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Pappano, apoteosis de la danza

Formidable inicio de temporada del ciclo de Ibermúsica, con dos conciertos brindados por una gran orquesta muy vinculada a la organización, como es la Sinfónica de Londres y Antonio Pappano, su director titular designado.
Pappano, apoteosis de la danza
Pappano, apoteosis de la danzaRafa Martin

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Obras de Bartok, Say y Beethoven. Patricia Kopatchinskaja, violín. Orquesta Sinfónica de Londres. Antonio Pappano, director. Ciclo Ibermúsica. Auditorio Nacional. Madrid, 24 de octubre de 2023.
Bartok escribió su “Divertimento ara cuerda, Sz 113” en 1939 por encargo del mecenas Paul Sacher - casi como en tiempos de Bach o Mozart- quien le retiró a su casa en los Alpes suizos para que se concentrase aislado de un mundo que les rodeaba que empezaba a ser turbulento y Bartok cumplió en poco tiempo. La partitura, para una gran orquesta de cuerda y de carácter casi neoclásico, respira tranquilidad, salvo en su segundo tiempo, en que se vislumbra un cierto tono trágico. ¿Le llegaron al compositor los ecos de lo que empezaba a suceder en Europa? Pappano planteó una lectura transparente y muy fiel a su espíritu, haciendo lucirse a todos los instrumentos de la cuerda, con sus seis contrabajos redondeando los graves y los violines firmes en los agudos.
El concierto para violín “1001 noches en el harén, op.25” de Fazil Say es obra que provoca reacciones muy diferentes. Desde el entusiasmo por la originalidad en el tratamiento de la parte solista y la inclusión de instrumentos turcos como el kudüm y el carillón de viento, que un solista toca en un ostinato obsesivamente reiterativo; al rechazo de quienes, aburridos, llegaron a salirse de la sala o los que la soportaron mirando el reloj; pasando por los que valoraron el interés de su novedad. Lo cierto es que las frases del violín se entrecortan mayormente y sólo llega la melodía en el tercer tiempo, con las variaciones sobre la canción popular turca “Katîbim”. Say destinó la partitura, encargada por la Sinfónica de Lucerna a la violinista Patricia Kopatchinskaja, entusiasta, con un sonido de volumen no destacable y simpática como para conceder tres propinas, una de ellas a dúo con el concertino de la orquesta.
Pero el plato fuerte era la “Séptima sinfonía” beethoveniana, de la que no cabe decir más que Pappano y la Sinfónica de Londres fueron totalmente fieles a ese espíritu que hizo calificarla a Wagner como “Apoteosis de la danza”. Tempos vibrantes, pura energía, pero muy en la línea de aquellos que empleara Giulini en sus visitas para este ciclo de 1990 y 1994 con la Scala o con nuestra Nacional, en un ejemplar y vitalista primer movimiento y en el conclusivo, algo más desleído el tercero y llevado con acariciadora parsimonia el admirable Allegetto. Un exitazo, coronado por una delicadísima “Pavana” de Ravel. ¡Y pensar que yo, cuando pertenecía a la comisión ejecutiva del Teatro Real, le quise traer como director musical tras el fallecimiento del maestro García Navarro y se me contestó que “no le conoce nadie”! En fin… Gonzalo Alonso

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