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Lady Banana: «Somos muy políticas, pero en nuestra música no lo somos tanto»

El dúo zaragozano acaba de publicar su segundo álbum, «4D», un cóctel a base de rock, electrónica y música urbana

Entrevista a Lady Banana, dúo de rock zaragozano compuesto por Nerea Bueno (voz y guitarra) y Alba Villarig (b David JarPHOTOGRAPHERS

Dos zaragozanas cosecha del 92, una abogada y una psicóloga ejercientes, Nerea Bueno (guitarra y voz) y Alba Villarig (batería), conforman Lady Banana, dúo de rock con alma de «power trio» y una fuerte influencia anglosajona. Tras el autofinanciado EP «Busking problems» y el álbum «Bipolar» llega «4D», diez canciones divididas en dos tramos («Espacio» y «Tiempo») que se presentan como un cóctel a base de rock, electrónica y música urbana y con el que saldrán de gira a comienzos de 2026. Nerea y Alba empezaron a ganarse la vida como músicas en las calles de Londres: «Las primeras canciones que tuvimos las hicimos en Londres y las grabamos allí con la experiencia de haber tocado en la calle –relata Alba–. Con la batería era una puta locura, pero lo cierto es que –dice entre risas– tuvimos conciertos antes de tener una casa». Nerea amplía aquella aventura: «Nuestra experiencia en Londres fue muy enriquecedora en muchos sentidos. Para empezar, porque dimos el paso de coger un ampli de pilas, ponernos en Leicester Square, que es algo que con perspectiva normalizas pero que era muy la ley de la calle: los músicos se peleaban por los “spots” más estratégicos, donde la gente daba más dinero, y había horarios que también eran mejores que otros. Nuestro plan era tocar en salas, pero enseguida, tras tocar en un par de ellas, nos dimos cuenta de que solo había zulos horribles donde no sonabas bien ni a la de tres o ya recintos grandes a los que una banda emergente no tenía acceso. Y con lo que sacábamos en la calle podíamos pagar el alquiler y hasta nos alcanzó para financiar el “Busking problems”, el disco que grabamos en analógico un mes antes de volver a España». Al principio cantaban en inglés, ¿cómo se produjo el salto al español? «Pues precisamente a raíz de estar tocando en las calles de Londres –explica Alba–, porque nos pilló todo el tema del “brexit” y fue horrible. Estábamos en el puto centro de Londres, no en un pueblo abandonado lleno de militares rancios de 90 años, y hablabas con tu madre por teléfono y sonaban gritos de “no podéis hablar español, iros a vuestra casa”. Éramos españolas, no quiero ni pensar lo que le dirían a una persona racializada. Fue muy tenso, una campaña muy xenófoba contra la inmigración en general, pero era contra los europeos». Interviene Nerea: «Entonces empezamos a cantar “venga Pepe, dale Pepe”, cosas así, metiendo el español. Sí, de alguna manera fue un modo de denuncia. Y luego es verdad que nos dimos cuenta de que a las canciones les daba otro rollo y que podía funcionar bien ese “spanglish”. Y a partir de ahí mezclamos inglés y español, y en este último disco hemos ido cada vez más “in crescendo” con el español porque, aunque hay también partes en inglés en algunos temas, es más anecdótico, lo que predomina es el castellano». No obstante, reconocen que en su repertorio la música está por encima de las letras: «Hemos intentado afianzar que las emociones que transmite nuestra música tengan más que ver con el sonido que con la letra –afirma Nerea–. Lo nuestro es mucho más visceral, más de ritmo, de riffs de guitarra, todo mucho más animalesco».

«En Londres el “brexit” fue muy tenso, una campaña muy xenófoba contra la inmigración en general»

El trabajo, una jaula

Surge en la conversación la capacidad de denuncia que tienen las canciones y ellas se explayan en este punto: «En la música popular tienes lo que es el género musical en sí mismo y luego toda la parte más social –apunta Nerea–, de protesta o de reivindicar socialmente una tendencia. A mí me gusta enterarme un poco de todo, de qué ha ido una cosa, de qué ha ido la otra. Lo de las tribus urbanas, por ejemplo, los punks contra los hippies. Todo eso también te enriquece para entender un poco las canciones y el trasfondo social que ha influenciado a todas esas tendencias musicales en cada época. Pero aunque nosotras somos muy políticas, en nuestra música no lo somos tanto. Las cosas que más hemos querido denunciar en las canciones ha sido el tema de la explotación laboral y los derechos de los trabajadores, un poco ese rollo. En “La jaula”, por ejemplo, porque el trabajo es como una jaula: trabajas todo el día, llegas a casa por la noche y no te ha dado tiempo a vivir. Creo que eso es lo más reivindicativo a lo que hemos llegado. Nuestra reivindicación –añade– creo que va por otro lado. Una cosa que nos creaba un poco de ansiedad al principio es que como somos dos instrumentistas mujeres, parece que se da por hecho que tenemos que reivindicar o ser abanderadas de una causa desde el momento en que pisamos un escenario, cuando el hecho de pisar un escenario ya es de por sí reivindicativo. A mí me ha parecido muy importante desde el principio tener un discurso, y lo tenemos, pero los Arctic Monkeys no están en cada canción diciendo lo que piensan políticamente porque son libres y cantan lo que quieren». ¿Y hasta qué punto les preocupa la escena política actual? ¿Se sienten decepcionadas con nuestros representantes políticos? Alba: «A mí me preocupa que la decepción política lleve al extremismo. Al final, si no te gusta ni uno ni otro vas a votar a causas más populistas, más extremas. Las políticas autoritarias siempre salen cuando hay descontento general con los políticos y con lo que está pasando, y eso sí me da un poquito de miedo», algo en lo que coincide Nerea: «Sí, y que en vez de los discursos racionales cobren más fuerza los discursos emocionales o persuasivos. Que sepan dónde tocar para despertar a la gente».

«Lo nuestro es mucho más visceral, más de ritmo, de riffs de guitarra, todo mucho más animalesco»

Entrevista a Lady Banana, dúo de rock zaragozano compuesto por Nerea Bueno (voz y guitarra) y Alba Villarig (bDavid JarFotógrafos

Alba es psicóloga y desde hace siete años trabaja en una asociación contra la violencia de género; Nerea es abogada especializada en propiedad intelectual y por las mañanas trabaja en un despacho: «Este año dejamos de dar conciertos para poder preparar bien el nuevo disco -dice Alba-, pero los dos años anteriores se nos acumularon más conciertos de los que pensábamos en un primer momento y entonces pasamos de la jornada completa a la media jornada, y ahí seguimos». Nerea: «Gastamos nuestros días de vacaciones en dar conciertos, en irnos a grabar a Galicia. Es como que las dos sentimos que nuestro trabajo es este y el “hobby” es lo otro». ¿Aspiran a vivir exclusivamente de la música? «Sí –responden al unísono–. Creemos –añade Alba– que es algo viable, pero difícil, claro». Nerea: «Yo es que defiendo la meritocracia. No sé si funciona siempre, pero soy muy de perseverancia, paciencia y seguir para adelante todo el rato, que es lo que las dos llevamos haciendo desde que empezamos a tocar juntas. Son tantos los factores que influyen… Y, por desgracia, no hay una receta. Aunque creo que la suerte influye casi siempre más que el talento», concluye.

Con un oxímoron por nombre

Por Javier Menéndez Flores

Si en Oxford Street y aledaños le das caña de la buena a un instrumento te puedes costear un techo, hacerte un fondo de armario en Candem Town o en cualquier tienda benéfica y llenar la nevera de litros de Samuel Smith y Fuller’s, no vaya a ser que los dioses se enfurezcan porque sí y decidan condenarnos a una lluvia de cuarenta días con sus negrísimas noches y te pillen sin reservas. Y en Porchester Hall cerrasteis los ojos y visteis nítidamente a Pete Townshend volar con su Gibson SG, y a Roger Waters y a David Gilmour plantar la semilla de la disputa más enconada de la historia del rock. Benditos sean los milagros y las historias que abrasan el alma de la imaginación, y vosotras siempre podéis contar que estuvisteis allí.

Si te crías en Torrero, donde hay una plaza que se llama Las Canteras y que resume mejor que cualquier libro o película el pulso vital de sus habitantes, llegar a ser músico es como pretender pisar alguna vez la luna. Pero Alba rompió su flauta, ahorró cada paga de los domingos durante un espacio de tiempo que pudo ser un siglo y terminó golpeando una batería, con la fortuna de no tener a nadie ni a izquierda ni a derecha y una vecina teniente bajo los pies.

Y en el barrio del Actur la hija de padres periodistas y nómadas se soltó con la guitarra porque la trompeta deformaba la cara y nunca sospechó que acabaría haciendo lo mismo que hacían sus héroes. Tal vez aquellas dos adolescentes coincidieron más de una vez, sin llegar a rozarse, en el parque grande (ni Primo de Rivera ni Labordeta), donde todo el mundo puede hacer lo que le dé la gana menos molestar al prójimo. Y desde allí, en lo que dura un clic de pestañas, hasta las entrañas de La Ley Seca y La Lata de Bombillas, pequeños paraísos en los que los sueños comenzaron a solidificarse. A veces los ídolos se heredan, verbigracia Patti Smith, pero casi siempre tienes que salir a su caprichoso encuentro. Y así es como uno se hace amigo íntimo de Joan Jett y sus Runaways o se entera de que el diablo visitó a las hermanas Llanos o se eleva con las obsesiones hechas canción de Matt Bellamy, y entonces la vida cambia para siempre. Y si eres artista de veras tendrás la habilidad de robar fuego y hasta en una canción de Lady Gaga detectarás el germen de otra que hablará de ti, aunque todo aquel que la escuche pensará que acabas de retratarle.

La música son los cimientos y el tejado, y ya vendrá después, si es que viene, la poesía. Y la guitarra que acompaña a la voz no tiene por qué expresarse en acordes, también puede pronunciar líneas que nunca sabes a dónde te pueden llevar. Sí, ya sé que cantar así es un lío formidable, un desafío a la inteligencia, una cita en un laberinto, pero para qué vas a hacer las cosas fáciles si te puedes complicar la vida haciendo lo que más te gusta del mundo.

Anoche improvisé una fiesta y se apuntaron Arctic Monkeys, Muse, Nathy Peluso, René, y no quiero que esta resaca me abandone jamás. Las canciones tienen que pegarse a ti igual que sábanas húmedas, golpearte, acariciarte, dañarte. Y para ello debes meterles sorpresas, no demasiadas, las justas para huir de lo previsible y sentir que acabas de descubrir un territorio virgen. «Beast of burden» y «Dead end justice» son salmos. Pero solo «Tengo un trato» (ay, mamá) te devuelve a esa escalera hacia el cielo de la infancia.