Conciertos

Javier Limón: «A Inés Arrimadas le cantaría por bulerías»

Hoy este polifacético artista presenta en el Auditorio Nacional de Madrid «El refugio del sonido», concierto que inaugura el ciclo «Fronteras»

Javier Limón
Javier Limónlarazon

Hoy este polifacético artista presenta en el Auditorio Nacional de Madrid «El refugio del sonido», concierto que inaugura el ciclo «Fronteras»

Un concierto para remover conciencias y rendir tributo a los miles de refugiados e inmigrantes que a diario buscan una mejor vida. «Fronteras» se trata de «una plataforma en movimiento» en la que músicos jóvenes de países mediterráneos interpretan temas compuestos por Javier Limón, quien hoy (8 de octubre) presentará en Madrid «El refugio del sonido». Un apellido con sabor agrio que endulza con este proyecto. Y es que todo lo recaudado irá para Médicos Sin Fronteras.

–La música no entiende de fronteras.

–Criticamos a Trump porque habla de muros, pero del que hemos construido legalmente en Europa no decimos mucho. Es igual de impresentable no dejar pasar a un mexicano a San Diego que a un surafricano a Estambul. Las fronteras son un invento legal. Probablemente un gallego, desde un punto de vista cultural, tenga más que ver con un portugués que con un jerezano. Deberíamos seguir el ejemplo de la libertad de movimientos con la que la música viaja de un sitio a otro.

–Pero los sonidos tienen refugio.

–(Piensa) Quizá me haya equivocado con el título. El sonido es el refugio, en este caso. El de esas barcas, el de esa gente en silencio cruzando de madrugada en una patera el Mediterráneo, que es un mar muy hijo de puta. Esos sonidos no están en los discos, pero hay que escucharlos.

–¿Y a qué suenan?

–Al grito de una masa muda. El Mediterráneo también suena a dobles cuerdas, a instrumentos comunes entre distintas músicas. A mandolina, buzuki, guitarra portuguesa...

–¿Y a naufragio?

–Europa ya ha naufragado en el Mediterráneo. Ahora la cuestión es volver a flote.

–¿Le avergüenza ser europeo?

–Dependiendo del momento no me siento europeo, pero estoy orgulloso del proyecto. Es imprescindible, porque según está el mundo hay que hacer equipo. Aun así, me siento más cercano a un marroquí o a un sirio que a un sueco.

–¿Ha dejado Europa de ser la tierra prometida?

–Culturalmente, es un referente indudable. Debe seguir creciendo y luchando para no hacerse vieja. Eso se consigue invitando a gente. A los que vienen hay que recibirlos con los brazos abiertos. A nivel musical y cultural, traen mucha riqueza.

–Que necesita un blindaje.

–Sí. Hay muchas músicas maravillosas que requieren protección. La globalización puede hacer que nos olvidemos de nuestras raíces. Y estos países mediterráneos y norteafricanos tienen unas tradiciones musicales centenarias. A la música de raíz hay que mimarla como a la Alhambra, al «Guernica» o a los poemas de Lorca.

–¿Podrían los campos de refugiados albergar al próximo Mozart?

–En la carencia y en la agonía el hombre utiliza el arte para evadirse de la realidad y el talento suele encontrar grandes aliados. El confort es el mayor enemigo de la creatividad. Los gitanos hallaron en el sufrimiento esa manera de cantar por seguiriyas.

–¿La música nos iguala?

–En la música no hay trampa ni cartón. Por mucho dinero o contactos que se tengan, sin talento uno no podrá dedicarse a esto. Es una de las artes más puras porque está basada en las leyes físicas de la armonía, la melodía y el ritmo. No está sujeta al análisis abstracto. Un músico nunca dirá que no le importa que alguien desafine. Más allá de gustos, la música buena es buena. Y la mala, mala. Eso nos equilibra como especie.

–¿Sirve para combatir el miedo?

–La música es una necesidad humana, nos acompaña en todo momento. Igual que se fabricaban las gaitas como instrumento militar para animar a los soldados en la batalla, hay música para el miedo.

–También puede ser un arma de denuncia social.

–Sí, pero hay que tener cuidado porque muchas canciones protesta, cuando les quitas la protesta, flojean.

–Madrileño afincado en Boston y con alma flamenca. Casi nada.

–En Boston no tengo vida social. Me paso el día encerrado y componiendo. Madrid es demasiado divertida para la salud.

–¿Cómo entienden el flamenco al otro lado del charco?

–Es una de las cinco o seis músicas más respetadas en el mundo. Allí no pretenden tocar flamenco, sino aprender sus acordes, su ritmo... No es necesario ponerse la camisa de lunares y bailar por bulerías.

–Como maestro, ¿qué piensa de la cultura musical en España?

–Tenemos una tradición brutal y grandes conservatorios. Todos los españoles que van a Boston son top. A nivel composición somos un referente. Pero la música debería tener en la escuela primaria la misma presencia que las matemáticas, la literatura o el inglés. Tocar la flauta dulce no es suficiente.

–Usted vive por y para la música. ¿No conoce el silencio?

–Escucho 12 horas diarias de música. Cuando llego a casa lo que quiero es leer, echar un polvo o ponerme a cocinar un pescadito. No conozco a nadie que escuche más notas que yo. Pero hace años que no me siento tranquilamente a escuchar un disco.

–¿Cuáles son sus sonidos favoritos?

–La voz humana.

–¿Quién es el mejor de entre los mejores con los que ha trabajado?

–Paco de Lucía es para la música lo que Michael Jordan para el basket. Dentro del estudio era muy perfeccionista, casi enfermizo. Y muy divertido. Es el mejor guitarrista y músico flamenco de la historia, pero quizá también de la música en general.

–¿A quién cantaría de la política española?

–Canto muy mal.

–Aunque sea a modo de «tortura».

–A Inés Arrimadas, por bulerías.

–Más que sonar, el Congreso chirría.

–Estamos pagando un sueldo a unos señores que deberían manejar nuestros recursos, y llevan ya casi un año sin hacerlo. Suena a desorden.

El LECTOR

Con diez premios Grammy en su haber, es un referente mundial de las músicas de raíz. Y aunque lea el «Financial Times» o «The New York Times», también accede por internet a los medios españoles. Más de firmas que de cabeceras, confiesa que algunos periodistas de LA RAZÓN le caen muy bien.