Raphael, días de éxtasis
Gira «De amor y desamor». Teatro Compac Gran Vía de Madrid. 26-XI-2014.
Sería ingenuo afirmar que Raphael llega a cada uno de sus conciertos como si fuera la primera vez. El catálogo de gestos aprendidos, la complicidad, las miradas al tendido y las pequeñas historias con que adorna su ina-gotable colección de éxitos hacen que no pueda ser así. Es el paso del tiempo, en suma. Pero a la vez se mantiene una frescura que no por conocida deja de sorprender, alimentada una y otra vez por el entusiasmo al otro lado del escenario, con un público tan diverso como la propia personalidad de un artista capaz de mantenerse en lo más alto desde hace más de cincuenta años al tiempo que es reivindicado por las nuevas generaciones, hasta el punto de convertirse en cabeza de cartel de un festival «indie», como ocurrió este verano en Sonorama.
Con carga dramática
Cumpliendo con su cita anual en Madrid, una de sus plazas más queridas, el de Linares abrió ayer la primera de las veinte noches programadas en la Gran Vía, hasta acabar el 21 de diciembre en vísperas de la Lotería de Navidad. Y ojo, que Raphael no se conforma con la pedrea: siempre busca el gordo, en esta ocasión con un programa que se recrea en el amor y el desamor, tema más que recurrente en su dilatada carrera. El inicio, por aquello de no acomodarse, fue atípico, con la vibrante «Si ha de ser así», aunque pronto ganó carga dramática con «La noche». Fueron tres horas de melodrama musical, con excepciones puntuales para reivindicarse –como si hiciera falta a estas alturas– como «el Raphael de siempre» («Yo sigo siendo aquel»). Desde «Se fue» a «Ámame», y desde «Por una tontería» a «Dile que vuelva», fue un carrusel de enamoramientos, desengaños, rupturas, reencuentros, nostalgias, locuras, dolor de corazón, lágrimas rodando por las mejillas y todo el arsenal romántico disponible para hacer buena la velada. Besos furtivos, como los de «Provocación», y otros descaradamente apasionados; las dos caras del arte de amar desplegado en la noche madrileña.
En este recorrido arrinconó algunas de esas joyas de la corona de las que el propio Raphael suele hablar, especialmente las que tienen un tono más festivo, aunque también hubo tiempo para el arrebato. Tan personaje como intérprete, haciendo el paseíllo de lado a lado, apoyando la mano en la cadera, dejando caer la chaqueta y mirando a su público con una sonrisa agradecida. «Mi gran noche», en el primer tramo del concierto, dio cuenta de esa manera de hacer tan suya, bordeando el exceso, para luego atacar «Despertar al amor», haciéndonos creer que sigue siendo casi un adolescente, cuando su biografía certifica que el pasado mayo cumplió ya 71 años. Incluso en los momentos que a priori se alejaban del romántico guión subrayó las palabras claves: «La gente tiene fe y se enamora», canta en «Digan lo que digan», haciendo que sea una verdad incontestable.
Entre canción y canción, tardó casi media hora en dirigirse al público, para asegurar de nuevo que es «maravilloso estar en casa». Y a renglón seguido añadir lo que sus fieles estaban esperando: «Un año más y todos los que vengan detrás». Porque el tiempo pasa, es obvio, pero la sensación de que a Raphael le queda cuerda para rato es la de siempre. Mediada su actuación, sorprendió con una contenida versión de «Gracias a la vida», a la que siguió «Cuando llora mi guitarra», poco habitual en sus conciertos, manejando un repertorio que se reinventa de forma constante, aunque los minutos más celebrados fueran los de «Hablemos del amor», «Maravilloso corazón» o «En carne viva». También los de interpretación más desgarrada, hasta desembocar en un fin de fiesta que incluyó «Escándalo», «Qué sabe nadie» o, en clave navideña, «El tamborilero», aunque a la postre fue «Cómo yo te amo», el tema que remató una actuación en la que Raphael escribió de nuevo su relato preferido. Una historia de entrega, éxito y, sobre todo, amor.