Elíades Ochoa, el legado vivo del son
El último representante de Buena Vista Social Club, preocupado: «El Gobierno de Cuba está en la política e ignora la cultura». Visita las Noches Mágicas de La Granja el próximo 8 de agosto
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Hace tiempo que adoptó una manera de vestir, íntegramente de negro, con botines y con el sombrero de los trabajadores del campo que vestían los hombres de su familia, que le han valido el apodo de “El Johnny cash cubano”. A Elíades Ochoa (1946) eso no le disgusta. Porque, en el fondo, su identidad no está tan lejos de los cowboys de las películas clásicas que devoraba de niño y sigue viendo. “Yo soy solo un campesinito más”, dice con extrema humildad esta figura de la música, el más joven del inolvidable elenco de Buena Vista Social Club, la película y el disco que ayudaron a rescatar una tradición que estaba en riesgo. “Por supuesto que lo estaba. Y yo diría que todavía sigue necesitando de apoyo, pero el problema es que esta tradición se cultiva en el oriente de la isla y ahí el Gobierno de la capital no quiere saber nada. No se preocupa por ella, no hace nada por promocionarla, darla a conocer. Yo al gobierno cubano lo veo en su cosa de la política, pero parece que ignora la cultura. Y así es como las cosas se echan a perder y la gente se olvida”, dice Ochoa en una mañana calurosa en Madrid mientras se seca con un pañuelo.
Por tradición, se refiere a “una música que saqué del cajón del olvido y que se la enseñamos al mundo en el proyecto Buenavista Social Club. Canciones que se volvieron un éxito internacional gracias a los intérpretes que estaban implicados y que necesitaban de vida, de ser escuchadas”, explica sobre temas que él mismo escuchaba de niño cantadas por su padre, campesino en la Loma de la Avispa. Sones montunos, guarachas y boleros que fueron recogidas en aquel proyecto audiovisual justo a tiempo. Ochoa es el último superviviente: “Siento la responsabilidad. Es algo que tengo que saber que está en mis hombros. El peso de esa batuta que me entregaron de la música tradicional cubana”. Sin embargo, Buena Vista pasó desapercibido en la isla. “En Cuba no se conoció... Se enteraron cuatro o cinco del éxito que tuvo la música tradicional en el mundo. Y yo quisiera saber el motivo. Al contrario, creo que no se quería hablar mucho. Porque lo hizo Nick Gold, un inglés, y había un americano que se llama Ry Cooder. ¿Y qué tiene que ver? 27 años después, todavía se habla de ello”.
En Elíades Ochoa siguen perviviendo las canciones que aprendió de niño, trabajando en los campos sembrando el maíz con su padre. En su último disco, “Guajiro”, confiesa que se acordó de todo. “Veo la imagen de mi padre como si estuviera sentado frente a mí. Hay temas que hablan de cuando no había carreteras, qué sé yo. Me vienen a la mente personas de aquella época como si estuvieran conmigo. También me vuelven los temas que hacía él, que tocaba el tres. Ya no lo sé si eran suyas, porque en su juventud los campesinos se reunían para las fiestas y tenían un septeto. Cantaba muchas cosas y yo todas ellas las sigo trabajando. La gente dirá que esta canción o la otra le gustan, pero no saben que tienen cien años”, dice sonriendo. De la niñez de Elíades, como aclara Grisel Sande, su mujer y escritora, hay testimonios como “West”, un tema que interpreta en el disco junto al armonicista Charlie Musselwhite, que compuso sobre el recuerdo de un caballo que le regaló su padre. “Hay gente que no entiende que toque con músicos de Estados Unidos. ¿Pero qué tiene que ver la política con la música, señor mío?”.
Elíades aprendió trabajando: “Tocaba en la calle y pasaba el sombrero. Era limpiabotas por el día y también trabajé vendiendo maní a la puerta del zoológico. Por la noche, me iba para la calle, a los barrios donde las mujeres se ganaban la vida en la prostitución. Y yo, con mi guitarra que era tan alta como yo, tocaba y cantaba. Y a las dos de la mañana tenía 80 o 90 céntimos. Por entonces, mis padres no trabajaban. Estábamos pasando hambre en Cuba. Me siento orgulloso de eso. Trabajé muy duro y estoy feliz de venir de donde vengo”, dice mirando al horizonte, como si algunas imágenes de aquello estuvieran sucediendo ahora mismo. Después, en el año 63, empezó en la Trinchera Agraria y la Casa de la Trova de manera autodidacta, a aprender de ese fantástico universo del son cubano que le ha traído hasta aquí. “Pero, en esencia, sigo cantando todo aquello que cantaba mi padre en la década de los 50, de aquel dúo de Francisco Repilado y Lorenzo Hierrezuelo. Yo sigo dándole vida a esas mismas canciones”. ¿Quién seguirá cantándolas en el futuro? “Yo no sé si tendrán que hacerme una solicitud para no llevármelas cuando me vaya del planeta (ríe). Cuando me pasen el telegrama de embarque urgente. Ahí se acaba todo. En el futuro, hacen falta las manos de los que dirigen. ¿Vendrá otro Buena Vista? No creo. Esa historia no se repite. Pero ojalá que se siga cultivando nuestro patrimonio”.
Mirando la lista de reproducciones de Spotify de Elíades Ochoa, una de sus canciones destaca sobre el resto: es “Muriendo de envidia”, su colaboración con C. Tangana. “Me dijeron que venía a conocerme y yo, encantado, accedí. Desde que se bajó del carro le vi buscándome. Estuvimos conversando y me dijo que me admiraba, y eso que yo pinto canas ya... Fuimos al estudio, el mismo donde hicimos Buena Vista Social Club, y se hizo. Así, en ese momento”, cuenta el sonero, que siempre se precia de colaborar con músicos ya sean de Malí, Camerún, Estados Unidos o... “el madrileño”.