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Pedro Iturralde: «Cuando toco me encuentro bien, me olvido de la edad que tengo»

Es una leyenda viva del jazz en España. El maestro recibe hoy la Medalla de Honor de la SGAE

Pedro Iturralde: «Cuando toco me encuentro bien, me olvido de la edad que tengo»
Pedro Iturralde: «Cuando toco me encuentro bien, me olvido de la edad que tengo»larazon

Es una leyenda viva del jazz en España. El maestro recibe hoy la Medalla de Honor de la SGAE

Es una leyenda aunque quizá el gran público no le conozca, porque para ser una leyenda no hace falta ser famoso. Pedro Iturralde (Falces, Navarra, 1929) es uno de esos personajes humildemente grandes, un músico que ha entregado su vida al jazz y que hoy recibe el homenaje de la Fundación de la Sociedad General de Autores (Sgae), con la entrega de la Medalla de Honor, una exposición y conciertos.

–No le han faltado premios.

–No, la verdad. Soy hijo predilecto de Navarra, me ha premiado el Ministerio de Cultura, la Comunidad de Madrid, y recibí el Premio Berklee...

–¿Cómo es que estudió en la escuela más prestigiosa?

–Pues ya había tocado por toda España y edité el «Jazz Flamenco». Vinieron a becarme.

–Pero aprendió por su cuenta.

–Llevo la música dentro por mi padre, que era molinero de profesión, pero era un músico nato. Tocaba todas las noches para la familia y mi infancia fue un paraíso hasta que nos fuimos a una fábrica moderna de harinas que funcionaba las 24 horas.

–¿Y se acabó la música?

–Tuvo que dejar de tocar la guitarra. Antes era un molino tradicional pero después empezaron los problemas. Iba a los ensayos de la banda cuando podía y yo le acompañaba. Ahí fue donde un día escuché un solo de saxofón y cambió mi vida. Supe lo que quería.

–¿Fue el saxo?

–Lo deseé con todas mis fuerzas y yo era muy terco. Me enseñaron solfeo en la banda, y antes de tocar me dejaron la boquilla para ir aprendiendo a hacer la embocadura. Y así es como un buen día me dejaron tocar unas notas nada más. Al poco, a mi padre le paraban por la calle porque cada semana yo avanzaba y le decían que era un fenómeno. Pero él me advertía que la música no era una profesión, que eso no era para vivir.

–Era un mal camino.

–Me sugería que fuese voluntario a la mili para entrar en la banda militar. Y que si me gustaba, siguiera. Porque él pensó hacer eso, pero nunca se decidió. Y terminó de molinero. Y a mí me lo sugería, pero no hice caso. Tuve un contrato profesional en un café de Logroño con orquesta.

–¿Fue su primer trabajo?

–Con 15 años. Y después hice lo mismo en Burgos. Y me conocían en todos sitios de Navarra porque era como un niño prodigio. En el año 47, vino un cantante catalán y me oyeron tocar y me contrataron para salir de España. Mientras, en Navarra había cartillas de racionamiento.

–Conoció el mundo muy joven.

–Me iba meses fuera de casa porque en España no había de nada.

–Pero pronto fue a Madrid.

–Hice la carrera de músico en el conservatorio por libre. Y entré en varios clubes de jazz y en el Hotel Plaza, que estaba en el Edificio España, en el piso 26.

–¿Cómo era la vida de los clubes?

–No existía. El jazz estaba casi prohibido. Yo empecé a tocar allí y me fui al Líbano durante dos años. Aprendí a hablar turco y griego.

–¿No le gustaban los clubes?

–Si quieres que te diga la verdad, lo que me salvó la vida fue dejar de tocar por la noche. Porque un día fui al médico y me dijo que fumaba mucho. Y yo le contesté que no fumaba, pero claro, que tocaba en el club y todo el mundo estaba fumando. Resulta que era fumador pasivo pero es que aún más, respiraba por la boca al tocar y daba grandes inspiraciones. Se me impregnaba de nicotina el saxofón. De haber seguido así, habría muerto. Lo cambié por el conservatorio durante 15 años, me mudé a las afueras y empecé a andar en bicicleta.

–A usted le gusta la clásica, pero el jazz tiene algo especial.

–Claro, porque hay que tener «swing». Es una cuestión de medida. Si mides las notas para tocar jazz como en solfeo, eso está mal. Hay que hacerlo de otra manera.

–¿El jazz debe ignorar el solfeo?

–No, pero debe interpretarlo.

–¿Cómo?

–Igual que los idiomas, es cuestión de pronunciación.

–Ha hecho usted un trabajo con las 324 escalas para la improvisación.

–Es un método que me llevó mucho tiempo. Parte de conocer las escalas gregorianas, que están en el ambiente sinfónico clásico. En la armonía tradicional hay cosas que están prohibidas y deben estar más preparadas y mejor resueltas, pero en la armonía moderna es otra cosa... y por ahí investigo.

–Entonces, ¿hay ciencia en la improvisación?

–Improvisación es una palabra mal entendida, es peyorativa. En el fondo, se trata de jugar.

–¿Qué hace falta para improvisar bien?

–Trabajar mucho. Parece una contradicción, pero no lo es. Tienes que tomar una estructura dada y crear sobre ella.

–Pero hay algo de magia.

–A veces me pregunto «¿cómo hice esto?». Es difícil conseguir una improvisación que resulte interesante.

–¿Qué artista le emocionó primero?

–Un saxo tenor que se llamaba Coleman Hawkins. Y Charlie Parker, Lester Young, Stan Getz, Sonny Rollins, John Coltrane...

–Publicó un disco hace dos años, ¿sigue teniendo ilusión?

–Yo es que la música..., si dejo de tocar, no sé... Cuando me encuentro bien, porque no me acuerdo de la edad que tengo, es cuando toco.