Música
El Chojin: "Yo combato al intolerante pero le reconozco como parte de mi sociedad”
El rapero cumple 25 años de carrera y hace memoria del rap español mientras prepara un trabajo especial que celebre su trayectoria
Las revistas “Rolling Stone” y “Billboard” le reconocen como uno de los 50 artistas de rap hispanohablantes más influyentes de todos los tiempos. Domingo Antonio Edjang Moreno (Torrejón de Ardoz, 1978), El Chojin, tiene un estilo característico: comprometido socialmente, cuidadoso con el lenguaje, y con un carisma capaz de llevar el rap de las calles al “mainstream”. Este año celebra 25 en la industria de la música con el que califica de “trabajo más importante de mi vida” que irá desvelándose poco a poco.
Cumple 25 años en la música, pero yo quería empezar hace 35. El por qué, el cómo del rap.
Crecí en Torrejón de Ardoz, que es un lugar de clase trabajadora, de gente corriente. Teníamos la base militar estadounidense ahí, eran los 80. Creo que fue una época, por lo menos en mi barrio, donde la población estaba muy acomplejada con ellos. Salíamos de la España de Franco, veíamos sus películas, ellos tenían coches enormes y casas con escaleras. Y quería ser como ellos, pero les teníamos ahí. Teníamos a alguien a quien admirar de manera evidente. Y una de las cosas que teníamos allí era una emisora de radio que no tenía mucho alcance porque era para ellos, y que ponía una música increíble. Nosotros podíamos sintonizarla y el resto de la gente de Madrid, no. No teníamos otra cosa de la que presumir. Queríamos imitarles y una de las cosas que nos llevaba a parecernos a ellos, era su música. Yo, claro, como afrodescendiente, tenía más posibilidades de encontrar una figura en la que fijarme dentro del rap y ellos eran afros. En España, entonces, yo crecí donde no había ningún referente en absoluto. No me parezco a nadie y me lo señalan constantemente, cuando juegas al fútbol, no había nadie. Menos mal que estaba Laurie Cunningham, aunque duró poquito. A partir de ahí, me meto a jugar en el hip hop. Todo empezó con el break dance, que era lo que entendíamos, gracia a películas como “Electric bogaloo” y cosas así, pero te hablo del año 84. Copiamos esa estética y al rap lo llamábamos música break. No teníamos claro qué era eso. Y íbamos encontrando ese huequecito. Pero hay una cosa buena: nos sentíamos propietarios de algo que los demás desconocían, y eso es algo que te da valor. Cuando eres pequeño, todo el mundo sabe más que tú, de todo. Pero de repente hay algo de lo que nadie sabe. Y eso te da cierto poder.
Un abecedario nuevo.
Y te permite sentirte artista sin tener formación, que parece una tontería, pero es importante, porque si querías ser músico necesitabas tener formación y ciertos recursos. Un profe de piano y un piano. Pero nosotros solo necesitábamos a alguien haciendo ruido con la boca, el “beatbox”, y un espacio en el parque para llevarte un aplauso. Todo era positivo.
¿Necesitaba ese refuerzo de autoestima entonces?
Mira, ahora estoy hablando contigo, con un periódico, y no estaba destinado a esto. De mí se esperaba que acabase ocupando un puesto de trabajador normal y corriente. Pero esto que nos inventamos entre todos hace que esté teniendo una vida extraordinaria. Porque de repente conoces a gente que jamás imaginarías, te dan premios y aplausos y pisas ciudades en América que no sabías que existías. Y mira, jugar a esto en vez de a otra cosa hizo que hoy tenga esta vida.
¿Era un buen chico?
Era muy buen chico y muy malo también, que creo que se pueden ser las dos cosas. Por la formación que tuve, jamás no solo no levanté la voz a mi madre o a mi padre, es que no les llevé la contraria ni un poquito. Ni a mis profesores ni nada. Pero en la calle era tirando a gamberrillo.
¿Y el Chojín cómo surge?
Uf, yo qué sé... Fue poquito a poco. Hubo un momento, que no sé exactamente cuándo, en el que la persona que yo me inventaba que era y la que terminé siendo, coincidieron. Y apareció el Chojin de verdad. Pero no sé cómo ni cuándo, porque empecé a rapear muy pequeño, con 13 años, pero no a vivir de la música hasta mi tercer disco, con 23 o 24. En ese camino convergieron ambas cosas.
Entonces, se soñó.
Sí, claro. Pero sin expectativas de conseguirlo, como si piensas en ser un superhéore o delantero centro. Cuando yo empecé no había nadie que viviera del rap en España, ni una sola persona. Era impensable, imposible. Pero a medida que voy creciendo, empiezo a ver que mis mayores sacan discos y que van sacando un poco de dinero, no para vivir de eso, pero sí que sacan algo mientras trabajan de otra cosa. Y ahí sí soñé con esto. Ya estaba en la universidad y tenía claro que iba a trabajar de algo corriente, pero sacaba mis discos. Y con el tercero no es que ganase dinero como un loco, pero vi que era posible. Tenía 20 años y pensaba que siempre iba a tener 20 años, y lo intenté.
¿Qué le decían sus padres?
Hay dos momentos: cuando les hablé que grabaría un disco, les hizo gracia. Ok, bien, no pasa nada. Cuando les dije que iba a intentar dedicarme a la música, la cosa era diferente. Durante tiempo creo que estuve enfadado con ellos por no haberme apoyado, hasta que crecí y lo comprendí. Lo que tenían que hacer era eso: no apoyarme, porque me querían y lo mejor para mí era un trabajo estable, no la farándula. Yo se lo agradezco, porque fue un acto de amor. Entiendo que debió ser duro para ellos y decepcionante ver que por primera vez no obedecí y me dediqué a ello.
¿Están orgullosos?
Yo siempre he buscado la aprobación de mis padres, no me importa decirlo. Algunos lo tienen medio escondido, pero yo soy muy consciente. Lo mejor que puede pasarte en la vida es que la gente a la que quieres diga que está orgullosa de ti. No hay nada mejor que eso, nada. Y ahora que ha ocurrido, siento que lo he conseguido. Todo lo que venga después, son postres.
¿Cómo fue hacer rap cuando no se sabía qué era?
Fue muy bonito. Era algo con la poesía de la clandestinidad, no porque fuera ilegal, sino que era incomprendido, era nuestro. Lo construimos nosotros y la satisfacción es mayor por eso. Esa idea infantil se terminó convirtiendo en un muy buen negocio. Fuimos nosotros los que lo levantamos.
Había un sentimiento de hermandad.
En esos años, esa hermandad era máxima. Veías a alguien por la calle con gorra y te parabas a hablar con él y le preguntabas si sabía quién era Ice T o Public Enemy y se podía convertir en tu amigo para siempre. Nos carteábamos. Había un sentimiento de pertenencia, viajábamos a hacer conciertos -llámalo X- y no podíamos pagar un hotel y nos quedábamos en casa de alguien. Con sus padres, que éramos unos niños.
Luego llega el camino de hacerse profesional sin saber.
Fue bastante duro, porque vienes del barrio y te sientes bueno en lo tuyo, pero necesitas de la industria y tienes cero conocimientos. Y te sientes delante de un señor con corbata que dice que te va sacar un disco y te va a hacer famoso y tú lees un contrato que dice que pagas 10 millones de pesetas si llegas tarde al estudio. Y lo firmas porque te dicen que es lo que pone en todos los contratos. Nos engañaron mucho a todos, pero fuimos aprendiendo. Te llegaba la liquidación de royalties y te la comías como tal, sin discutir.
Detecto que le pasó.
(Risas) Firmé esas cláusulas, sí. Pero nunca pagué nada... tengo la sensación de que la cosa no ha cambiado demasiado...
Siempre ha habido positividad en el mensaje de El Chojin.
La música cumple su función si entretiene, pero yo siempre he entendido que mi responsabilidad era intentar llevar algo más. Y eso era el mensaje como yo entendía el hip hop. Llevar la idea de que una sociedad mejor es posible. Que no depende de los de arriba tanto como de ti. Lo maravilloso que hace el rap es que te quiere convertir en el protagonista de tu sociedad. No esperes a que te solucionen los problemas. Búscalos y soluciónalos. Y creo que el cambio existe si somos capaces de entender que o estamos solos. Que si algo no te gusta y lo compartes y alguien más asiente, ya somos dos. Como el mensaje en la botella con la esperanza de que alguien la recoja. Y sí, la recogen (risas).
El espíritu primigenio era ese. Pero deriva en una situación de glorificación de la violencia...
Como en el pop. El rap no es divino, lo hacen las personas, hay de todo, está claro. Es la expresión de una cultura que se termina por poperizar porque se generan millones de dólares. Pero el sustrato no está representado por ese o esos raperos en concreto. Yo siempre he querido ir al origen, a la denuncia, pero a la acción. La frase que define el hip hop es paz, amor y unidad. A partir de ahí se construye todo. Ha habido cosas menos positivas, pero creo que el balance es más positivo que negativo. Yo, en mi vida, me puedo imponer, porque soy fuerte. Soy artista marcial y puedo hacerlo. Pero entonces no estoy ganando tu corazón y tengo un enemigo que quiere pelear. Una sociedad tiene que ser plural. Y no quiero imponerme, quiero reconocer al que piensa diferente como parte de mi sociedad.
¿Incluso al intolerante?
Sí, porque existe. Hubo una polémica porque se dio permiso a una manifestación nazi hace no demasiado tiempo. Y yo en mi entorno defiendo que eso está bien, porque así les vemos. Engañarnos a nosotros mismos haciéndonos creer que eso no existe, no tiene sentido. Yo quiero saber cómo es mi sociedad de verdad. Y aunque combata con ellos ideológicamente, eso no quiere decir que piense que no estás en mi sociedad, que invente un mundo en el que no existes. Uno de los problemas que hemos tenido tiene que ver con eso. Con movimientos políticos que idealizan una sociedad obviando a un porcentaje importante de esa sociedad. Y dicen que hay que exterminarles, meterles en la cárcel, son desviados o no existen. Yo creo que eso no es realista, porque no ha existido nunca en la sociedad ni creo que vaya a existir. Yo en el intolerante reconozco a parte de mi sociedad y reconozco sus derechos. Aunque si transgreden una ley deben pagar las consecuencias, claro.
La mejor manera de desactivarle es comprender.
Y sentarte con él. Que si están tan convencidos de ese discurso, que lo razonen y lo demuestren. Intentemos convencernos. Yo entiendo que no todo se soluciona hablando y puede que no lleguemos a un acuerdo, pero no puedo negar que eso existe o que cuando tenga el poder suficiente voy a hacer que desaparezcas. Eso ya ha pasado antes y nunca ha salido bien.
¿Ha tenido el rap el reconocimiento suficiente en el ámbito cultural como representativo de nuestra música?
Rotundamente no. Pero es parte del encanto, claro. El mérito es haber conseguido lo que hemos hecho a pesar de que siempre se nos ha tratado como el hermano pequeño de la música, como algo intrascendente, algo de broma, como no serio. Ha sido la gente la que nos ha colocado ahí. SFDK metió 60.000 en La Cartuja. Y hasta nos ha venido bien que nos hayan hecho ese vacío. Lo hemos conseguido a pesar de ello. Pero si miras los artistas de la música que salen en los medios y el porcentaje de raperos es cero. Quizá el que más sale soy yo, y luego, Kase.O, Nach y poco más.
Natos & Waor van a llenar el Metropolitano.
Y si lo hace un artista pop, sale en la portada. Nos hemos acostumbrado a eso, vivimos con ello y lo llevamos bastante bien. Los hijos de esos que os desprecian son los que nos dan de comer.
En alguna ocasión ha contado que, en las fiestas patronales, cuando ya habían llevado a todos los artistas pop habidos y por haber, el sobrino del concejal de festejos pedía un rapero y os llamaban.
Y resulta que metías más gente que los artistas de pop y veías al concejal diciendo: “Yo esto no lo entiendo”... (risas). Me ha pasado mucho. Ya no ocurre tanto, porque tienes una trayectoria, pero me ha pasado muchas veces. Y hay un punto de satisfacción en ver ese cambio. Del desprecio a ver esas caras... Hemos dado algo bonito a la música, algo que no tenía. Hay gustos, pero no puedes negar que hemos aportado algo diferente.
El tópico dice que el rap sacó a mucha gente de estar en la calle haciendo lo que no debían, ¿pero sigue hoy teniendo hoy ese papel o ya es cosa del pasado?
Te lo certifico al cien por cien. Es sencillo de entender: el tiempo que invierte escribiendo un texto de rap y buscando una instrumental y un sitio donde grabarlo y un lugar donde lo mezclen para que suene bonito y tratando de difundirlo, mandándome a mí el tema por una red social... todo ese tiempo lo inviertes en algo que no estás en la calle haciendo algo que no deberías. Y eso es arte, con independencia de que tenga mejor o peor gusto, estás creando. Casi el cien por cien no van a ser profesionales, pero no importa, porque el éxito del rap no está en ser profesional, sino en encontrar un sitio donde invertir tu pasión. La gente está encerrada en un mundo en el que no le gusta hacer casi nada de lo que hace. Eso es muy negativo a nivel social. La gente se enfrenta a una rutina diaria con la que no estás a gusto, no la odias, pero no te gusta. Y el rap, quiero decir, crear, tener una pasión, es algo que el resto de la sociedad no tiene y ya has triunfado. Y la música te ayuda a encontrar un espacio en el que te sientes el protagonista de tu tiempo. Lo que pone en el papel es lo que tú quieres decir. La repercusión que tenga es irrelevante.
Eso ha sido su camino, lo bueno, pero ¿cuáles han sido las amarguras?
No utilizaría el tiempo pasado. Nada me sirve. Este fin de semana me quedé a 200 entradas del sold out en Barcelona en la Razzmatazz 1, que nunca había metido a tanta gente. Me pasé todo el concierto castigándome.
Tiene un capítulo en la historia del rap en español, ¿eso pesa?
Sí que pesa, porque voy a Chile y te dicen unas cosas de tu música, que piensas... “si esto está muy lejos”... He conocido todos los países de habla hispana, que es una locura. Antes te dije que no hay nada más grande que la gente que te quiera se sienta orgullosa de ti. Eso trae consigo también el afán de intentar cumplir con las expectativas. Cuando te dicen leyenda, esperan que seas legendario todo el ato y eso pesa. Y lidias mucho con eso ignorándolo. Sabiendo que está, pero no haciendo caso. Cuando te dicen: “Tu letra me salvó la vida y me cambió para siempre”... yo digo, “muchas gracias”, pero paso. Paso de creérmelo, qué agobio. Qué va, qué va...