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Juan Perro, la filosofía hecha canción

Santiago Auserón presenta de gira «El viaje», un disco de ritmos afrolatinos interpretados solo con guitarra y textos reflexivos
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Santiago Auserón presenta de gira «El viaje», un disco de ritmos afrolatinos interpretados solo con guitarra y textos reflexivos.
Haciendo de la necesidad virtud, Santiago Auserón (Zaragoza, 1954) comenzó a componer siguiendo su experiencia en el mundo del espectáculo. La crisis y otras desgracias aconsejaban modelos de directo más modestos, con pocos músicos que pudieran flotar en la precariedad. «Entretanto, puse en marcha mi estudio casero, que llevaba años en desuso y empecé a exigirme a mí mismo un acabado más elaborado en las ‘‘demos’’ de las canciones. Eso se convirtió en un reto, me fui enredando, y cuando quise darme cuenta entre ambos factores tenía acabado un disco», comenta Auserón, es decir, Juan Perro. «Fue un proceso áspero del que estoy orgulloso», asegura al respecto de las canciones de «El viaje», un disco estricto de voz y guitarra que presenta de gira, con sexteto, en Madrid (7 de noviembre), Rivas Vaciamadrid (10), Santander (11), Guadalajara (27) y Pinto (22 de diciembre) en las próximas fechas.
La aspereza del proceso al que se refiere el músico se sustancia en largas fases de escritura. «Alguna de las canciones la comencé hace 15 o 17 años y se habían quedado sin acabar. Las ideas no me convencían, estaban en el banco de trabajo y no encontraba soluciones para ellas hasta que hallé herramientas más novedosas», dice el que fuera cantante y compositor de los emblemáticos Radio Futura. Los materiales a disposición de Auserón han sido prestados: «El disco hace uso de un abanico muy grande de estilos, yo diría que es el primero en castellano que se abre al contacto con tantas fronteras, tantos géneros y estilos de raíz del continente americano, de norte a sur, en una síntesis con el cancionero español», asegura. Sin embargo, no se trata de un ejercicio de estilo, como si el objetivo fuera acumular el son, el corrido, el swing, el danzón y el bolero por hacer exhibición. «No, en ningún caso. Siempre he respetado la canción. Todas tienen un núcleo, un código genético que es de donde emana su escencia y en su desarrollo es donde te lleva por caminos que le resultan naturales. Solo al final, después de escucharla con atención, puedes entender cuál era su pasado y su origen. A veces queda en un eco lejano pero siempre permanece», señala Auserón, autor de un ensayo de cabecera, «El ritmo perdido» (Península) que habla precisamente de esas resonancias pasadas africanas de las músicas populares ibéricas. «Creo que con este álbum he cerrado un pequeño ciclo y voy a volver a mirar todos esos influjos musicales desde el punto de vista de un cantar íbero», señala.
Grecia y la música
Sin embargo, no es su plan inmediato en lo que a la escritura se refiere. «Ahora mismo, invierto todo el tiempo que tengo para ello en la publicación de un nuevo libro a partir de la tesis doctoral que defendí hace dos años. Trata sobre el papel de la música en la filosofía griega». Auserón, filósofo de formación, es un voraz lector de textos sobre la Antigüedad. «Llevo décadas haciéndolo. La música tiene un poder educativo para la mente indiscutible que se resume en una frase: el pensamiento es un pájaro con dos alas, una es el lenguaje y la otra es la música. Hay, por supuesto, más cosas, como lo gestual, lo físico y lo fisiológico, pero en la química del cuerpo no interviene el pensamiento. Sin embargo, en lo intelectual, las dos formas culturales principales son las del sonido. Desde que el hombre es hombre, los rasgos que nos han acompañado, más allá de algunas cerámicas, son el lenguaje y la música». Es decir, que componer una canción es la máxima expresión de nuestra cultura. «Bueno, creo que es una combinación humilde de las dos cosas fundamentales que nos convierten en seres humanos y desde luego la herencia más antigua que tenemos», explica Auserón. ¿Y qué opinaba Platón de todo esto? «Bueno, él como filósofo aristocrático pensaba que la música debía ser parte de la formación de los jóvenes aunque no se fiaba del ejercicio profesional. Y Aristóteles tampoco. Ellos pensaban que la música, conducida con criterio, formaba las almas de los ciudadanos, podía enseñarles de proporción y de medida. Aunque también les enseñaba cómo modificarla», ironiza sobre el pulso entre lo apolíneo y dionisíaco que ha marcado la historia de la música durante siglos. «Yo sigo recurriendo a Duke Ellington y Louis Armstrong. Su verdad casi me parece filosófica».

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