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Entrevista

Bunbury canta las cuentas pendientes

El músico publica un nuevo trabajo inspirado en el folclore iberoamericano, del bolero al corrido

Enrique Bunbury, sobre los tejados de México, donde grabó el disco José Girl

Aparece Enrique Bunbury como congelado en el tiempo, suspendido en el aire. A sus 57 años, el aragonés es ya uno de esos tótems del rock en español, alguien capaz de contar sus seguidores por multitudes (la única forma, parece ser, de ser alguien hoy en día), pero su presencia física es la de siempre. Talla menuda, gafas ahumadas, sombrero texano, rizos en la frente que enmarcan una piel tersa. En contra de su costumbre en los anteriores lanzamientos, Bunbury ha decidido hacer en persona las entrevistas sobre su último lanzamiento, «Cuentas pendientes» (Warner), un trabajo en el que retoma el hilo del folclore iberoamericano después de cuatro álbumes coqueteando con la tecnología. Y aprovecha para mirar atrás.

«En este disco hay cierta reflexión sobre el paso del tiempo, pero no con tristeza o melancolía, sino con un cierto grado de orgullo de lo vivido», explica. Bunbury prefiere no pensar en que, después de una larga carrera, pueda secarse el pozo de la inspiración. Esas serían, de hecho, las «cuentas pendientes» que, casi cuatro décadas después del inicio de su carrera, mantiene. «A estas alturas de la vida siento que todavía me quedan canciones en el tintero y algunos álbumes por realizar, aspiraciones vitales que espero desarrollar. Es esperanzador para mí sentirme así», relata el músico aragonés. En este trabajo, vuelve a la tradición iberoamericana (coqueteo con la bossa nova incluido) como parte de un viaje sonoro que le ha llevado del rock más canónico a las más diversas versiones de la tradición propia: de la copla al bolero, del vals al corrido y de la cumbia a la chacarera, el género que fascinó a un paisano suyo, Mauricio Aznar, cuya peripecia se cuenta en la sorprendente «La estrella azul», una de las mejores películas españolas del año pasado. «Participé en ella –recuerda Enrique sobre la presencia de su voz cuando deja un mensaje en el contestador cuando Héroes del Silencio le proponen una colaboración–. Mauricio se fascinó por la chacarera, que es un ritmo de unos matices y un autocontrol apasionante. Yo me siento muy cómodo interpretando esos géneros, porque tienen una grandeza: suenan más sencillos de lo que armónica o rítmicamente son. Los acordes, las armonías de un bolero son mucho más complejos que una canción de rock. Acordes cercanos al jazz, muchos cambios... y no hablemos de la influencia africana. Es maravilloso pero muy complejo», relata Bunbury, que no siente que el folclore sea terreno hostil para él, sino fértil dominio de una curiosidad. «Lo hice ya en la trilogía del Huracán Ambulante y después en ‘‘Licenciado Cantinas’’. Pero el por qué de las cosas lo suelo desconocer. Me guío por la intuición, las apetencias, por las señales y eso es lo que creo que me marca el camino. La exploración de este vasto territorio era una de ellas».

La identidad y las aceitunas

Desde hace 15 años, Bunbury vive en Los Ángeles y ha estrechado sus lazos con México y América. ¿Supone este viaje creativo y físico una reflexión sobre su identidad? «Pienso que ninguno de nosotros somos ni el color de nuestros ojos ni el rizado de nuestro pelo, ni nuestra identidad sexual o el país de nacimiento, ni nuestra profesión. Son capas que nos acompañan y que definen rasgos de nuestra personalidad, pero quienes somos en esencia no tiene nada que ver con eso», dice reflexivo. Hay algo más profundo, pues. «Sí. Los más religiosos lo llaman alma; los menos, le dicen el ser. Hay denominaciones, pero es nuestra esencia». ¿Está Bunbury más cerca de esa esencia con el paso del tiempo? «No –dice rotundo–. Creo que nos vamos ocultando dentro de esas capas que incluyen la familia, nuestro entorno social, los gustos, la estética, la clase social... son capas de definición y a veces tanto o más de confusión». Tampoco profundizar en la canción popular en español le ha hecho escribir de manera más trascendente. «En la música latina hay diferentes grados de profundidad: en la salsa hay canciones sobre la papaya o está Rubén Blades. En el bolero pasa lo mismo. Yo he tratado de encontrar el equilibrio entre lo literario y lo popular. Soy consciente de que escribo canciones, como decía José Alfredo Jiménez, ‘‘pa que el pueblo me las cante’’. Eso es lo que buscamos todos. O yo al menos. Ojalá haya alguien a quien la canción le toca el corazón lo suficiente para que mientras está haciendo la colada la cante. Encontrar el equilibrio en que los textos digan cosas y tengan una belleza formal y a la vez canciones populares con la mayor admiración por lo popular». ¿Echa de menos España? «No, porque el viajero no siente que se va, sabe que vuelve. Bueno, puede que las aceitunas de Aragón sí que las eche algo de menos...».

[[H2:Locos, serpientes y unas «chingadas ganas de llorar»]]

►En el nuevo trabajo de Bunbury, la inspiración viene tanto de los «homeless» de Los Ángeles, que dan sentido a «Loco», como de las actitudes y malas intenciones del mundo, esas cosas por las que uno se subleva y que dan forma a «Serpiente», e incluso de historias reales de talento malgastado, que impulsan «Te puedes a todo acostumbrar». También hay pensamientos de su vida cotidiana, como «Las chingadas ganas de llorar», que, según el músico aragonés, es una canción de amor que defiende «el compromiso, el ensalzamiento de la unión por encima del individuo solo».