemente lo sepa usted mejor que yo». Son cosas que pasan, no hay que darle más vueltas.
-¿Se sintió rara al hacer una audición, a pesar de haber pisado los grandes teatros del mundo?
-Hacía tiempo que no lo hacía, pero no tengo problemas. Entendí que Mortier nunca me había escuchado y tenía ganas de hacerlo en directo. No es lo mismo en vivo que en una grabación.
-Llega en un momento en que se habla de la ausencia de voces españolas por decisión de Mortier. Sin embargo, en el momento que había más cantantes nacionales, usted no estaba...
-También me lo he preguntado yo. Me hubiera gustado estar rodeada de voces españolas, pero es algo que yo no controlo. En mi mano sólo está cantar, y esa parte trato de hacerla con el mayor rigor. El resto es cosa de agentes y directores de teatro... Tengo grandes colegas que cantan, pero somos los trabajadores de esto.
-Dejando a los gestores de lado, ¿cómo la recibió el público madrileño?
-Antes del «Cyrano» hubo un concierto. Me resultó emocionante: tenía la sensación de que estaban tan deseosos ellos como yo. No me defraudó, porque sentí que ellos tenían ganas de acogerme. Aun así, tengo el recuerdo de pasar muy rápido porque llegué literalmente «en volandas». Ésta es la vez que conozco las salas de ensayos. Ahora lo estoy disfrutando y tengo que decir que es un teatro extraordinario, desde el personal de la entrada a todos lo que atienden. No en todos los escenarios es así: el Real puede presumir de tener un «staff» y un equipo diez.
-Teniendo en cuenta que se formó nada menos que en el Actor's Studio, ¿no ha pensado probar suerte en la interpretación?
-Aquella experiencia musical fue una propuesta de la discográfica que, para ofrecerme grabar clásico me pedían que abriera antes el mercado. No estaba nada convencida, me costó cinco o seis años y al encontrarme con alguien como Javier Limón dije que sí.
-Pero ¿ si le ofreciera mañana un papel Amenábar?
-A Amenábar, a Almodóvar... nunca les cerraría las puertas.
Un reparto internacional
Precisamente, la última vez que se vio «Don Giovanni» en el Teatro Real, en 2005, fue cantado por un reparto casi enteramente nacional: Carlos Álvarez, María Bayo, José Bros y María José Moreno (en la imagen). Arteta, sin embargo, no tiene queja de sus nuevos compañeros: «Son magníficos. A Paul Groves (Don Octavio) lo conozco desde el Metropolitan de Nueva York, hace más de 20 años; es un especialista en Mozart. Con Christine Schäffer no había coincidido, pero es una Doña Ana de lujo. Y qué decir de Russell Braun (que será Don Giovanni)...». La dirección musical es cosa de Alejo Pérez, el joven maestro argentino que debutó en el coso madrileño el año pasado con un Wagner poco frecuente, «Rienzi».