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Manuel Carrasco inunda el Bernabéu con el mar de su infancia

Casi 70.000 personas hacen temblar el estadio, durante tres intensas horas, en el concierto de clausura de la gira «Corazón y flecha»
  • Javier Menéndez Flores

    Javier Menéndez Flores

  • Foto Jesus G. Feria

Madrid Creada:

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La única pega que se le puede poner al foro, la de no tener playa, la subsanó anoche, durante tres intensísimas horas, Manuel Carrasco, quien inundó Concha Espina con el mar de su infancia. El músico interpretó en el Santiago Bernabéu más de una treintena de canciones que, a pesar de ser tan suyas, tan inequívocamente personales, pertenecen ya a decenas de miles de españoles. Y llevó el alma marinera de su Huelva natal a un estadio que se encuentra rodeado de asfalto. Pues cada uno de los versos y melodías que ha gestado, incluso los nacidos tierra adentro, fueron creados sin olvidar su lugar de procedencia, la barriada de Punta del Caimán, en Isla Cristina, donde los hombres no llevaban camisa y los niños iban descalzos.
No hay nada imposible cuando se dispone de medios y los dioses, encima, se ponen de tu parte. Y a Manuel Carrasco hace ya tiempo que un ejército de estrellas le alumbra el camino. Pero esas estrellas llegaron después de que él hiciera el trabajo duro; el de forjar, canción a canción y disco a disco, una figura sólida, real, de artista de raza. En las antípodas del espíritu del concurso televisivo con el que se dio a conocer hace ya más de dos décadas. Sí, es incontestable que lo de anoche fue un regalazo para sus seguidores. Pero, por encima de todo, fue un autopremio. Porque poder tocar en el estadio de su equipo, el Real Madrid, el más laureado de la historia, era un sueño que siempre viajó con él y que nunca imaginó que pudiera llegar a concretarse. De hecho, es el primer músico español que ha ofrecido un concierto en solitario, con todo vendido, en el remozado Bernabéu.
La gira «Corazón y flecha» arrancó en Sevilla hace justo un año y ha sido en Madrid donde la última de sus flechas ha sido lanzada hacia un cielo imaginario, puesto que el estadio llevaba capota. Pero lo que esta crónica quiere destacar es el ambiente de fiesta absoluta que se vivió desde la primera canción, la que le dio título al tour, hasta la potente pieza de despedida, «Hasta por la mañana», que consiguió el desmelene colectivo con su «que no, que no, que no, / que no me da la gana, / que no me voy de aquí / hasta por la mañana». Porque ni el artista ni los asistentes querían que eso acabara nunca.
Concierto de Manuel Carrasco
Concierto de Manuel CarrascoJuanjo MartínEFE
Al igual que las canciones que Manuel ha inventado, la noche estuvo sembrada de besos y corazones. Los primeros vinieron por parte del público, que en algunos momentos fue el protagonista de la velada con desinhibidas muestras de cariño recogidas por las pantallas. En cuanto a los segundos, los corazones, uno gigantesco, atravesado por una flecha también superlativa, presidía el escenario, en donde dos colosales pantallas dejaban ver al artista a los menos afortunados, aquellos que se encontraban más alejados de él, en la cúspide del templo. Y también se vieron corazones metafóricos en las pantallas, un río de nombres de parejas allí presentes, enviados previamente, y con algunas breves historias de amor nacidas al calor de la música de Carrasco.
La mayor parte de las canciones, aquellas que ostentan ya la vitola de clásicos dentro de su considerable producción, como «Tambores de guerra», «Hay que vivir el momento», «Me dijeron de pequeño», «Siendo uno mismo» y «No dejes de soñar», fueron coreadas con brío por el público. Y la constatación de que Carrasco es un artista de fuste tuvo lugar cuando, ante una garganta como aquella, se plantó solo con la guitarra o sentado al piano para interpretar distintos temas. Hay que estar sobrado de talento y valor para algo así, puesto que no es lo mismo nadar en la seguridad de una piscina que en un mar proceloso, y el Bernabéu es mucho Bernabéu. Y él no sólo salió incólume del desafío, sino que fue reverenciado como un dios de carne y hueso.
Y en ese estadio no podían faltar los galácticos, y fueron unos cuantos los que pisaron el escenario y cantaron con el protagonista amortiguados por los gritos de entusiasmo: Niña Pastori («Ayer noche»), Luis Fonsi («Coquito»/«Échame la culpa»), el cantante colombiano Camilo («Salitre»), Malú («Que nadie calle tu verdad») y Juanes («Ya no»/«A Dios le pido»).
Los momentos más emocionantes de la noche fueron tres. El primero, cuando el artista entonó un grito en defensa de los niños palestinos y en contra de la guerra, de todas las guerras; el segundo llegó con su interpretación al piano de «Mi Madrid», prima cercana de «La canción más hermosa del mundo», de Sabina, y una genuflexión hacia la ciudad en la que lleva residiendo 20 años. Y el tercero se dio cuando al ejecutar «Libélula» apareció en las pantallas el rostro inolvidable de la influencer Elena Huelva, fallecida en enero del año pasado por causa de un cáncer.
Aquello era un estadio, sí, pero en muchos momentos recordó a una plaza de toros. Solo que el miura era él mismo, Carrasco, pues tenía que lidiar con sus emociones y sus miedos, domeñarlas. Pero desde el primer segundo entró a matar y con un espíritu contagioso: bailón, risueño, charlatán, felicísimo. Lo dijo al despedirse, que mientras se dirigía hacia el estadio en su cabeza no dejaba de resonar una frase: «Pase lo que pase… voy a hacerlo», y al revelar esto no pudo embridar las lágrimas.
Sí, anoche Madrid tuvo playa. Durante tres horas, pero qué intensidad. Y a Carrasco, cuyo corazón es blanco, ese viaje le debió de saber a Champions. Y quizá vio entre el público, mirándole con una sonrisa y el pulgar levantado, a Juanito, a Santillana, a Raúl, a Guti. No sería tan extraño: ellos, como él, también partieron desde abajo.