Gonzalo Alonso

Malas costumbres musicales

La Razón
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En mi artículo anterior sobre las malas costumbres en música quedaron algunas cosas en el tintero. Los artistas tampoco están exentos de malos hábitos. Los pianistas se lanzan con frecuencia a tocar propinas que realmente el público no les ha demandado con suficiente insistencia. Les debe parecer que no han triunfado sin al menos una propina. Otros se pasan y prolongan su cita con más de media hora de regalos. El público tiene gran parte de culpa en estos casos. El de Sokolov es ya célebre. Por cierto, el lunes celebrará en el Auditorio Nacional, con Scherzo, sus veinte años en Madrid. Los asistentes, que conocen su generosidad, aplauden y vitorean en la esperanza de estar asistiendo a un nuevo record de bises a inscribir en el Guinness. Y, ¡qué pocos son los que anuncian lo que van a interpretar! No les costaría nada, los oyentes no se quedarían con intriga y los críticos nos evitaríamos tener que contestar a quien nos lo pregunta que no lo sabemos. Señores, ¡los críticos no tenemos un Shazam dentro de nuestras cabezas! Existe la poco justificable costumbre en obras sinfónicas con solistas vocales de permitir que estos salgan al escenario justo antes del movimiento en que intervienen y no desde el inicio de la obra. Nunca he entendido que la mezzo que canta a los muertos en el campo de batalla de «Alexander Nevsky» aparezca en ese momento o que el cuarteto de la «Novena» beethoveniana lo haga entre tercer y cuarto tiempo. No es serio. Me refería en el artículo anterior a unas declaraciones de Joan Matabosch en las que opinaba de los críticos: «Entre los críticos hay de todo. competentes y los que se duermen en la butaca y no se han enterado de nada. A mí me interesa saber lo que dicen todos, porque quiero conocer qué hay en el ambiente; pero también sé lo que es equivocarse y lo entiendo, sobre todo cuando los obligan a salirse del teatro antes de que acabe la función para escribir la crítica deprisa y llegar al cierre. Es inhumano y absurdo. No les da tiempo a reflexionar. Por eso sale lo que sale». Pues tiene toda la razón. No es cuestión de tener media crítica escrita con generalidades antes de la función porque no hay tiempo para pensar ni redactar. ¿No es falta de respeto juzgar en cuarenta minutos –este es el tiempo existente entre caída del telón y cierre de la segunda edición en los diarios– una obra que se estrena y a la que sus autores han dedicado años de trabajo? Seamos serios, se puede escribir una crónica futbolística o torera en media hora, pero no una crítica del «Don Apacible» o «El Padrino» en media hora recién acabada su lectura o visión. Una cosa es la crítica y otra la crónica social.