RE: Selvático animal

Ismael Serrano: "El problema de las redes es que educan en la descontextualización"

El cantautor lleva ya 25 años guitarra al hombro, acercando a cada rincón del mundo reflexiones en forma de canción. Ahora saca nuevo disco, sobrevolando nuevas historias, nuevas experiencias

Entrevista al cantautor Ismael Serrano
Entrevista al cantautor Ismael SerranoDavid JarLa Razón

Ismael Serrano lleva ya 25 años, a un lado y otro del océano, guitarra en hombro, contemporáneo trovador, acercando esas canciones que son relatos, a quien quiera escuchar. «25 años es una cifra rotunda», dice el cantautor. «Te obliga a echar la vista atrás, a hacer repaso de lo vivido, y me doy cuenta de que he sido muy afortunado, porque después de 25 años sigo aquí: preparando un disco, con todo agotado en los cinco días del cierre de gira en Madrid en el Teatro Lara, hace poco en Barcelona también todo agotado, embarcado en nuevos proyectos…». Y agradecido por la respuesta todos estos años a su proyecto, a una propuesta que, es consciente, no es quizá la más popular: «La canción de autor no es, digamos, la más radiada. Yo creo que el algoritmo, incluso, la penaliza. Porque lo que un cantautor propone, en gran parte de sus canciones, es un relato. Cuando tú ves las visualizaciones de YouTube casi ninguna canción llega a término. Eso juega en contra de alguien que lo que cuenta es una historia, que no se basa únicamente en un estribillo machacón, que propone una reflexión con un componente poético».

«Muchos artistas hacen música según cómo quieren ser situados, sin incidir en la creación»

Ismael Serrano

Ha visto en estos 25 años el cambio en la industria y en el público, y advierte en este momento «un cambio de paradigma en lo musical, un tiempo extraño y difícil en el que un algoritmo impone un hábito en el oyente que penaliza determinadas propuestas musicales». Y es la suya, una más conectada con la gente del teatro y la tradición oral, una de las perjudicadas. Lo que añade mérito, como si no lo tuviera ya por talento y por trabajo, a esta media vida subido al escenario, de los más grandes a los más íntimos. «El oficio del cantautor tiene mucho que ver con la carretera. Defender el canon del cantautor, desde el punto de vista musical y formal, el tipo con una guitarra y una voz, en tiempos en los que se imponen otro tipo de encuentros y de espectáculos, tiene algo de revolucionario». Y en ese acto revolucionario, tiene a veces el artista la sensación de que la industria va por otro lado. «Se imponen otro tipo de espectáculos, las plataformas condicionan el hábito de escucha. La gente va a los festivales porque quiere asistir a una especie de playlist en vivo, más como acto social que cultural. Y eso, claro, va en contra de alguien que conceptualiza el hecho de estar en el escenario y entiende el concierto como una especie de relato, un concepto total que tiene que ver con su trayectoria, con lo que quiere contar y con aquello que le ha llevado a escribir canciones. Son tiempos extraños. No nos estamos planteando hasta qué punto el algoritmo no solo condiciona al público sino también el tipo de música que se hace. Yo creo que ahora mismo muchos artistas hacen música en función de cómo quieren ser situados en las músicas, a qué artistas quieren que les relacionen en las búsquedas, en las playlist o las etiquetas, incluso a la hora de en qué festivales quieren estar. Y eso está incidiendo en la creación. No es una crítica a otros géneros, sino la observación de cómo eso lleva a homogeneizar».

Historias repetidas

Su concepto de espectáculo es otro: «A mí me gusta darle vueltas a la puesta en escena. El concierto es algo chulo de por sí, pero me gusta darle un valor añadido, un componente teatral, una suerte de historia, presentar las canciones, dialogar con el público. Lo aprendí en los pequeños cafés, en el gusto por el teatro y el musical. Y tras 25 años me sigo ilusionando mucho y sigue siendo un reto empezar gira, sacar nuevo disco, subirme al escenario. Siento que aún tengo cosas por contar». 25 años y nuevo disco por él que sobrevuela, inevitablemente, el paso del tiempo y lo aprendido. «Siempre me ha obsesionado la fugacidad de las cosas y ahora intento decirme que el tiempo pasa y es genial. Cumplir años es maravilloso porque la alternativa es una mierda».

Entrevista al cantautor Ismael Serrano
Entrevista al cantautor Ismael SerranoDavid JarLa Razón

Y en ese momento de componer se siente absolutamente libre. No se siente esclavo ni de aquellos que le detestan ni de los que le adoran, consciente de que no tiene por qué gustar a todo el mundo y poco permeable a un clima de exceso de corrección política e, incluso, cultura de la cancelación que el artista cree sobredimensionada. «No es algo nuevo. Ha habido siempre otro tipo de cancelaciones y censuras. Siempre ha habido grupos controvertidos. Son historias repetidas. Hay una cierta sobreactuación con esto y que, en realidad, siempre ha estado ahí. Siempre ha habido, por un lado y por otro, una masa de biempensantes. El gran problema de las redes sociales es que nos han educado en la descontextualización. Eso y que las propias dinámicas de internet generan grupos cerrados que solo quieren escuchar lo que les reafirma en sus propias ideas. Y el algoritmo se lo da». Defiende Ismael, ante todo y ante todos, la libertad creativa: «Componer es un trabajo muy íntimo y yo trabajo mucho con ideas que me persiguen. Por ejemplo, tengo en mente hacer una canción que hable del paso del tiempo, dedicada a mí mismo, que se llame “Me amo”. A pesar de los pesares, a pesar del tiempo, con mis cosas, con mis contradicciones, con todas mis movidas: me quiero. Pues me persigue esa idea, me siento y escribo, sin pensar ni en cancelaciones ni en si es eso lo que se espera de mí».

Cantar cócteles molotov

Por Javier Menéndez Flores

Una jaula azul. La imagen, como toda paradoja, es desconcertante, porque ese es el color de la libertad, allí donde el cielo y el mar ejercen de símbolos supremos. Pero los abusos verticales son siempre negros como el alma de Satán, vistan del color que vistan, y un Ismael Serrano con todo el futuro que prometían sus veintipocos años lo señaló, en tiempos de democracia, igual que ese alumno demasiado audaz que es capaz de enmendarle la plana al profesor y hacer que el engreído sistema se sonroje.

Era aquel su modo de lanzar cócteles molotov con solo abrir la boca, lo que lo convertía en el más ortodoxo de una nueva generación de cantautores que sonaron estruendosamente en la segunda mitad de los noventa y de los que, hoy, apenas queda él, que no es el mismo de entonces pero se le parece bastante.

No conoció, claro, la ira de los grises, ni presenció el momento de película en el que Dany el rojo se plantó como un David fierísimo ante De Gaulle/Goliat y cambió para siempre las reglas del juego, cuando La Sorbona era el templo mayor del saber y para hacerse oír había que ocuparlo con el arma invencible de la inteligencia y la furia del hartazgo. Pero Ismael y su hermano Daniel (bendito Cohn-Bendit), ligeros de barroquismos, con la dinamita viva de un relato que hablaba de la juventud trepidante de unos padres atiborrados de biografía y lecturas, le pusieron marco de platino a aquel paisaje pretérito y le añadieron un estrambote de actualidad. Porque una guerra distinta venía a constatar que todas las guerras son la misma aberración con uniformes diversos.

Y quiso Ismael cantar su vida entera por miedo a que la memoria se deshilachase y se desvanecieran los momentos sagrados, como les sucede a los habitantes más numerosos del mar. Y más tarde fundó paraísos desiertos, que es una redundancia nítida porque un paraíso con una sola persona es el infierno pero con dos ya es una fuente de conflictos en potencia. Y tras alguna traición y un río de incertidumbres le cegó la luz superlativa de unas naves ardiendo más allá de Orión, y necesitó un par de años para restablecerse de aquel sueño de la razón, fábrica de monstruos.

Olvidar es desaprender

Pero aquí hemos venido a glosar, con alta admiración y una deuda impagable, a Serrat, Aute, Silvio, Víctor Manuel, Sabina. Para el que dude de la existencia de dioses fieramente humanos. Aquí hemos venido a hablar del amor y sus delirios, sabedlo, de la saliva que quema igual que un hierro candente y de la carne trémula, pero sin quitarle el ojo a la sangre derramada. Pues olvidar es desaprender y alentar el advenimiento de traspiés ya vividos.

Y cómo explicar lo que se siente cuando tus obsesiones y esperanzas son coreadas más allá de tu tierra, en un continente donde la lengua certifica que esa es también tu casa. Y qué poco tardas en advertir que no hay nadie en este mundo que se rasgue la camisa como lo hace un argentino, y que allá –«ashá»– no te van a dejar pagar en ningún restaurante porque es demasiado lo que se te debe.

Por cada futuro general que nace, nacen un millón de gorriones. No está mal. Menos da la piedra durísima del suelo, que tira de nosotros con una fuerza cósmica anterior al hombre y que nos acabará devorando si no nos queman antes.

Pero todavía falta para eso. Aún quedan proyectiles en la garganta y hay que dispararlos en cada escenario que se pisa. Y en Madrid vienen cinco noches para la leyenda en las que volverán a sonar fotogramas en blanco y negro, esos que nunca fallan. Jamás.