Crítica

Nucci, viaje a los grandes tiempos de la lírica

Temporada de la Maestranza. «Rigoletto» de Verdi. I. Jordi/C.Albelo, J. J. Rodríguez/L. Nucci, M. Cantarero/J. Prat, D.Ulyanov, M. J. Montiel, A. Otxoa, M. A. Arias, F. Latorre. Coro de la A. A. del Teatro de la Maestranza y Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Dirección de escena: S.Vizioli. Dirección musical: P. Halffter. Teatro de la Maestranza. Sevilla, 19 y 20 de junio.

Un momento de la representación en la Maestranza de Sevilla
Un momento de la representación en la Maestranza de Sevillalarazon

«Rigoletto» era ya obra muy querida en Sevilla, en cuya Maestranza se ha ofrecido en 1991 y 1996, pero lo será aún más tras las representaciones de esta temporada por varios motivos. De entrada, por los muy atractivos casts ofrecidos en dos repartos diferentes, repitiendo las experiencias de «Turandot», «Butterfly», «Boheme», «Fanciulla del West» o «Tosca». De forma especial, por el esfuerzo de apoyo que supone a nuestros artistas, ya que todo el primero de ellos es español, con la excepción de Sparafucile. Es una acción que merece destacarse y que, afortunadamente, es compartida por teatros como el de la Zarzuela. Y también será más querida porque el público puede disfrutar de lo que de verdad es la ópera. Al terminar la representación que encabezó Leo Nucci, tras las aclamaciones en pie del público, le dije a mi buen amigo y crítico de «Abc» González Lapuente: «Alberto, esto es la ópera». Y él me contestó: «Estaba pensando lo mismo». Y es que, por más vueltas que quieran darle algunos, la ópera sólo cobra todo su sentido cuando sobre el escenario hay auténticos cantantes. Escuchar a Leo Nucci (Bolonia, 1941) supone un viaje a los grandes tiempos de la lírica. Tiene ya 71 años, pero en este momento no hay nadie que admita comparación con él. Un artista completo, inteligentísimo en la forma en que se conoce a sí mismo, en cómo emplea su instrumento y capaz de llegar a todas las fibras del espectador. Tablas por los cuatro costados. Estaba además en vena, sintiéndose en tan plena forma como para abordar los tres agudos que fueron tradicionales y hoy apenas se escuchan. Provocó el delirio y en el bis de la «vendetta» estuvo estupendamente acompañado por Jessica Pratt.

Pedro Halffter plantea una lectura personal y peculiar en tempos y dinámicas, lejana a los colores habituales de Verdi desde los primeros compases del preludio, que alcanza gran intensidad en la escena de la tormenta. La producción de Parma tiene ya algo de rancia pero ayuda a contar la historia sin más añadido innecesario que el que introduce Stefano Vizioli con el incesto entre hermanos.

Por lo demás, merece la pena escuchar am- bos repartos, aunque quizá sea difícil repetir la entrega y emoción logradaS el día 20, con barítono, soprano y tenor lanzados a no dejar un sobreagudo en el tintero, ni el del dúo tenor-soprano, ni el de la cabaletta del tenor. Muchos son los aspectos destacables de uno y otro cast: la seguridad en el registro alto de Albelo y la muy positiva evolución del personaje desde que lo debutó en el Real o la admirable regulación de las medias voces de la que hizo gala Ismael Jordi. Si de Pratt sobresale la voz tan bella como homogénea, de perfecta afinación y musicalidad, en Mariola Cantarero destaca el calor que imprime a Gilda en la escena final o los pianos en «Caro nome». Juan Jesús Rodríguez logra salir más que airoso de un reto que pocos superarían, como lo es todo competir con Nucci y por ello me permito un consejo: la voz es importante como para que no parezca que lo tiene que demostrar permanentemente. Ulyanov y María José Montiel, ambos en los dos repartos, suponen un lujo como Sparafucile y Maddalena en estas representaciones que cierran temporada de altura de un teatro capaz de cuidar también detalles como la colocación de un ramo en la butaca que siempre ocupó Ángel Casal, primer presidente de la Asociación de Amigos de la Ópera, fallecido recientemente.