Ennio Morricone, el éxtasis del espagueti
El legendario compositor de bandas sonoras tarareables se despide, a los 90 años, de los escenarios españoles en Madrid y Barakaldo
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El legendario compositor de bandas sonoras tarareables se despide, a los 90 años, de los escenarios españoles en Madrid y Barakaldo.
Hay un delicado equilibrio en las bandas sonoras similar al que deben tener los guitarristas del flamenco. Su función es clara: deben acompañar la imagen, sublimar el cante, nunca opacarlo. Los que lo hacen bien, ya se llamen John Williams o Paco de Lucía, pasan a la historia porque saben encontrar momentos de lucimiento discreto y el público premia doblemente esa humildad. En esa categoría está Ennio Morricone (Roma, 1928), quizá el más legendario compositor de bandas sonoras de cintas memorables como «Por un puñado de dólares» (1964), «La muerte tenía un precio» (1965) y «El bueno, el feo y el malo» (1966), entre otras muchísimas. Porque el italiano fue también el autor de unas cuantas cintas del llamado «spaghetti western» que, si merecen perdurar, es solo por su banda sonora. Cumplidos los 90 años, el maestro Morricone dirigirá una orquesta y coro de 200 integrantes con la colaboración de la portuguesa Dulce Pontes como artista invitada en su gira de despedida que tendrá una parada en Barakaldo (mañana) y dos en Madrid (7 y 8 de mayo).
Dos Oscars
Morricone, que obtuvo la diplomatura de trompeta y la de composición en el Conservatorio de Santa Cecilia de Roma, estará siempre ligado a Sergio Leone (como lo está Williams a Spielberg y John Barry a James Bond) pero sería injusto reducir sus 60 años de carrera al western. Porque sus composiciones están en películas como «Cinema Paradiso», «Érase una vez en América», «Los intocables de Elliot Ness», «Sacco y Vanzetti», «Novecento», «Bugsy», «La Misión» y se mantuvo en activo para hacer realidad los sueños de Tarantino en 2016, cuando puso sintonía a «Los odiosos ocho», después de que el americano hubiera introducido fragmentos de Morricone en multitud de sus cintas. Fue la banda sonora de «Los odiosos ocho» la que le permitió ganar su único Oscar, al margen del honorífico que recibió una década antes. Todo un sinsentido por parte de la Academia de Hollywood.
Además de trabajar para Passolini, Bertolucci, Tornatore, De Palma, Polanski y Oliver Stone, Morricone lo hizo para dos directores españoles: Luis Buñuel («Leonor», 1975) y Almodóvar («Átame», 1990). Sus bandas sonoras, de las que hay 450 acreditadas pero que bien podrían superar las 500, mantienen la característica de seguir líneas simples, tarareables, pero con arreglos muy complejos. Su inusual instrumentación, que incluye la voz humana como un elemento más, y los largos silencios y las notas sostenidas hasta el infinito son elementos de su rico lenguaje musical. Sobre su oficio, en una entrevista con este periódico afirmaba que «la música de una película debe ser simple, clara y breve. Debe representar aquello que no se ve y lo que no se dice. Es un elemento abstracto pero parte del proceso narrativo de una forma intangible».
En paralelo a esta actividad, ha producido más de cien piezas desde 1946 hasta este siglo, como «Concierto» (para orquesta, 1957); «Fragmentos de Eros» (1985); «Cantata para Europa» (1988); «UT» (1991); «Sombra de lejana presencia» (1997); «Voces desde el silencio» (2002); «Sicilo y otros fragmentos» (2007) y “Vacío de alma llena” (2008), una faceta que volvió a potencir desde 2001, dirigiendo a orquestas sinfónicas y coros polifónicos en conciertos por todo el mundo.
El principal rasgo de su estilo, lo que hizo único a Morricone, siempre ha sido la libertad y la imaginación. En sus piezas caben desde campanas y silbidos o instrumentos de folk italiano, pasando por letras incomprensibles –que bien pueden haber sido influencia de sus investigaciones sobre John Cage y la idea de que todos los sonidos pueden pertenecer al reino de la música–, hasta riffs de Fender Stratocaster y, por supuesto, instrumentos orquestales y texturas densas y clásicas. Morricone se retira pero se resiste a hacer balance de su trayectoria, porque «cuando se hace una obra para una película, es como presentarse a un nuevo examen. Es como si, todas las veces, volvieras a nacer». Esta será su última reencarnación en España.